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EVA BRAUN

EVA BRAUN

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He agotado todo el Primperán de las boticas salmantinas para contener las náuseas y vómitos que me ha producido la visión del reportaje “Eva Braun en la intimidad de Hitler”, donde esta trapecista aficionada muestra el rostro más abominable del desprecio a la vida de los demás, incluyendo en este multitudinario grupo a todo aquel que se moviera o se quedara quieto, porque el caso era matar, asesinar, fumigar, torturar y exterminar.

Las imágenes tomadas por esta fotógrafa en Berghof son un testimonio de valor documental incuestionable, pero revelador de la indiferencia con que se vivía en el lujoso refugio hitleriano las masivas muertes de soldados alemanes y aliados en el campo de batalla, junto al exterminio de judíos y discapacitados en los campos de concentración.

Llamarse Eva es para las mujeres católicas un privilegio puesto que fue la primera mujer que vio a Dios al nacer, cuando este decidió hacer una obra de arte eterna con la costilla del hombre procedente del barro que dio vida al primer ser humano, creado a imagen y semejanza de su Hacedor, según el relato bíblico.

Pero tal privilegio de nombre se torna en tragedia si lleva como apellido Braun, terminando en suicidio al cambiarlo por el de Hitler en el bunker del matarife, donde el cianuro hizo su tarea cuando Berlín era un despojo en manos de los aliados y el país germano estaba diezmado de ciudadanos por seguir estos ciegamente las instrucciones de un visionario resentido ante el fracaso alemán en la primera guerra.

CARTA APÓCRIFA MONARCAL

CARTA APÓCRIFA MONARCAL

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Queridos súbditos:

Ahora que estoy malito y cojeando, quiero deciros que no me desentiendo de vuestros problemas como han dicho malas lenguas, aunque mi vida personal no me facilita poner atención en dificultades ajenas ni en la crisis que estáis pasando, ya que los problemas familiares me ponen en el disparador y sigo con la tradicional agitación sanguínea primaveral propia de los Borbones.

A mis setenta y cuatro años ya no está uno para bromas familiares de revoltosos nietos y distraídos yernos, cuando se han tenido en el punto de mira felinos, osos, perdices, paquidermos y algún hermano despistado que se cruzó en el camino del plomo, sin previo aviso.

Debéis saber que no he tenido una vida fácil, como le ha pasado a todos los que nacieron y vivieron, como yo, en el exilio, sin poder regresar a la patria hasta que se le antojó al militar tijeretar el futuro de mi padre para entregarme a mí lo que pertenecía a él.

Casé con una inmigrante vegetariana y antitaurina, incapaz de conducir de noche en moto por las calles de Madrid, con casco de camuflaje y rumbo fijo, aunque quienes afirmaban desconocer mi paradero, sabían perfectamente donde me encontraba. La griega me concedió tres legítimos hijos y ningún «griego», pero mantengo la esperanza que no se me presente a la puerta de casa algún bastardo cantando zarzuela, como le ocurrió a mi abuelo.

Aunque la mayor de mis hijas no destaca por su inteligencia, ha tenido mala suerte la pobrecita con un marido que alimentaba el entusiasmo a través de una sonda nasal y tenía desequilibrios físicos de origen desconocido que la llevaron al divorcio, provocando que mi nieto se autolesionara con un disparo, ante sus narices.

Mi otra hija es la más tonta de los tres. Algo que ha sido aprovechado por su marido para engañarla ocultándole sus andanzas financieras. También se han beneficiado de la tontuna los asesores de sus empresas, ocultándole lo que firmaba. Incluso he podido engañarla yo mismo negando la verdad que supe desde el principio, para conseguir, con tanto engaño, engañar al juez.

El hijo pequeño, guapo él, ha decidido heredar de mí cuanto le beneficia, renunciando a sacrificios y servidumbre de la realeza. Por eso se me ha casado con una plebeya divorciada, que vive, como todos, a costa mía, bueno, no, a costa vuestra.

Tuve a mi madre en silla de ruedas, me falta un trozo de pulmón, tengo una bola de metal en la cadera y he sido operado varias veces. Pero mantengo intacto el aparato genito-urinario para hacer los honores al apellido que heredé de mis antepasados.

Es para mí un orgullo poder pediros ayuda y comprensión en mi desgracia porque necesito vuestro apoyo en estos momentos, ya que el ejemplar recorte del 7 % que acabo de imponer en la Casa me obliga al sacrificio, exige austeridad y empobrece mi vida, obligándome a privar de la hoja de lechuga al grillo que canta en mi ventana.

Vuestro rey, Juan Carlos I, que tanto os necesita.