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Etiqueta: Inglaterra

VERONA TRAJO AL FELÓN

VERONA TRAJO AL FELÓN

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En 1822 se reunieron en la ciudad italiana de Verona los representantes de países santíficamente aliados en alianza: Francia, Rusia, Inglaterra, Prusia y Austria, para preservar sus coronas tras las guerras napoleónicas y la defenestración del emperador francés, con grave daño para España y los españoles.

El Tratado de Verona establecía que los gobiernos representativos no eran propios de las monarquías, que la libertad de expresión perjudicaba a los monarcas y que la religión era la fuerza capaz de conseguir la obediencia de los vasallos a sus reyes, por lo que Luis XVIII decidió auxiliar a su sobrino Fernando «Felón», invadiendo España con cien mil guerreros libertadores, santificados y bendecidos en iglesias francesas.

En tal Congreso acordaron los salvadores universales restaurar el absolutismo en España en la persona del felonazo Fernando VII, cercado políticamente por Rafael del Riego, enviando a la piel de toro Cien Mil Hijos de San Luis el 7 de abril de 1823, que se pasearon por España desde Creus a Tarifa y desde Gata a Finisterre, instaurando en el país la azarosa y malhadada Década Ominosa.

De esa forma, consiguieron las naciones congresistas que nadie tocara sus coronas, garantizando el orden europeo que a ellas les interesaba, alejando a los incómodos liberales de tronos propios y vecinos, para que los ciudadanos se dejaran en paz de peticiones viciosas como exigir libertad, justicia, igualdad y otras zarandajas, tan molestas para el absolutismo que impusieron.

ARMADA VENCIBLE

ARMADA VENCIBLE

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No fue invencible la Armada Invencible enviada por Felipe II en 1588 para invadir Inglaterra y destronar a la protestante Isabel I, sino vencible porque cayó derrotada por los cañones ingleses, llevando la guerra donde nunca tenía que haber llegado, en defensa de un catolicismo enfermizo, estimulado por los doctrinarios de la falsa paz y engañoso amor fraterno.

El visionario guerrero real armó la Grande y Felicísima Armada española con efectivos guerreros llegados de Portugal y Flandes, poniendo al mando del incompetente Alonso Pérez de Guzmán decenas de barcos encañonados que pasaron por el Canal de la Mancha con aviesas intenciones contra los ingleses.

Las malas condiciones meteorológicas fueron el pretexto encontrado por el Imprudente Felipe II para justificar la derrota, quejándose de no haber enviado los barcos a luchar contra los elementos, sino contra los ingleses, que hicieron volver las tropas supervivientes a España con el rabo entre las piernas.

Han pasado de esto 424 años y todavía se oyen en el canal los ecos de las carcajadas inglesas recordando los tres errores de bulto cometidos por las católicas tropas españolas. Primero, considerar que los ingleses eran la mitad tontos y la otra mitad bobos. Segundo, que no es posible camuflar 127 barcos en el estrecho. Tercero que los soldados flamencos no estaban preparados para embarcar contra los hijos de la Gran Bretaña.

De nada sirvieron los rosarios que rezaron diariamente los soldados, ni las misas de campaña en las cubiertas de los barcos, ni las imágenes de Cristos, Vírgenes y santos que ondearon en los mástiles, ni las peticiones de un anticiclón, ni las imploraciones a Dios pidiendo “Álzate Señor en nuestro favor y defiende tu causa”.

EL RECHONCHO MARIDERO

EL RECHONCHO MARIDERO

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Seis esposas tuvo el rechoncho casadero rey de Inglaterra y señor de Irlanda, monarca absolutista que envió en un paquete a la Iglesia Católica hacia Roma por no concederle el divorcio con su española esposa, erigiéndose él mismo en jefe supremo de la Iglesia anglicana, porque el tal Enrique VIII no tenía escrúpulos para quitarse de encima todo lo que hiciera sombra a su grasienta corpulencia real, incluidas las brujas que enviaba al matadero.

La primera mujer en acompañarle al tálamo nupcial fue la hija pequeña de los Reyes Católicos, Catalina de Aragón. Matrimonio anulado mediante ley parlamentaria exigida por el monarca, utilizando como pretexto la incapacidad de Cati para darle un hijo varón como heredero al trono, cuando en realidad fue por el guiño que aceptó la hermosa dama de compañía de su esposa, la cortesana Ana Bolena, que se dejó embridar en la cama por el garañón real.

No supo bien la moza donde se metía con tal marido, pues pasados tres años de fogoso maridaje con el susodicho enrique VIII, este decidió cortarle la cabeza por incestuosa, adúltera e incapaz de engendrar varón, casándose con Juana Seymour, también cortesana que le dio un hijo, muerto prematuramente.

Con Ana de Cléveris estuvo casado seis meses sin consumación matrimonial ni reinado, por lo que fue llamada «Hermana del Rey», antes de que este se acercara a Catalina Howard, prima de Ana Bolena y “rosa sin espinas” que siguió los pasos de su parienta, siendo decapitada en la Torre de Londres tras hacer varios ensayos sobre el madero la noche anterior a su despedida final. Fue su sexta esposa la tercera Catalina, conocida como “Catarina”, siendo Enrique VIII el tercero de sus cuatro maridos y la única que sobrevivió al regordete monarca anglicano.

A tan legítimas esposas, añadió el semental real varias concubinas, entre las que destacaron su cuñada María Bolena y la madre de su primer hijo varón, Isabel Blount. Historias de alcobas infieles, decapitaciones caprichosas, intrigas palaciegas y abusos reales, que bien merecen un recuerdo en este país de reyes, princesas, infantas, aristócratas, cortesanos, palmeros y pesebreros.

 

REALEZA CONFESIONAL

REALEZA CONFESIONAL

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La piadosa visita realizada por los reyes de España al Papa -con peineta incluida – permite recordar las nefastas consecuencias políticas, económicas y sociales que ha tenido históricamente para nuestro país la confesionalidad real, debido a las decisiones tomadas por los monarcas que nos han reinado.

Ya las Cortes castellanas pidieron inútilmente a Carlos V y a su hijo Felipe II el abandono de toda guerra confesional y la apertura tolerante hacia otras religiones, considerando que si los herejes se perdían, allá ellos, porque esa era la voluntad de Dios.

La confesionalidad del Estado y la intolerancia religiosa fueron la causa principal del derrumbamiento del imperio, porque la luchas religiosas nos llevaron a la ruina económica y a la enemistad con varios países, olvidando los reyes que la doctrina católica no puede construirse sobre miles de muertos en guerras estériles promovidas por quienes utilizaron, y siguen utilizando, la religión como plataforma de poder político.

Combatimos a los turcos en el Mediterráneo, guerreamos con Francia, luchamos contra Inglaterra y tuvimos interminables guerras con los Países Bajos, sin otro motivo que la defensa de una confesionalidad que se ha mantenido hasta nuestros días, con actuales cruzadas intolerantes y represivas.

Con motivo de la reforma protestante y la posterior contrarreforma católica, las Universidades se mantuvieron enfrentadas en luchas y debates ideológicos que no favorecieron el progreso científico ni la unidad de los españoles, sino todo lo contrario, pues se fomentó una división interna de consecuencias negativas reconocidas por su magnitud.

Los luteranos y calvinistas se asentaron en Ginebra, donde se estudiaba Cánones; y los católicos se fortificaron en Salamanca, Lovaina y París, reforzando la doctrina escolástica. Cada bloque defendiendo sus ideas y la ortodoxia de su doctrina, con una fuerza combativa que se apartaba del verdadero espíritu cristiano que ambos bloques afirmaban defender.