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FRAUDE FISCAL

FRAUDE FISCAL

pagar impuestos

En medio de la campaña de la renta que se cerrará en unos días, llega a nuestras manos el informe de Intermón Oxfam denunciando que las familias pagan 50 veces más impuestos que las grandes empresas, procediendo el grueso de la recaudación de la clase media y siendo las rentas más bajas quienes soportan la mayor presión fiscal.

Con estos datos no queda otra opción que señalar con el dedo al selecto puñado de privilegiados patrioteros que gozan impunemente del millonario fraude fiscal que practican, para desgracia de todos los demás.

Negar la bondad de los impuestos es tan necio como pagarlos para beneficiar a estafadores y despilfarradores, porque nada hay más equitativo, justo, racional y rentable para una comunidad, como pagar entre todos el personal, obras y servicios comunes que disfrutamos.

Por tanto, parece razonable pensar que nadie sensato, responsable y mínimamente solidario se negaría a pagar hasta el último céntimo de los impuestos que le corresponden en función de sus ingresos y patrimonio, aunque esto no suceda, sino todo lo contrario, porque hoy nadie paga gustoso los impuestos, sabedores del mal uso que se hace de ellos, de la poca vigilancia que se tiene a los grandes defraudadores y de las rendijas legales por las que se escapan las grandes empresas y los millonarios.

Siendo los impuestos unos cargos pecuniarios que los contribuyentes pagamos para financiar prestaciones comunes, como construcción de carreteras, puertos y aeropuertos; servicios públicos como sanidad, educación y defensa; cobertura de prestaciones sociales como desempleo, invalidez o accidentes laborales, entre otras muchas cosas, ¿por qué existe el fraude fiscal y una mayoría de ciudadanos protestando por pagar impuestos?

La razón parece muy clara: porque una parte importante del dinero que ponen los ciudadanos de su bolsillo va a parar a bolsillos ociosos y aprovechados; es mal gestionado por los gestores nombrados para ello; se despilfarra en aeropuertos “del abuelo”, edificios inservibles, miles de politiqueros chupópteros, construcciones sobornadas, nóminas de familiares y amiguetes asesores de la nada, enriquecimiento de zánganos y otras cosas por el estilo.

La gran mayoría de ciudadanos pagaríamos gustosos los impuestos si tuviéramos la certeza que cumplen la finalidad para la que son concebidos, algo muy difícil de conseguir en el país de la picaresca, la mentira y la estafa, donde Guzmán de Alfarache y Lazarillo se disputan la hegemonía en una sociedad dominada por el fraude, la trampa, la impunidad y el engaño.

MI CIUDAD

MI CIUDAD

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MI CIUDAD

Me pregunta un desconocido internauta desde qué ciudad escribo este diario, y le propongo jugar a las adivinanzas hablándole de ella para que su entendimiento dé respuesta a la pregunta que formula.

Cuelgo estas notas asomado al balcón de una ciudad con entrañables plazuelas y callejas. Culta, alegre, conservadora y olvidada de veloces raíles, al oeste de la piel de toro, donde sus vecinos se esfuerzan por adquirir la cultura urbana necesaria para desterrar el aldeanismo secular, tratando de eliminar residuales actitudes provincianas y caciquiles propias de otro tiempo, mantenidas por quienes deciden en sus despachos sobre nuestra vida y hacienda.

Una ciudad altanera y orgullosa de ser uno de los más bellos museos al aire libre que pueden contemplarse en el planeta. Sus monumentos, blasones, enrejados y fachadas son un recreo para la vista, especialmente el tapiz pétreo que se levanta sobre las puertas de su inimitable fachada universitaria, del que los japoneses se han llevado una réplica del mismo.

Dos universidades, dos catedrales, cinco puentes sobre el Tormes, un Lazarillo, una Celestina, templos a granel, conventos por doquier, un verraco y una rana, hacen las delicias de los visitantes que desbordan las arcas de centros de hospedaje y alterne, más sonrientes los fines de semana y en vacaciones, cuando atienden  complacientes a los turistas que llenan hasta rebosar sus faltriqueras.

Farolas titilantes iluminan con luz ocre los antiguos rincones, deleitando el espíritu de los enamorados que pierden sus pasos por La Latina, Libreros, Serranos, Veracruz, Tentenecio, Patio Chico…, callejas insospechadas para quien no conozca la ciudad ni haya gustado de la apacibilidad de su vivienda. Contraste que concilia sin esfuerzo con el bullicioso colorido de su Gran Plaza, en horas tendidas al sol con placentero gusto de jóvenes multinacionales que aprenden a amarse en la ciudad.

Metrópoli de lujo para vivir, a pesar de los vándalos nocturnos que la despedazan; de las vulgares palomas que blanquean los aleros, tejados, fachadas y aceras con sus excrementos; de los descerebrados que garabatean groseramente con sprays puertas y paredes; de los gamberros que se abstienen de respetar el descanso ajeno; y de los estorninos que pespuntean de negro cúpulas y portadas.

No sé si haber capitalizado la cultura europea hace nueve años ha mejorado la erudición de sus vecinos en esta ciudad pretendidamente universitaria e intelectual, con plazas “hostialeras” para acoger medio mundo y más de treinta mil estudiantes que sólo aportan “movida nocturna” a la ciudad e insomnio a los vecinos.