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La manada en libertad

La manada en libertad

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La última decisión de la Audiencia Provincial de Navarra que juzgó y condenó a nueve años de cárcel a los cinco autocalificados cuadrúpedos de la “manada”, ahora los deja en libertad hasta que haya sentencia firme, obligándonos a reflexionar sobre el distanciamiento que existe entre algunas sentencias judiciales y el común sentido de los mortales.

No cabe negar la legalidad de la decisión tomada por el tribunal en aplicación de las leyes vigentes, pero también es cierto que cuando las sentencias judiciales no son comprendidas ni compartidas por los ciudadanos, algo habrá que hacer para conciliar ambas posturas en un Estado Democrático de Derecho.

Tal vez, todo empezó cuando el tribunal calificó de “abuso sexual” en vez de “agresión sexual” como pedían el fiscal, las acusaciones y los habitantes de la piel de toro desde Gata a Finisterre, opinando que se trataba de una agresión en toda regla, preludio de importante protesta social, por incomprensión popular de la sentencia dictada por los altos magistrados del tribunal.

Los altos magistrados que sentenciaron y ahora dejan en libertad a los cinco animales de rebaño, -según propia definición de los condenados autodefiniéndose como “manada”-, juzgaron que hubo abuso en los actos que realizaron, y no agresión, tal vez porque la sangre no corrió entre las piernas de la joven, ni hubo desgarraduras vaginales, ni perforaciones intestinales, ni lesiones en la glotis, ni la chiquilla clavó las uñas en los de los garañones, ni cortó el pene a los depredadores.

La ignorancia jurídica que nos asiste a los disconformes con la decisión tomada, impide ver el margen de interpretación que cabe a los magistrados sobre los hechos relatados por ellos mismos en su sentencia, pues no alcanzamos a comprenderlos, ni dónde están las dudas, ni cuál debe ser la actitud del Consejo General del Poder Judicial con los jueces, ante la sentencia dictada por los detestables hechos acontecidos la noche del 7 de julio de 2016 en el portal número 5 de la pamplonesa calle Paulino Caballero.

Cuando el Derecho Penal se opone a la capacidad comprensiva de los mortales; cuando la interpretación judicial es contraria a la lógica natural; y cuando las sentencias son incomprendidas por el pueblo, urge modificar las normas jurídicas para evitar interpretaciones judiciales contrarias a las concepciones que los ciudadanos tenemos de la vida y los delitos.

VÁNDALOS

VÁNDALOS

VÁNDALOS

En el quiosco se quejaba airado un ciudadano de que el puñadito de salvajes de turno le hubieran pinchado dos ruedas del coche y destrozado el espejo retrovisor a la puerta de casa, cerca de la “movida”. Locura que convenía mover a una isla desierta, con caníbales incluidos, para que estos maleantes no desentonaran.

“Pintadas” en puertas y fachadas sin gracia alguna, que más parecen garabatos malintencionados para hacer daño gratuito. Gritos, cantos, broncas y peleas que perturban el descanso de quienes lo merecen, unidos con daños a bienes privados y mobiliario público urbano que se han convertido en rutina semanal, cuando la jornada laboral abre las puertas de la jaula y deja en libertad a los vándalos, que campan por sus respetos, sin que las autoridades locales hagan mucho para evitarlo.

Los sábados y domingos a primera hora de la mañana, una parte de la ciudad reproduce el escenario donde se rodaron las más devastadoras escenas que produjo el paso de los cuatro jinetes de la Apocalipsis, la marabunta, las plagas de Egipto y el caballo de Atila, juntos, consiguiendo que los vecinos desarrollen un especial sentido del equilibrio que para sí quisieran muchos funambulistas, sortenado con asco las vomitonas, cascos rotos de botellas, vasos de plástico, huellas de alcohol y basura de contenedores vertida por una recua de humanoides descerebrados que no saben mear lo que beben y tienen que hacer méritos para ser integrados en la manada, dando la nota amarga.

Queda el consuelo de pensar que gran parte de nuestra juventud no es así, ni mucho menos. He pasado toda mi vida entre jóvenes y certifico que la mayoría de ellos responden a un perfil bien distinto. Sólo una minoría forma estructura social de grupoide, aunque sea muy ruidosa, irresponsable, dañina, temeraria e indeseable.

Estos bárbaros tienen una estructura mental tan reducida que no les permite divertirse sin alcoholizar sus venas y atentar contra los bienes ajenos. Muchos de estos patanes de feria son elementos neutros en manos del jefecillo de la banda que gobierna la manada de reses, sin espacio en su frente para dar cabida a una tarjeta de perfil.

Al contrario que los toros de lidia, cuando están aislados muestran la mansedumbre de los cabestros y basta una palmada para que salgan corriendo con el rabo entre las piernas a esconderse como ratas en las alcantarillas. Pero jaleados por la manada y desinhibidos por el alcohol, son capaces de rajar Las Meninas con una navaja, darle un martillazo al David o quemar El Quijote.

Tengo un grave problema intelectual con estos cafres, y es que no los entiendo.  Mi cerebro se bloquea y la lógica común pierde el rumbo en las extensas planicies de sus encefalogramas planos. Tal vez por eso los sufro con desprecio y pido para ellos la exclusión de la sociedad. No puedo entender el daño gratuito, el perjuicio indiscriminado o la lesión caprichosa, porque sólo concibo tanta maldad en mentes enfermas e irracionales.