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MENDOZA O LA CÓMODA LECTURA

MENDOZA O LA CÓMODA LECTURA

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El catalán laureado con la gracia del Premio Cervantes es maestro en sencillez literaria, lenguaje directo y divulgación de la expresión popular, llevada a cabo con elegancia expresiva de protagonistas marginales, abandonados al pairo por una sociedad que camina con orejeras sin percibir quienes sobreviven en la marginación y la miseria.

Eduardo Mendoza mira al mundo desde sus setenta y tres años recordando que con la muerte del dictador nació su primera novela ambientada en la Barcelona natal, describiendo la ciudad condal antes de la incivil guerra y contando a los lectores toda La verdad sobre el caso Savolta, envuelta en luchas sindicales y merecedora del Premio de la Crítica, antes de entregarnos otras novelas, relatos cortos y ensayos, hasta alcanzar en 2010 el comercial Premio Planeta, por su madrileña Riña de gatos en el Madrid de 1936.

Como dice el comunicado del jurado que le ha honrado y dignificado con el máximo galardón de las letras españolas, Mendoza desarrolla su obra “en la estela de la mejor tradición cervantina, con una lengua literaria llena de sutilezas e ironía” como se pone de manifiesto en sus cinematográficas obras La ciudad de los prodigios de Mario Camus o El año del diluvio de Chávarri.

Obra literaria transparente y abierta la de este escritor, limpia, humilde, humorística y popular en el sentido cervantino, que este abogado ya viudo y antiguo traductor, ha puesto en nuestras manos para deleite de quienes nos hemos acercado a sus páginas con espíritu desenfadado y divertido, no exento de anhelo literario, profundidad de pensamiento y valiente contenido.

Mendoza hace suyas las palabras que Ortega dedicó a Cervantes afirmando que el padre del Quijote simpatizaba con todo por haber sufrido sin guardar rencor a nadie, mostrando Eduardo una decencia, rigor, seriedad y compromiso que a todos nos complace, incluso al propio Cervantes, aunque no tenga oportunidad de entregarle su premio.

AMOR A LA LECTURA

AMOR A LA LECTURA

Unknown

Celebramos hoy el Día Internacional del Libro, alegando que en este día del año 1616 murieron el español Miguel de Cervantes y el inglés William Shakespeare, aunque el primero dejara este mundo el día 22 y la defunción del segundo se corresponda con el día 23 en el desaparecido Calendario Juliano.

Sea como fuere, la UNESCO decidió en 1995 que hoy pensáramos en los libros y así lo haremos como hacemos los 364 días restantes, refugiándonos en el placer de la lectura, como tarea cotidiana que instruye, reconforta, gratifica, consuela, entretiene y deleita gratuitamente, porque para gozar de la lectura solo se precisa estar vivo, despierto y sin ataduras ni rememoraciones.

Celebramos cumpleaños, festejamos aniversarios de bodas, recordamos finales de carreras, compartimos nacimientos y brindamos los días que la suerte nos acompaña, pero son pocos los que solemnizan el hermoso día que aprendieron a leer, siendo millones los desdichados analfabetos a quienes malhadada suerte de la cuna les ha privado de tan complaciente magia.

Porque mágico es transformar las páginas yertas de los libros en imágenes virtuales con vida propia, haciendo volar la imaginación entre los renglones por senderos insospechados, rompiendo las barreras del espacio y el tiempo para habitar en Macondo, cabalgar por La Mancha, convivir con un príncipe en Dinamarca, soñar con Segismundo, versificar con el Capitán o pasear de noche por la orilla del aceitoso Hudson con gitanos de la vega granadina.

La lectura convierte en sueño la vida jugando con las palabras impresas en los pliegos, pero hay otras lecturas sin texto a las que se llega con el alma cuando los ojos se humedecen, las miradas se encuentran, los labios se hermanan, el tacto corresponde o el espíritu se estremece por el amor correspondido.