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BIBLIOTECAS PERSONALES

BIBLIOTECAS PERSONALES

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Amistad, sabiduría, deleite y compañía aportan los libros sin pedir nada a cambio, ni demandar más atención de la que quiera dárseles, estando siempre dispuestos a otorgar buen nombre y reconocimiento a quien luce sus portadas y lomos en las bibliotecas privadas de salones y despachos domésticos.

Bibliotecas en las que pueden verse retratados los propietarios de las mismas, sin más que observar los títulos de las obras que ocupan las estanterías, pudiendo descubrirse su pensamiento leyendo las notas marginales que llevan incorporadas al texto, escritas por la confidente mano del dueño mientras pasaba las páginas de los textos.

Estas colecciones de libros son cuerpos vivos que nacen un buen día protegidos con ex-libris del propietario; crecen con el paso del tiempo, hermanándose unas páginas con otras en maridaje feliz; y mueren con el último suspiro de su creador. Tan fieles como un perro a su amo, las bibliotecas personales se mantienen al lado del fundador desde el día que adquirió el primer libro hasta su muerte, cuando la soledad acompaña su dispersión en otros anaqueles, tras la venta de las piezas o la distribución de las mismas entre los herederos del bibliotecario.

Pero en tan largo viaje necesitan purgas, cambios y sustituciones de las obras que ya no sirven, por otras más útiles que contribuyen a deleitar la vida del propietario, a pesar de que algunas bibliotecas personales cumplan el aserto de Prémontval, pareciendo boticas con muchos venenos y pocos remedios, contienen pócimas que provocan indigestiones literarias, vómitos intelectuales y diarreas mentales.

PROETAS

PROETAS

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Emulando los años de romanticismo, han brotando como hongos miles de proetas con aspiraciones a poetas que van por las redes sociales y sedes editoriales espantando la poesía con penosos ripios que hieren de muerte los versos, recordándonos las palabras de Tomé de Burguillos cuando afirmaba en sus Rimas humanas y divinas, que en cada esquina había cuatro mil, – digo yo -, proetas, haciendo realidad la propuesta de Moratín de que más vale ser mozo de café que poeta ridículo.

Proetas que no son más que fantasmas de poetas jugando a la ficción de ser lo que nunca serán, coreados por amigos y familiares que estimulan su intrusismo carente de latidos interiores y sin fuerza para ser escuchados en foros distintos al círculo de intrusos donde se apoyan mutuamente perpetrando fechorías proéticas, lejos del sentimiento de Juan Ramón, creador oculto de un mundo no aplaudido.

Parafraseando al difunto marqués de Iria Flavia, espero que superemos estos tiempos y lleguen otros más fértiles para los versos donde podamos contabilizar los poetas con algo más que los dedos de la mano, – de una mano, claro -, y no como sucede en estos tiempos de escasez poética y exceso de proetas.