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MILAGRO DE AZAHAR

MILAGRO DE AZAHAR

Callejón

No voy a recordar declaraciones patrimoniales de la Humanidad sobre un recinto medieval y renacentista, ni hablaros de concatedrales, palacios, torres almenadas, arcos estrellados o casas blasonadas entre las que asenderear recogidos pasos en silencio deteniendo el tiempo, pisada a pisada, por callejuelas empedradas de la cacereña Ciudad Vieja.

Tampoco evocaré el Tercer Conjunto Monumental de Europa que dio techo y suelo a judíos y cristianos, antes de que una real ordenanza católica, de católicos reyes, abriera con dolor los caminos de sefarad a quienes practicaban confesión diferente a la dominante, a golpe de espada y represión, que hicieron de las sinagogas ermitas santorales, para descansar tranquilos en casa Alonso Golfín.

Igualmente, si previniera del riesgo de perder el rumbo entre las callejuelas contemplando tanta belleza, rompería el encanto de la sorpresa entre las piedras que rumorean historias desconocidas en los libros de texto, descubiertas solo deambulando con alma abierta entre las rendijas de los misterios que se ocultan a las guías turísticas, ocupadas en llevar a los visitantes por rutinarios espacios de lechosas torres jesuíticas, advertencias de Moctezuma, Carvajal, Godoy, Ovando, Alcuéscar o Saavedra.

Tampoco vale la pena recordar el vengativo capricho de La Católica, que mandó desmochar las torres para castigar con esa orden a los rebeldes que apoyaron a la Beltraneja, porque más importante es invitaros a subir por el estrecho Callejón de don Álvaro para gozar del milagro desprevenido de un ocioso naranjo que asoma por encima de tapia, derramando oleadas de embriagador azahar, superpuesto al aroma de las flores que las enamoradas llevan al altar del maridaje.

EL GABACHAZO DE FONTAINEBLEAU

EL GABACHAZO DE FONTAINEBLEAU

Tratado-Fontainebleau

El 27 de octubre de 1807, el valido Godoy en representación de Carlos IV y Napoleón, firmaron el tratado de Fontainebleau de ayuda mutua para invadir Portugal y repartirse el territorio, haciéndose al mismo tiempo con los puertos atlánticos para impedir que Inglaterra se abasteciera en las aliadas costas portuguesas.

De esta forma, se autorizó a las tropas francesas a pasar por territorio español, olvidándose el enviado del borbón de leer la letra pequeña que figuraba en el reverso de las intenciones gabachas, donde se permitía a los soldados dormir bajo las encinas salmantinas, el pórtico de la catedral de Burgos, la playa donostiarra, la Barceloneta y el templete de Pamplona, entre los mil lugares españoles que invadieron aprovechando su paso por la piel de toro, sobre la cual asentaron 120.000 soldados franceses que controlaban comunicaciones y fronteras.

El motín de Aranjuez provocó la caída fulminante de Godoy, la abdicación inmediata de Carlos IV en su felonazo hijo Fernando, la ocupación de Madrid por las tropas de Murat y la coronación de Pepe Botella, hermano del todopoderoso dios emperador.

A partir de aquí vino lo que vino, y los españoles tuvimos que salir juntos a la calle con hoces, guadañas, navajas y arcabuces a pelear contra los invasores por nuestra independencia, tras el engaño sufrido en Fontainebleau, aunque malas lenguas aseguraron que Godoy conocía las aviesas intenciones de los aguerridos vecinos que pretendieron cambiar la dinastía borbónica por la napoleónica.