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ANCIANOS AL MORTUORIO

ANCIANOS AL MORTUORIO

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El ministro de finanzas japonés, Taro Aso, ha encontrado la clave para resolver los problemas económicos de su país, pidiéndole a los ancianos la recuperación del espíritu kamikaze, y estos le han respondido que se suba al avión suicida él con toda su familia y se estrellen contra el monte Fuji, porque lo que sobran en el mundo no son ancianos, sino hijos de puta.

Este genocida encorbatado de 72 años, al que le falta bigote, flequillo y cruz gamada, ha pedido a los ancianos que den prisa en morir para que el país pueda ahorrarse los gastos de atención médica que merecen quienes han llevado a Japón donde ahora está, aunque este miserable pida ahora su exterminio por vía de urgente muerte natural.

Cabe suponer que la próxima petición de tan práctico asesino potencial será el exterminio de los enfermos crónicos, de los retrasados mentales, de los mutilados, de los presidiarios, de los parados y de todos aquellos organismos vivos improductivos para las arcas de la clase financiera que representa este macho de cabra montesa, que pretende cornear a los ancianos.

Alguien tendría que decirle a tan pérfido econhumano que las personas no son fríos números abstractos en asientos contables, ni materia prima para fabricar jabón. Que las personas tienen nobles sentimientos desconocidos para él, entre los que se encuentra el amor a la vida y el deseo de que ésta se prolongue junto a los seres queridos.

Nunca la condición humana estuvo tan degradada, ni los sentimientos tan degenerados, ni el desagradecimiento por los servicios prestados fue mayor. Nunca la perversión de valores llegó a tales cotas, ni el desprecio a la vida humana mereció tanto deseo de muerte rápida para quien la pide a los demás.

CAÑETE, EL INCOMPRENDIDO

CAÑETE, EL INCOMPRENDIDO

El ministro Cañete  no merece la extrema dureza con que algunos medios de comunicación le han criticado por estar aplaudiendo verónicas gaditanas y estoconazos  en el hoyo de las agujas a morlacos,  junto al jefe del Estado, mientras las llamas flambeaban la piel de toro llevándose por delante vidas humanas y parque nacionales.

Los censores ignoran que el pobre ministro Cañete no ha tenido más opción que obedecer a pies juntos y en primera posición del saludo, las instrucciones llegadas de la Presidencia del Gobierno ordenándole que se dejara en paz de tonterías y acudiera a la corrida de toros del sábado en Cádiz.

A él, – al ministro me refiero -, le hubiera gustado cumplir con sus obligaciones y mostrar solidario espíritu, – del que va sobrado -, a las familias de los dos brigadistas muertos en el incendio, pero el que manda, manda, y no tuvo otra opción que sacrificarse viendo como los muñecos trágicos de la tauromaquia lucías sus trajes ante las reses bravas.

El ministro de Agricultura hubiera preferido controlar personalmente la evacuación de 5.000 personas en La Gomera, pero los toros, son los toros; la diversión, es la diversión; y las órdenes, son órdenes; que la obediencia y el festejo también forman parte del poco sueldo que recibe el inocente Cañete.

Sabemos que el responsable de Medio Ambiente presentó la dimisión a Rajoy por obligarle a ir a los toros, en vez de estar presente en la extinción de incendios en los parques nacionales de Garajonay, Doñana y Cabañeros, pero se olvidó enviar la carta de dimisión por tener que acompañar al rey de España en el festejo.

Eso sí, al rey nadie le obligó a ir a los toros, faltaría más. Pero acudió a la corrida porque lleva los cuernos en la sangre, para demostrarnos que esos borbónicos genes son la causa del aborrecimiento que Sofía siente por la fiesta nacional, pues bastante tiene ya con las lidias domésticas que ha sufrido en palacio.

ABUCHEO AL APLAUSO

ABUCHEO AL APLAUSO

Fui crítico en su día con la ministra italiana de Trabajo, censurándole sus lágrimas de cocodrilo el día que saltaron de sus ojos ante las cámaras de televisión al pronunciar la palabra “sacrificio”, mientras anunciaba las medidas de ajuste que había decidido aplicar el Gobierno de Monti, en Consejo de Ministros. Incluso llegué a pedirle que supliera el llanto con la dimisión.

Creo que me equivoqué, después de ver las risas y el entusiasmo con que han aplaudido los congresistas populares, puestos en pie, los duros recortes propuestos por su jefe de filas sin mostrar el mínimo gesto de dolor.

Guardando silencio, los efectos habrían sido los mismos, evitándonos a los ciudadanos el bochornoso espectáculo de ver a nuestros representantes vitorear la ruina que acecha a muchas familias.

Elsa Fornero tuvo al menos el detalle de expresar su dolor, – real o fingido -, antes quienes más iban a sufrir las medidas que anunciaba. Sus lágrimas mostraron la solidaridad, – real o fingida -, con los más desfavorecidos. Sus palabras entrecortadas revelaban una aflicción, – real o fingida -, compartida con el tartamudeo de los vecinos que castañeaban los dientes de temor ante lo que se les venía encima.

Nada de esto vimos ayer en el Congreso, sino todo lo contrario. Por eso, quiero abuchear desde aquí aquellos aplausos, porque evidencian lo que todos sabemos: que a los diputados no les afecta el castigo, porque nadie aplaude quebrantos para él y su familia, por muy justificados que éstos sean.

E.S.O.

E.S.O.

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Nunca pensé que tras la prejubilación tendría que volver a decir públicamente algo que “prediqué” en Institutos de España durante cinco años, explicando la reforma educativa y el modelo de evaluación patrocinado por ella.

Es el abogado José Ignacio Wert quien me anima a ello, no por su condición de jurista o sociólogo, sino por ser el responsable de dirigir la política educativa del país, aunque jamás haya pisado un aula, lo que explica la cantidad de disparates que suelta, como si estuviera en una de esas tertulias con sabelotodos, en las que participaba antes de ocupar el sillón ministerial.

Alguien debía orientar los pasos de este “pilarista” porque desde que abandonó el análisis de encuestas va por la política dando más golpes en la herradura que en el clavo, lo que explica la escasa valoración que los ciudadanos le dan en el barómetro del CIS.

Algún amigo tendría que hablarle al ministro del origen, significado, alcance y finalidad de la educación obligatoria, para que no dijera más tonterías sobre ello, advirtiéndole que la Educación Secundaria Obligatoria es la formación básica que deben tener todos los españoles sea cual fuere su condición familiar, económica o social. Es decir, representa lo que debe saber un privilegiado pilarista del barrio Salamanca y un desvalido ciudadano que habita una chabola marginal.

La ESO ha de poner su atención en la formación global del alumno, por lo que el criterio colegiado de los evaluadores ha de primar sobre la apreciación particular de cualquiera de ellos.

Este tramo educativo tendría que garantizar el aprendizaje de conocimientos elementales que capaciten al alumno para progresar con autonomía intelectual en el futuro, fomentando en él habilidades manuales, destrezas intelectuales, técnicas operativas y estrategias mentales de actuación.

La ESO debería facilitar los saberes conceptuales básicos – ¡básicos! – que permitan al educando realizar estudios no obligatorios, donde primarán los clásicos contenidos y las calificaciones por materias de enseñanza, evitando así que el fracaso del escolar en la ESO ponga al descubierto el fracaso del sistema.