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GOBERNAR

GOBERNAR

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Gobernar no es tanto imponer y mandar, como guiar y llevar al pueblo de la mano hacia un futuro mejor, después que éste haya depositado su confianza en los vecinos que se ofrecen a dirigir sus vidas, presumiendo de tener la brújula que conduce a la prosperidad, el bienestar y la paz, con entendimiento, cordura y generosidad.

Gobernar es servir a la verdad evitando engaños masivos, falsas promesas, respuestas inoportunas, guiños cómplices, frases prefabricadas, órdenes de mando, consignas inaceptables, filas prietas y decisiones interesadas a favor de cuentas corrientes propias.

Gobernar exige cautela, imaginación, prudencia, verdad, sabiduría, transparencia, humildad, talento, respeto y una gran vocación de servicio público que pide renuncia a beneficios propios y sacrificio personal, compensado con el afecto de los gobernados, la gratitud de los vecinos, el reconocimiento de la historia y la presencia duradera en la memoria colectiva del pueblo y las generaciones futuras.

Gobernar es avanzar manteniendo lo que deba conservarse; promover una sociedad justa donde cada cual reciba aquello que le corresponde; proteger la salud, mejorar la educación, preservar la libertad y evitar el desempleo a golpes de crecimiento.

Para gobernar no se necesita carisma, ni buena imagen artificial, ni poses en bandolera, ni aplausos enlatados, ni seriedad de porcelana, ni secretismo oficial, ni paternalismo popular, ni sonrisas de conejo, ni demagogia populista, ni plantas trepadoras, ni peldaños humanos para pisar a los demás en el ascenso.

CAPRICHOS A 120 km/h

CAPRICHOS A 120 km/h

De las muchas formas que hay de gobernar, destaca por su arbitrariedad el gobierno caprichoso a golpe de decreto o, si se prefiere, el gobierno por decreto a golpe de caprichos. Modalidad que consiste en someter la vida de los ciudadanos a decisiones condicionadas por la dirección que tome el viento en torno a la cabeza de quienes hacen del país, cortijo de recreo.

Si se trata de un sirocazo, su influencia en mentes con pinzas flojas puede tener efectos desoladores en los vecinos, incapaces de comprender decisiones que no tienen pies, ni cabeza, ni tronco, ni extremidades. Es decir, sin cuerpo ni fundamento alguno, producidas por calenturas temporales de mentes seudoprivilegiadas que en momentos de política delirante deciden jugar con los ciudadanos, en lugar de gobernarlos con el respeto que merecen.

Las  monarquías han tenido sus validos sin nombramiento formal, pero con más poder que el propio rey. Ahí está el de Olivares para demostrarlo, hombre de confianza y presidente in pectore para Felipe IV, aunque no fuera más que sumiller de corps, caballerizo mayor y camarero mayor, pretextos para estar en todo momento al lado del monarca y decidir por él.

Pero las cosas han cambiado. En el actual Estado monárquico, el presidente otorga a sus validos ministerios y otras menudencias sin importancia. Concretamente, el profesor de economía del premier tiene en su poder la industria, el turismo, el comercio y la voluntad del patrón, para que éste patrocine sus genialidades.

¿Cómo, si no, se explica el regalo de bombillas de bajo consumo, previo paso por correos? ¿Quién puede entender  el fracaso del plan “vive”? ¿Qué explicación puede darse a los nuevos recibos eléctricos? Y, finalmente, ¿a qué vino la bajada del límite de velocidad, por mucho que el valido se empeñara en justificar el ahorro a base de poner en fila no sé cuántos miles de barriles de petróleo desde Sirio hasta Shaula?

¿Quién hizo el cálculo y cómo lo hizo? ¿Se tuvieron en cuenta las horas de trabajo invertidas en el cambio de pegatinas, su coste de fabricación, el transporte y la energía empleada en ello? ¿Se ha calculado el coste moral y económico que representa volver a la situación de partida del 7 de marzo, a partir del 1 de julio?

Hay más: si la medida tomada ha sido tan saludable que ha permitido en cuatro meses reducir en ¡450 millones de euros! la balanza de pagos, ¿por qué no seguir con ella? Y si no ha sido así ¿por qué ocultar el error cometido?

Y, sobre todo, ¿se ha evaluado el desgaste ciudadano, la indignación y el cansancio de una población harta de que le tomen el pelo, como han puesto en evidencia todas las encuestas relativas a tan caprichoso decreto?