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Etiqueta: insomnio

MALRECUERDOS ARRIESGADOS

MALRECUERDOS ARRIESGADOS

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Si vencemos el olvido teniendo la memoria al día, corremos el riesgo de sufrir más de lo que buenamente podemos soportar cuando los malrecuerdos se acerquen dispuestos a invertir el rumbo de la sangre, llevándonos al insufrible insomnio en noches desalentadas por malolientes evocaciones de experiencias detestables, vividas con acíbar en el paladar.

Para evitar que la sombra de la aflicción nos acompañe, debemos conceder al olvido la oportunidad de llevarse toda la negrura de la vida pasada al país de nunca jamás, tirando luego la llave del cerrojo al agua, como hacen los enamorados al jurarse predilección eterna en el candado que cierran a dos manos en las barandillas de los puentes.

Dejemos, pues, que el olvido haga su tarea, pidiéndole que nos deje solamente los recuerdos benefactores, y aleje malos pensamientos, indulte errores, destierre ofensas y borre discrepancias, permitiéndonos caminar con las buenas remembranzas a hombros hacia el bondadoso país donde habita la tolerancia, el entendimiento, la generosidad, el compromiso, la solidaridad,… y el amor.

Mantengamos actualizada la memoria solo con recordaciones complacientes y evocaciones felices, poniendo en manos del gran sepulturero las amargas vivencias que ponen cepos a nuestra felicidad, minando los recuerdos que deben quedar para siempre sepultados en la tumba del olvido.

Naderías para los descorazonados que agitan en las almenas de la existencia la bandera de la discordia pidiendo guerra, porque la insatisfacción de su vida tienen que justificarla con cismas violentos, desconociendo que la fuerza exhalada por la bondad los arrojará al suelo como hojas muertas de otoño que arrastra el viento a las alcantarillas.

LA OQUEDAD DEL ADIÓS

LA OQUEDAD DEL ADIÓS

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adiós

Sean definitivas o temporales, las despedidas producen arañazos de profundidad variable y duración indefinida, según que el adiós anticipe un futuro reencuentro o asegure el imposible regreso al lugar de partida, abriendo de par en par las puertas a la desesperanza en la soledad del camino y el insomnio de la almohada.

El adiós imprevisible reseca la garganta, enronquece las palabras y hace tartamudear los latidos del alma. Pero cuando la despedida deja ver anticipadamente su perfil en el horizonte de la vida, el futuro se antoja inalcanzable porque el alejamiento alarga el espacio eternizando el tiempo.

Las predecibles despedidas no evitan desgarros por muy anticipadas que sean las partidas, pues la oquedad del adiós nos ahoga en el vacío de la persona huida, dejándonos quemaduras abiertas, eternas cicatrices, luto enlagrimado, pupilas enrojecidas y entumecida la voz.

Las despedidas, en fin, descubren capilares negros por donde se filtra el dolor desconsolado, pespunteando en la memoria recuerdos felices enturbiados por imposibles resurrecciones, enterrados en el olvido junto a sueños frustrados sin remedio, cubiertos por el vacío de eternas postergaciones hermanadas con el desencuentro.

Dejan los adioses un lamento envenenado con temblores de voces evocadoras de lo que pudo ser y no fue, mientras el adiós injerta estrías polvorientas en las cerraduras, dando la espalda al amor desastillado renacido entre tinieblas, amordazadas por una separación empeñada en sepultar las promesas de permanencia, imponiendo consignas agonizantes en el libro sagrado.

PRIMER AVISO

PRIMER AVISO

Víctor

El primer aviso de que la vida iba en serio me llegó en el colpicio un mediodía incierto, enluteciendo con jirones negros los azules años de la infancia, al contemplar un cuerpo tumbado inerme en el suelo, sobre la estrechez delgada de una grieta que unía dos baldosas, frente al que todos pasamos llamados por el silbato, para  despedir el contorno gris y sin sombra de don Víctor, administrador que había muerto unas horas antes.

Ante él desfilamos todos para saludar por primera vez a la parca, que se haría cada vez más innombrable, a medida que la vida fue ganando terreno en las almas infantiles que cortejamos el esquelético cadáver de quien guardaba los ahorros de los huérfanos que les enviaban al colpicio las viudas madres.

Lívido relieve del cuerpo desfigurado por la menudencia de la muerte, que días antes caminaba ligero por los pasillos hacia la Administración, transformado la vía procesional en vaga silueta sobre el espejo del armario, que descansaba en la alcoba tras la cortina.

Sobrevivieron al cuerpo reseco por evaporación de la sangre: el sombrero negro descolorido, las gafas redondas de pasta, el reloj plateado de bolsillo, el chaleco brillante por el uso, la luctuosa corbata deformada y los zapatos abotinados con grandes lazadas.

El resto era hedor, cenizas y vocación marinera de un mar desconocido para él que descansaba en el reverso de una fecha desgastada, recordándole la bienaventuranza de los que en esta orilla no hicieron sino disponer la embarcación para el gran viaje que a todos nos espera.

Debemos ahora, sobre este recuerdo funerario, recrear el día y la imposible nostalgia de las velas y los recordatorios orlados, porque este es el origen de la niebla que siempre nos envuelve, y no otro, cuando el inagotable azul era algo más que una pesadilla.

Andemos pues hacia levante caminando sobre el agua redentora, antes que un golpe de tierra nos lleve al silencio de los cipreses y la ropa descolorida pregunte a la madera por el cuerpo deshabitado, dudando en qué extraño territorio clavaremos un día la estaca, para descubrir el hedor de las raíces al contemplar el mármol desgastado en las doloridas losas catedralicias.

VERLOS CRECER

VERLOS CRECER

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Comienzan trayendo esperanzas a nuestros corazones enamorados, cuando apenas son proyectos en la corona del predictor a la espera de hacerse realidad en la cuna familiar, tras verlos nacer con dichosos ojos enlagrimados que parpadean campanas de gloria para celebrar su venida a la paz doméstica, perturbada por sus primeros llantos angelicales.

Luego se les ve estirar el cuerpo a golpes de carreras, toboganes y juegos en los parques infantiles en medio del griterío, y llegar a casa embadurnados camino de la bañera, antes de escribir la carta a los magos de Oriente y saltar sobre la cama en la madrugada de Reyes con los ojos asombrados del prodigioso milagro evangélico.

Van de la mano a la escuela, dejando el tedio de las tardes domingueras y la pereza madrugadora de los lunes, renaciendo en ellos la sonrisa con el saludo de “la seño”, complaciéndonos años después al verlos abandonar las cartillas escolares en la incierta adolescencia que remueva su cuerpo, alertando una incipiente juventud que se antoja turbulenta sin remedio.

Comienza luego a tornarse melancólica nuestra mirada con sus primeras agitaciones amorosas al borde de los libros universitarios, y nuevas lágrimas de felicidad abren el espacio a los títulos académicos, preludio del encuentro definitivo con nuevos hijos que se añaden a la espiga familiar tras gozosos esponsales.

Finalmente, sólo queda verlos crecer hacia la madurez de la vida manteniéndonos ocultos entre bambalinas, porque el mundo ya les pertenece, por mucho que alarguemos el cordón umbilical y persistamos en el empeño de ampararlos bajo el techo del amor eterno, protector de errores que a ellos corresponde enmendar, con nuestra mano tendida y el arnés en bandolera.

Ahora toca recoger la cosecha sembrada con atención diaria, generosidad desprendida y sacrificio ermitaño, alimentando el alma con pan candeal de amor bienaventurado, como sucedió ayer a mis pupilas acuosas de felicidad, viéndolos crecer juntos y luchar por un empeño común, alzándola él en la sombra para que ella recibiera honores académicos, tras largos años de trabajo silencioso y noches tardías de insomnio en vísperas de la unanimidad otorgada con alabanzas y laureles.

A TU MADRE

A TU MADRE

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Mujer mitad diosa y mitad santa, que alternó en tu infancia los cuidados en la cuna con los juegos infantiles, hasta que fue posible el milagroso despertar a la vida en sus manos, cuando los interrogantes sólo encontraban respuesta en sus labios y la caricia de sus manos consolaba tus devaneos.

Mujer que amadrinó tu primer amor, convirtiendo la incertidumbre de tus descubrimientos en felices certezas y cargó sobre su espalda las dificultades que la vida fue echándote encima mientras guiaba tus pasos hacia misterioso país de la felicidad donde ruedan por el suelo las contrariedades.

Mujer de total entrega sin condiciones a tus causas, aunque estuvieran perdidas de antemano y compañera inseparable en las horas de insomnio a la cabecera de tu cama, cuando ya los primeros temblores de sus neuronas comenzaban a desgastar su memoria, sin previo aviso, ni merecerlo.

Mujer que mantuvo hasta ayer la fuerza juvenil, la sabiduría de la experiencia, la discreción de sus lágrimas y el callado sacrificio de su permanente renuncia a la vida para alejarte de sufrimientos y dolores, cuando la vida se te puso cuesta arriba y el sacrificio llamó a tu puerta.

Mujer hoy abandonada en el olvido de una habitación de reposo donde nada reconoce y la sombra enturbia su paso por la vida, oscureciendo en la memoria hasta su propio nombre, sin que los nietecillos puedan redimirla del olvido, ni el peine evite el temblor de tus manos al ordenar sus cabellos.

Hoy postrada, ninguna esperanza cabe de resucitar sus evocaciones en los manuales neurodegenerativos, ni reparación posible al deterioro cognitivo ni vuelta atrás a los trastornos conductuales, pero mantén la esperanza de que en lo más remoto de su alma sonríe cada vez que tus labios la besan.

INSOMNIO REAL

INSOMNIO REAL

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Atormentado por el insomnio que le producía al rey Juan Carlos el paro juvenil, decidió el pasado jueves someterse a un tratamiento intensivo de disparoterapia para superar la traumática vigilia que padecía, poniéndose en manos de un chamán botsuanés, y hasta su choza se desplazó con un fajo de 60.000 euros en la mano para abonar los servicios del hechicero.

Superada la primera sesión de espiritismo, el monarca se retiró a descansar relajado por efecto de los líquidos, humos y vapores empleados por el brujo en adormecerlo. Pero cuando estaba a punto de caer en brazos de Morfeo, el barritazo de un elefante le hizo saltar de la cama y tomar el fusil del nigromante para defenderse de la bestia, derribándola de treinta y cuatro certeros disparos, dejándole el cuerpo como un colador.

Para celebrar la matanza, se reunió con los indígenas del poblado y bebieron agua embriagadora de un pozo encantado hasta las cuatro de la mañana, en que un maldito escalón se cruzó con el real pie izquierdo del insomne, haciéndole añicos la cadera, sin que los cuarenta millones de súbditos supieran lo sucedido.

Volando a lomos del avión cedido por un amigo multimillonario tomó tierra en su reino, exigiendo ser ingresado en una clínica privada para evitarle a la ruinosa sanidad pública un gasto innecesario, demostrando con este gesto su amor a los súbditos, la gran preocupación que sufre por la economía de su feudo, el dolor insoportable por los cruzados de brazos, la pesadumbre por la prima que tiene en riesgo y una desmedida confianza en los servicios sanitarios que disfrutan sus feudatarios.

Todo esto sucedía sin que nadie saqueara la solitaria Zarzuela el mismo día que los republicanos brindaban con esperanza por la tercera República, su ilustre esposa celebraba la fiesta de pascua a 2.395 kilómetros de distancia y sin prisa por regresar, el heredero fingía una sonrisa a la entrada de San José para tranquilizar a los siervos, su antimonárquico nieto Froilán asomaba el ojo por agujero perforado de su pie y Anasagasti pedía la abdicación del monarca.