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MARÍA TERESA LEÓN

MARÍA TERESA LEÓN

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Hace hoy veintiséis años que María Teresa León se le fue del corazón a Rafael y a nosotros de la historia, dejándonos el rastro perdido de una vida exiliada junto a su enamorado Alberti y la niña Aitana, sin que doblen las campañas por ella en las espadañas litúrgicas, ni eleven su recuerdo las páginas por esta escritora silenciosa, que recostó su cabeza en la plateada melena del poeta de la mar.

Fue María Teresa contadora de cuentos para soñar, escritora de melancólica memoria, musa enamorada del veintisiete, soñadora de retornos, sustento del poeta y armadora de esperanzas en sucesivos territorios desterrados, cuando el retorno se antojaba lejano, hasta que la tromboflebitis del usurpador se acomodó en el vestíbulo de La Paz ofreciéndole la redención.

La sierra de Aitana se agitó llorando como pañuelo al viento, despidiendo a la pareja el día que la locura clavó su estaca, fundiendo en sus cumbres la esperanza de un inmediato retorno, al emprender la caminata de país en país, sin paradero para sus delicados pies, heridos por cuarenta años de llorar una patria, con miedo a quedar dormida en alguno de los cementerios transeúntes por donde pasó, lejos de una España vacía de trigo por la metralla.

París, Marsella, Buenos Aires y Roma con mochila de infortunio al hombro, espíritu reforzado, mirada desconsolada y esperanza frustrada, sin otro afán que pisar la riojana tierra madre que la vio nacer, acariciando cepas de vino compartido durante sesenta años con el “tonto de Rafael”.

De vuelta a casa, ennegreció su alma el sabor amargo de la vejez ganada en dolor forzado de exilio, víspera del destierro definitivo que la abandonó en un tren sin retorno camino de la nada, olvidando que fue el verso azul del veintisiete, herida de muerte por la enfermedad incurable del olvido, dándonos tiempo a recordar que el inesperado Alzheimer se apoderó de su mente, llevándosela silenciosamente por delante el 13 de diciembre de 1988.

EL PORTEÑO RAFAEL

EL PORTEÑO RAFAEL

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Traigo el recuerdo del feliz encuentro nocturno con el poeta desterrado en las oscuras calles del Trastevere romano, donde discurren largas meadas de todas las larguras que hacen peligrar a los caminantes, viendo con asombro azulear la mar en los ojos de Rafael y enrojecer el alma de Alberti en sus puños levantados contra el injusto destierro, mientras pedía a Roma, a cambio de sus penas, tanto como dejó para tenerla.

Con “el alba del alhelí” “sobre los ángeles”, retorna a la vida el “marinero en tierra” desde su “arboleda perdida” para recordarnos que hace hoy quince años olvidó retornar “de lo vivo lejano” para dejarnos “versos sueltos de cada día”, escritos en los 96 años que habitó entre nosotros.

Predilecto hijo de la poesía andaluza tras ser expulsado del colegio por rebelde al conservadurismo, amante fiel de María Teresa hasta el enloquecimiento celular de León, pintor vanguardista, soñador a la intemperie, comunista, republicano, soldado con versos en la cartuchera y timonel errante, “el tonto de Rafael” hizo de su vida un largo poema de peregrino exilio, al perder de vista la sierra de Aitana que bautizó a su hija.

Regreso del destierro, diputado, premios Lenin, romano de literatura, nacional de teatro, Cervantes y renuncia por coherencia republicana al Príncipe de Asturias, antes de que sus cenizas fueran esparcidas por la bahía del Puerto de Santa María donde nació y murió.

En noche cálida de vino, dejó escrito sobre el velador de la taberna un imborrable verso, alumbrado por un alma de niño tras la camisa multicolor, acogedora de su larga cabellera platina, cansada de ondular al viento desesperanzado del exilio.

Fue Alberti el verso azul y la sonrisa fácil, que cedió enamorado su voz a la mar, alzando el clavel por encima de la espada, para llevar a la mesa pan candeal y luz marina del contorno oceánico, resucitando las meninas al soplo enrojecido de las uvas sobre el cielo gaditano.