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QUIMERA

QUIMERA

Me posiciono junto a los que mantienen las mismas utopías de siempre, como si las hojas del calendario fueran ajenas al otoño existencial y la vida ilusoria siguiera ocupando el punto ciego de su globo ocular, dando la espalda a la terca realidad.

Qué cosas tienen los que conservan el romanticismo social. Por supuesto que el mundo sería diferente si en las cúpulas del poder estuvieran los que debían estar. Anda, que habrán perdido el pelo detrás de las orejas de tanto pensar, para llegar a semejante obviedad.

Conseguir que nos dirijan los mejores es la gran quimera en el país. Como lo son también la honestidad en la vida pública, la igualdad de oportunidades, el respeto a otras ideas, la libertad de opinión, la protección del débil, la independencia del poder judicial o la aplicación del principio fundamental de mérito y capacidad para seleccionar los candidatos que promocionan internamente en la administración pública.

Si los cargos públicos en la administración estuvieran ocupados por los más capacitados para ejercerlos, la prevaricación en las comisiones de selección no formarían parte de nuestras conversaciones diarias. Si los dirigentes políticos fueran seleccionados entre los ciudadanos más capaces y honrados, no estaríamos en el ranking  de países con más amiguismo y corrupción. Si todos los jefes de departamentos universitarios fueran como algunos creen que son, García Calvo nunca hubiera propuesto la demolición de la Universidad. Si los responsables educativos se parecieran algo a Don Francisco Giner, otro gallo cantaría a nuestra educación. Si las autoridades locales imitaran el estilo de Don Fili, la vida en las ciudadaes sería distinta.

Lo triste es que para ocupar un puesto directivo en este país hay que dar muchas cabezadas al día, llevar durante años la cartera del jefe, reírle sus estúpidas gracias, soportar su mal humor, hacerle el trabajo sucio y tragar más sapos que grullas y culebras, si se pretende hacer en el futuro la tarea que ahora realiza el jefecillo de turno. Hay que trepar durante más tiempo que el requerido para fotografiarse luego en el despacho con el flash de magnesio, cuyo destello llena el salón de humo denso, tóxico y sucio. Ingredientes necesarios para realizar la gestión que se tiene encomendada.