UN OLMO NO DA PERAS
Aunque la ganadora electoral haya sido la abstención, todos los partidos han celebrado con júbilo la victoria de sus siglas, alzando cada cual sobre los hombros la urna ganadora, entre abrazos festivaleros, gaviotas voladoras, pétalos al viento, círculos rodando y ciudadanos nadando en la rivera.
Si los líderes hubieran tenido claro los problemas que les aguardaban encima de la mesa, habrían sustituido el jolgorio y las soflamas, por una responsabilidad compartida que hiciera posible la convivencia, el progreso y la salvación de los muchos condenados que vagan por la sociedad sin futuro, comida, hogar, ni paradero.
Ha sobrado júbilo y faltado zozobra interior ante la incertidumbre que genera el compromiso de trabajo, honradez y servicio adquirido con los ciudadanos, para el que deben acumular fuerzas y sumar brazos que garanticen las posibilidades de una resurrección más dudosa e inestable que el violinista Topol en el tejado.
Han de saber que el bastón de mando entregado no es para que líen a garrotazos entre ellos sino para que encuentren el camino a seguir. Báculo prestado para que se apoyen en él con generosidad y talento, sin olvidar que los hemos puesto ahí para servir intereses comunes y no los propios, olvidándonos que un olmo no da peras, de igual forma que el poder no otorga sabiduría pero exige renuncia, templanza, verdad, entrega y sacrificio.
Si estuvieran convencidos que a partir de este momento se deben más que nunca a los ciudadanos, el sentido común decoloraría las líneas rojas hacia tonos más rosados, sus decisiones se encaminarían a beneficiarnos y ya se habrían dado la mano como prueba de la responsabilidad adquirida, entregados al bienestar común, a pesar de las palabras pronunciadas por el inquilino del oriental palacio, más obsesionado con la segura unidad de España que con la inseguridad vital de muchos españoles.