MENTIDERO SOCIAL
Decir la verdad y expresar libremente opiniones no siempre es posible, sobre todo si el juicio emitido o la actitud sostenida se aleja de lo que se espera de nosotros, establecido en los cánones de lo políticamente correcto.
En ocasiones, es el instinto de conservación quien obliga a decir algo que no se siente o a guardar silencio protector para evitar posibles daños directos, indirectos, colaterales y circunstanciales.
¿Quién se atreve, por ejemplo, a decirle al patrón lo que realmente piensa de él si esta opinión es negativa? ¿Cómo proponerle al jefe un deseo a sabiendas que va a molestar la sugerencia? ¿Alguien se atreve a censurar los argumentos del tribunal judicial o administrativo que ha de juzgarle, por estúpidas que sean las razones expuestas por sus miembros? ¿Qué periodista osa romper la línea ideológica del periódico que alimenta sus hijos, por muy lejano que esté su pensamiento de ella?
El peaje que exige defender convicciones propias en ciertos casos, por encima de toda componenda, aconseja que más vale callar o manifestar lo contrario a lo que se piensa para evitar salir magullado.
Tal vez por eso, alguien a mí cercano tuvo que pasar por el altar con su compañera e hija para contentar a los regidores del colegio religioso donde estaba contratado, evitando así murmuraciones, amenazas veladas y miradas aviesas.
Sabedora la ley ordinaria de la presión y discriminación ideológica que en este país ejercen determinados sectores y personas sobre quienes opinan lo contrario a sus preferencias, intenta proteger la libertad de expresión con mecanismos que amparen el anonimato de los sujetos en determinadas actuaciones de éstos.
Tan vez por eso, el voto electoral es secreto, con cabina opaca incluida. Tal vez por eso se ocultan algunos testigos judiciales tras la cortina. Tal vez por eso los tribunales de justicia rechazan los registros audiovisuales no autorizados. Tal vez por eso las cámaras ocultas hacen tanto daño a quienes las sufren. Tal vez por eso las grabaciones subrepticias tienen tan mala prensa.
La libertad que tanto cacareamos es hermana pobre de la mentira y el engaño en las sociedades democráticas. El miedo a lo que puede venirnos encima si expresamos libremente nuestros verdaderos pensamientos nos hace movernos tras las bambalinas en ciertas ocasiones para evitar represalias que puedan afectarnos a nosotros mismos o a quienes están al lado.
La estigmatización es un antiguo deporte nacional y el déficit democrático que padecemos no está en la ausencia de libertades, sino en la falta de respeto a otras ideas, opiniones, razas, sentimientos y creencias.