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TEMOR AL SER HUMANO

TEMOR AL SER HUMANO

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Llama la atención que el mayor temor del ser humano, sea al propio ser humano, es decir, al animal de su misma especie, porque en lugar de protegerse mutuamente entre ellos, se lían a cinturazos, castigos, torturas, cañonazos y tiro limpio, para apropiarse unos de los bienes que pertenecen a otros.

Aparte de balazos, mordazas y prisiones empleados contra los rebeldes, habladores y luchadores, el grupo privilegiado y minoritario de terrícolas que gobierna a la inmensa mayoría de bípedos oprimidos desde las instituciones y entidades financieras, pervierte las bases de la convivencia y el derecho, en su propio beneficio.

Hoy se teme más al ser humano que a las tempestades, los desastres naturales, los terremotos, las inundaciones, las dentelladas de felinos, las epidemias exterminadoras, las picaduras de insectos o las mordeduras de cobras. Hoy el ser humano teme a los sartenazos que puedan venirle de animales de su misma especie, pero distinta ralea.

Se teme a los políticos que engañan, a sus decretos exterminadores, a su efecto institucional contaminante de podredumbre y a sus órdenes de guerra. Se teme a la codicia insaciable de los banqueros, a los millonarios sin escrúpulos, a los empresarios explotadores, a los capataces y los verdugos.

Se teme a los terroristas asesinos, a los politiquicías represores, a los violadores lapidarios, a los mercaderes humanos, a los matarifes exterminadores, a los fríos ametralladores, a los torturadores inclementes, a los maltratadores, a los matones a sueldo, a los mercenarios, a los explotadores y a otras subespecies degeneradas de la raza humana, que pueden arruinar la vida del vecino por una sola lenteja.

INSECTOS CONTRA EL HAMBRE

INSECTOS CONTRA EL HAMBRE

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Según la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), los humanos que pasan hambre en el tercer mundo pueden aliviar la desnutrición comiendo insectos de todo tipo, con el mismo placer que los habitantes del primer mundo devoramos centollos, ostras vivas y percebes.

Aconseja esto la FAO a los insectívoros humanos porque en el año 2030 no podrán alimentarse los 9.000 millones de personas que habrá en la Tierra junto a otros tantos animales, dado que la agricultura no permitirá su expansión, se vaciará la despensa marina y el agua potable será un bien muy escaso.

Los argumentos empleados por José Graziano da Silva y sus muchachos para sugerir el consumo de esos animalitos, es que los insectos tienen tantas proteínas como la carne, abundan en la naturaleza y es barata la producción. Además, su gran valor nutritivo y elevado contenido en grasas, vitaminas, fibras y minerales, los capacita para elaborar piensos.

Pregonadas las virtudes de la ingesta de insectos para mitigar la hambruna en el mundo, nos falta saber si la autora del informe que recomienda comer esos bichos se alimenta de ellos y comparte mantel con los dos millones de personas hambrientas en Asia y África que consumen 1.900 especies de insectos para engañar el estómago.

Nos hubiera gustado más que Eva Muller denunciara los millones de toneladas de alimentos que van diariamente a los estercoleros en el primer mundo. Nos gustaría que la FAO disparara sus misiles contra el gasto mundial en armamento para matarnos entre nosotros, porque si esos miles de millones de dólares se emplearan en alimentos, todos los terrícolas comeríamos platos calientes cada día. Nos gustaría abolir la explotación del tercer mundo, el abuso y la esquilmación de su riqueza natural.

Mientras esto llega, sugerimos al restaurante romano de la Viale delle Terme di Caracalla, donde comen a diario los miembros de la FAO, que sustituya la actual carta de menús por otra a base de escarabajos crujientes en lecho fluido de orugas de ciénaga, chinches de jergón salteados con patas caramelizadas de tarántula, foie micuit de cigarras salvajes con quenelle de piojos y sabroso deep de cochinillas con cuerpos de libélulas salpicados de moscas de corral.