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NOSTALGIA DE LA MAR

NOSTALGIA DE LA MAR

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Siendo marinero de tierra castellana adentro, con rechazo a la playa veraniega, menosprecio al salitre y aborrecimiento a las sombrillas, mantengo un indescifrable y reverencial amor a la mar, sin saber dónde está el origen de tal pasión, ni las razones de mi permanencia como sentimiento profundo que siempre me ha acompañado.

No sé si son las metáforas vitales y estremecedoras de sus tempestades, cuando la goleta personal que gobernamos zozobra en el infortunio y un golpe de dolor abre en nosotros vías de agua por los cuatro costados solo restaurables en el astillero del tiempo, haciendo posible el milagro de la resurrección.

Tal vez mi eterno maridaje con la mar se deba al aprendizaje de pequeñez y humildad a que me obliga su testimonio de grandeza y poderío, obligándome a llevar sobre los hombros la dulce carga de la inmensidad que abarca, empequeñeciéndome hasta reducir a un punto mi vanidad.

Puede ser su estremecedora belleza en la agitada bravura contra las rocas la causa de mi enamoramiento; o el contrapunto de la placida lisura en rojos atardeceres y complacientes despertares quien nutre mi complacencia, cuando la niebla ciega el horizonte y su estampa fantasmal se convierte en refugio de sueños y esperanzas almohadilladas en la fina arena que lamen las olas.

Tampoco sé si tal encantamiento tiene su origen en el misterio que siempre permanece bajo el azogue del espejo superficial que se extiende hasta donde los ojos no alcanzan, obligándome a soñar realidades existentes solo en la imaginación que siempre acompaña mi visión de la mar desde ventanas y balcones.

O, tal vez, sea debido, simplemente, a que me hice mardependiente una tarde de diciembre torrecialmente lluviosa en el acantilado isleño de Cabo Blanco, cobijado en un coche zarandeado por el viento, contemplando una cortina de agua con el alma en vilo, el cerebro bloqueado y el corazón latiendo con amores renovados por la nostalgia de una mar, testigo de mis cavilaciones.

POETA DE LA MAR

POETA DE LA MAR

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Un día como hoy de 1999 maridó eternamente el marinero del Puerto con la mar de sus sueños infantiles, tras pasar media vida errando por el mundo, desterrado por la galerna de una incivil guerra que le obligó a ir cantando de frontera en frontera junto a María Teresa, aliviadora de penas en las noches acuosas del Totoral y el Trastévere.

Fue en la caverna de su pulmón derecho donde se hizo marinero en tierra, antes de volar sobre los ángeles, cantarle a Juan Panadero y Altair, caminar peligrosamente por las calles de Roma, rebautizar con ocho nombres a Picasso, fustigar la luz y dejarnos un verso suelto para cada día prendido en la solapa.

Mi recuerdo para una noche inolvidable de palabras y vino junto al velador de una taberna donde la huella de su paso dejó escrito un verso sobre el mármol, mostrando su octogenaria alma de niño envuelta en camisa multicolor bajo una larga cabellera plateada, recordándonos la memoria melancólica de su eterna compañera, entonces herida de muerte por la desmemoria.

Contando el tiempo en el reloj de las olas se nos fue el verso azul, la sonrisa fácil y la voz enamorada de la mar tierra adentro, alzando el clavel contra la espada y mostrando a la niña Aitana el rastro de las constelaciones sin volver la vista atrás, porque los ángeles derramaron pétalos de alhelíes en las trincheras, borrando el camino de regreso.

Hoy retorna el pan candeal a la mesa y la luz al contorno marino del océano vitalizando las meninas que agonizaban en la piel de las uvas en llamaradas sobre la bahía gaditana, para recordarnos que Alberti vuela junto al cometa Halley hasta la memoria eterna, devolviéndonos, a cambio de sus penas, tanto como dejó para tenernos.

PRIMER AVISO

PRIMER AVISO

Víctor

El primer aviso de que la vida iba en serio me llegó en el colpicio un mediodía incierto, enluteciendo con jirones negros los azules años de la infancia, al contemplar un cuerpo tumbado inerme en el suelo, sobre la estrechez delgada de una grieta que unía dos baldosas, frente al que todos pasamos llamados por el silbato, para  despedir el contorno gris y sin sombra de don Víctor, administrador que había muerto unas horas antes.

Ante él desfilamos todos para saludar por primera vez a la parca, que se haría cada vez más innombrable, a medida que la vida fue ganando terreno en las almas infantiles que cortejamos el esquelético cadáver de quien guardaba los ahorros de los huérfanos que les enviaban al colpicio las viudas madres.

Lívido relieve del cuerpo desfigurado por la menudencia de la muerte, que días antes caminaba ligero por los pasillos hacia la Administración, transformado la vía procesional en vaga silueta sobre el espejo del armario, que descansaba en la alcoba tras la cortina.

Sobrevivieron al cuerpo reseco por evaporación de la sangre: el sombrero negro descolorido, las gafas redondas de pasta, el reloj plateado de bolsillo, el chaleco brillante por el uso, la luctuosa corbata deformada y los zapatos abotinados con grandes lazadas.

El resto era hedor, cenizas y vocación marinera de un mar desconocido para él que descansaba en el reverso de una fecha desgastada, recordándole la bienaventuranza de los que en esta orilla no hicieron sino disponer la embarcación para el gran viaje que a todos nos espera.

Debemos ahora, sobre este recuerdo funerario, recrear el día y la imposible nostalgia de las velas y los recordatorios orlados, porque este es el origen de la niebla que siempre nos envuelve, y no otro, cuando el inagotable azul era algo más que una pesadilla.

Andemos pues hacia levante caminando sobre el agua redentora, antes que un golpe de tierra nos lleve al silencio de los cipreses y la ropa descolorida pregunte a la madera por el cuerpo deshabitado, dudando en qué extraño territorio clavaremos un día la estaca, para descubrir el hedor de las raíces al contemplar el mármol desgastado en las doloridas losas catedralicias.

FRENTE AL MAR

FRENTE AL MAR

Unknown

No veo costa da morte alguna en la costa de vida que ahora contemplo desde un acantilado mientras escribo en mi cuaderno la nota de hoy, amparado por la luz inmaculada y diáfana de las primeras horas del día, que llega envuelta en un halo de romántico amanecer alentando la jornada, lejos de la prisa y el acoso tenaz de cláxones en asfaltos de ciudades turbulentas.

Temblores de luz sobre un mar de confusión, donde las olas rompen espumas dando pinceladas blancas a la superficie azul del océano, igual que titilan las estrellas en el cielo nocturno y los espejos rotos reflejan destellos virtuales sobre el horizonte cálido en esta mañana gozosa de luz, preludio de calimas estivales.

La nostalgia se amorriña con el deleitoso cansancio que hasta aquí me ha traído, paso a paso, por caminos verdes de olvidadas ermitas donde los enamorados se juraron amor eterno un lejano día de primavera, sorteando las piedras del camino que después hicieron imposible el regreso a los manantiales de amor, hoy secos por decisión ajena a voluntades propias y deseos presentidos.

Acaricio el aire contraviniendo la orden del viento y tomo la brisa por amiga sin más pretensión que descansar sobre ella, mecido en el rumor del viento que juguetea entre los tallos, mientras la hierba susurra en voz alta su crecimiento para que todos podamos oír ese milagro de la vida, como un día lejano sucedió en el valle del Burbia.

Estos sentimientos quiero dejar hoy en mi bitácora al repisar otra vez Galicia, con la extrañeza de que nada me sea extraño y todo se haga nuevo frente al mar, conjurando maldades y sinsabores en el verdor esperanzado de este rincón de España, que cada año me acoge como un hijo más de su tierra.

YA HUELO GALICIA

YA HUELO GALICIA

La primera impresión que recibo siempre que llego a esta bendita tierra es el inconfundible olor que despliegan sus entrañas para saludarme. Eterna bienvenida de años llamando a las puertas de mi alma cada vez que cruzo la frontera del Cebreiro, a cuyo templo llegué camino de Santiago, las tres veces que emprendí esa aventura mística con vocación laica.

Olor mentolado a eucalipto centenario para abrir la esperanza de lo venidero, junto a los primeros verdores destilados por El Bierzo, al subir por desfiladeros que despiden el castillo de Villafranca con olvidados pañuelos a las puerta de sus antiguas bodegas, hoy en la noche del olvido, donde tantas veces perdí el equilibrio junto a mi amigo Fidel, notario de la villa.

Y el mar….  Al final siempre termino en el mar. ¿O la mar? ¡Siempre la mar! Para complacerme con el marinero en tierra del puerto.  Olor a mar de costa gallega inconfundible, con aromas singulares a salitre bravío y a despedidas eternas en las bocanas de los puertos.

Olor a mar enloquecido de flotante espuma, al estrellarse contra las rocas, alternado con serenas caricias en anchas playas de Sada, y sobre el festivo templete aldeano de Betanzos, donde puede olerse pan candeal y nostalgia desparramada por sus plazas.

Olor a supervivencia de valientes percebeiros suicidas y encorvadas mariscadoras descalzas. Olor a berberecho hervido y queso de tetilla, en meriendas atardecidas junto a María Pita, siempre bien acompañado.

Olor a redes sudorosas y chubasqueros naufragando en agua marina,  rebelde a los timones y timoneles, cuando despierta del sueño y ocupa espacio en los Cantones, indignados por el abuso de unos pocos y el insulto diario de la justicia distributiva.

Pero, sobre todo, Galicia huele a noble amistad. A sincero abrazo, mano franca y acogida generosa, desconocida en otras latitudes. Un año más aquí he llegado, buscando en esta tierra lo que no es posible encontrar fuera de ella.

He vuelto a Galicia y os dejo su olor en mi bitácora, porque compartirlo con vosotros es la mejor forma de agradecer el afecto que recibo, para  enviárselo a los gallegos que viven fuera de la tierra que los vio nacer, como mi entrañable cooperante Sofía.