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Etiqueta: jirones

SOLEDAD POST-ELECTORAL

SOLEDAD POST-ELECTORAL

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Pasado el rubicón electoral, vagan por los pasillos de las sedes partidistas y se esconden en los rincones sociales los aspirantes a escaños que han sido rechazados por las urnas, sin encontrar consuelo en las palmadas de ánimo que le dan en la espalda los compañeros afortunados por el recuento de las papeletas.

Estos cadáveres políticos sufren desprecios desconocidos por los muertos naturales, al mantener la sensibilidad que tanto les hace sufrir cuando el teléfono deja de sonar; sus nombres desaparecen de los medios de comunicación; las crónicas de sociedad se olvidan de ellos; y les sobra el vestuario acumulado en el armario durante el tiempo que estuvieron entretelados al sillón.

Tales aspirantes frustrados pierden el poder, pero no la emotividad, por eso les aflige ver que algunos se cambian de acera para no saludarles. Han perdido autoridad, pero mantiene la sensibilidad que les estristece cuando nadie les obedece. Tienen más tiempo libre pero nadie lo comparte con ellos. Carecen de privilegios, pero conservan intactas las fotografías rebeldes al olvido. Han perdido el mando, pero mantiene el deseo de mandar y se enojan cuando no se tienen en cuenta sus opiniones. Pierden influencia, pero recuerdan a quienes beneficiaron, sintiendo el arponazo de la decepción con quienes se olvidan de los favores recibidos. Sufren el drama de la indefinición existencial, porque cuando estuvieron “vivos”, evitaron que se supiera lo “vivos” que eran, y ahora que no “viven” quieren recordar a todos que siguen “vivos”.

Pero algo bueno les queda porque ahora disfrutarán de la paz doméstica, recuperarán amigos, darán nuevo rumbo a su vida y encontrarán refugio en la lealtad de los amigos adolescentes, restauradores de los jirones que las papeletas han dejado en sus vidas, luchando por conseguir el bastón de mando que tuvieron ocasión de acariciar y pasó por delante de su puerta sin detenerse.

PRIMER AVISO

PRIMER AVISO

Víctor

El primer aviso de que la vida iba en serio me llegó en el colpicio un mediodía incierto, enluteciendo con jirones negros los azules años de la infancia, al contemplar un cuerpo tumbado inerme en el suelo, sobre la estrechez delgada de una grieta que unía dos baldosas, frente al que todos pasamos llamados por el silbato, para  despedir el contorno gris y sin sombra de don Víctor, administrador que había muerto unas horas antes.

Ante él desfilamos todos para saludar por primera vez a la parca, que se haría cada vez más innombrable, a medida que la vida fue ganando terreno en las almas infantiles que cortejamos el esquelético cadáver de quien guardaba los ahorros de los huérfanos que les enviaban al colpicio las viudas madres.

Lívido relieve del cuerpo desfigurado por la menudencia de la muerte, que días antes caminaba ligero por los pasillos hacia la Administración, transformado la vía procesional en vaga silueta sobre el espejo del armario, que descansaba en la alcoba tras la cortina.

Sobrevivieron al cuerpo reseco por evaporación de la sangre: el sombrero negro descolorido, las gafas redondas de pasta, el reloj plateado de bolsillo, el chaleco brillante por el uso, la luctuosa corbata deformada y los zapatos abotinados con grandes lazadas.

El resto era hedor, cenizas y vocación marinera de un mar desconocido para él que descansaba en el reverso de una fecha desgastada, recordándole la bienaventuranza de los que en esta orilla no hicieron sino disponer la embarcación para el gran viaje que a todos nos espera.

Debemos ahora, sobre este recuerdo funerario, recrear el día y la imposible nostalgia de las velas y los recordatorios orlados, porque este es el origen de la niebla que siempre nos envuelve, y no otro, cuando el inagotable azul era algo más que una pesadilla.

Andemos pues hacia levante caminando sobre el agua redentora, antes que un golpe de tierra nos lleve al silencio de los cipreses y la ropa descolorida pregunte a la madera por el cuerpo deshabitado, dudando en qué extraño territorio clavaremos un día la estaca, para descubrir el hedor de las raíces al contemplar el mármol desgastado en las doloridas losas catedralicias.