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EL OFICIO DE ESCRIBIR

EL OFICIO DE ESCRIBIR

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Aseguraba Carlyle que escribir era lo más milagroso de cuanto el hombre pudo imaginar, convirtiendo así la escritura en un milagro. Delille simplificaba la acción, diciendo que escribir no era más que interesar. Y Goethe afirmaba que escribir era un ocio muy trabajoso. Es decir, ocio y trabajo se ponen de acuerdo en contradictoria armonía para convertir en arte los juegos de palabras, sobre la página en blanco.

Todas las personas milagrean con la escritura, todas. La mayoría fuerzan esponsorios ilegítimos de palabras que terminan en divorcios literarios. Algunas son escribientes sin manguitos. Muchas lucen su palmito literario ejerciendo de copistas. Gran parte de ellas son escribidores asalariados. Y en contados casos surge un escritor con suficiente calidad en su pluma para merecer ese nombre.

Saber medir los quilates de la buena literatura, despreciar la abundante bisutería literaria que se expone en las estanterías comerciales, identificar la argamasa que cimenta el edificio literario y saber con qué tipo de arcilla se modela un escritor, es una exigencia de nuestro tiempo.

El oficio de escribir exige peregrinar por un largo sendero, pedregoso, empinado y estrecho, minado con trampas, jalonado de fracasos y marcado con decepciones, donde el trabajo silencioso, la voracidad lectora, el aprendizaje diario y la permanente renuncia a la holgazanería, han de ser el norte de la brújula profesional de quien aspire a ser escritor, aunque ese caminar no le lleve a parte alguna.

JOSEP PLA

JOSEP PLA

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imagesHace estos días treinta y dos años que un intelectual agriescritor catalán, periodista campesino español, humilde ciudadano y sencillo vecino palafrugellense, dejó su vida abandonada en Llufríu, junto a las treinta mil páginas escritas en los ochenta y cuatro años de vida que pasó modernizando la lengua catalana y describiendo paisajes, costumbres y tradiciones de la tierra.

Los artículos de Josep Pla son historia viva del siglo XX y sus obras le han consagrado como el escritor más importante de la prosa catalana, destacando como su principal virtud literaria la de ser el mejor cazador de adjetivos de nuestra literatura, porque el éxito literario consiste para este payés en poner detrás de cada sustantivo el adjetivo exacto, siempre difícil de encontrar, que Josep conseguía fácilmente mientras liaba cigarrillos de “caldo”, que fumaba sin cesar.

Cercano escritor que opuso la literatura realista a la imaginativa, luchando contra la estética barata y el idealismo de bisutería, considerando un camelo la erudición y el abuso de citas, Josep Pla escribió toda su obra a mano, gran parte de ella a lápiz, en horas nocturnas y asomado al fuego de su chimenea rural, alimentando la idea de la eterna insatisfacción española, hermanada con la envidia, que nos priva de la felicidad que deseamos.

Lector de Pascal, Montaigne, Tolstoy y Goethe. Bebedor de whisky y soltero empedernido, opinaba este sabio payés que el fracasó de la República fue debido a la prisa que se dieron los gobiernos por reformar aspectos esenciales y tradicionales de la sociedad española, como fue la modificación en pocos meses la posición de la Iglesia, la reconversión de los latifundios y la liquidación del militarismo.

El único miedo que tuvo Josep Pla fue caer en el ridículo, como le sucedía a los innumerables paveros que pastaban en España, poderosos personajillos envidiosos, prepotentes, ignorantes y presumidos, que vivían alejados de los ciudadanos en las poltronas políticas, despreciables para este singular intelectual catalán que le hubiera gustado ser campesino en lugar de escritor.

KARLOVY VARY

KARLOVY VARY

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Escondida entre los frondosos bosques de Bohemia, donde confluyen los ríos Eger y Teplá, descansa la ciudad balneario más lujosa que imaginarse pueda, fundada, sostenida y bautizada por el gran Carlos IV en 1370 con el nombre de Karlovi (Carlos), Vary (baños termales).

En el hotel Pupp de la villa tiene reservada habitación central, con balcones enrejados en el segundo piso, el presidente de la República checa, donde acude a recuperar fuerzas siempre que sus ocupaciones le permiten retirarse a este privilegiado rincón del país que gobierna.

En sábanas perfumadas con esencias aromáticas y lujosas estancias de residencias laterales, abandonan sus preocupaciones los multimillonarios rusos que van a “tomar las aguas termales”, servidas en caprichosas jarritas de caolín, sorbo a sorbo y sin desmayo. Eso sí, evitando que los 65º C con que los manantiales suministran el líquido milagroso, no les produzcan llagas en la boca.

Prohibido está durante el tratamiento que prescriben los “médicos de aguas”, el uso de teléfonos móviles, ordenadores y todo aquello que impida el alejamiento de los “pacientes” de sus “preocupaciones” diarias.

Bebieron con frecuencia de sus aguas personajes como Beethoven, Mozart, Bach, Dvorak, Marx y, sobre todos ellos, Goethe quien paseó muchas veces sus sesenta años por las calles de Karlovy al enamorarse de una chiquilla ante la oposición de los padres de la fémina, contentándose el poeta con sentarse en un banco frente al balcón de la joven amada para verla los escasos segundos que ella se asomaba furtivamente al balcón.

Allí alternan los visitantes el licor de hierba Becherovka con la popular agua mineral Karlovarská kyselka, que les ayudan a digerir sin náuseas el preciado elixir procedente de las entrañas de la tierra.

Estoy obligado a confesar que apenas mojé los labios con el agua termal de sus manantiales porque su temperatura y sabor no están hechos para un paladar tan delicado como el mío, dispuesto a protestar cuando las pupilas gustativas detectan sabores alejados de mis nutrientes habituales.

Pero sí, pude ver a los visitantes beber por la calle en jarras especiales el néctar que a mí paladar resultó detestable.