BERGOGLIOMANÍA
El viaje del papa por Cuba y Estados Unidos predicando paz, entendimiento y abolición de la pena de muerte, explica la bergogliomanía que ha desatado ese corazón ambulante que destila amor en sus caricias a los niños, desvalidos, enfermos y marginados, que va encontrando por este mundo de los hombres.
El deseo de Jorge Mario de cambiar su nombre por el de Francisco en recuerdo del santo de Asís que vivió la pobreza hermanada con animales y toda criatura de Dios, nos hizo pensar que sería un papa comprometido con los más desfavorecidos, siguiendo la huella doctrinal marcada por el hijo de un carpintero, pero nunca sospechamos que la bergogliomanía alcanzara las cotas de respeto y cariño que está alcanzando el papa.
Francisco decidió añadir a sus raíces jesuíticas la condición franciscana, dejando claro que el primer papa procedente del cono sur estaba dispuesto a renovar el añejo mensaje de la Iglesia, a decir en voz alta las opiniones que circulaban en sordina por las parroquias vecinales, a dar testimonio evangélico, a redimir de la pobreza a los necesitados y a ser la voz de los sin voz.
Humilde hasta la santidad, cercano al dolor, fraternal con los sufridores, dialogante con los poderosos, comprensivo con los descreídos, defensor de la justicia y renovador doctrinal, que con sus actitudes y palabras ha hecho retemblar el pensamiento de teólogos seguidores de la ortodoxia vaticana, desde la casa de huéspedes del Vaticano que ocupa, negándose a vivir en palacio.
Este religioso, que fue “persona del año” en 2013, ha cautivado el corazón de creyentes y descreídos que no pisan las iglesias ni practican seculares ritos religiosos, porque les importa más la frescura del personaje, su honradez, compromiso, alegría, entrega y desinterés, que la tradición doctrinal.