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Etiqueta: Gertrudis

INOCENTE MATA HARI

INOCENTE MATA HARI

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Cuarenta y un años tenía la hija del sombrerero Adam Zelle cuando fusilaron su cuerpo doce soldados parisinos la madrugada del 15 de octubre de 1917, en plena guerra mundial, sin permitir a la hipotética espía Mata Hari defenderse de acusaciones sin pruebas, que hoy serían rechazadas en los tribunales de justicia.

Solo cuatro disparos perforaron su cuerpo, siendo uno de ellos el que destrozó su corazón, tras despedirse con un beso de sus ejecutores, sosteniendo la tradición que los doce matarifes dispararon con los ojos vendados para evitar desviaciones del punto de mira ante su belleza.

Como sucedía con los ajusticiados, su cuerpo decapitado fue donado a la Facultad de Medicina para estudios anatómicos, conservándose embalsamada su cabeza en el Museo de Criminales de Francia hasta 1958 en que fue robada por algún póstumo enamorado de la bella Margarita Gertrudis Zelle.

Su delito fue enamorarse de un joven soldado ruso, su castigo ser falsamente delatada por los alemanes y su desgracia ser hermosa bailarina de cautivadora belleza, lujosa meretriz y amante de poderosos, millonarios y políticos por sus habilidades amatorias orientales aprendidas en Java, tras el envenenamiento de su hijo y entre borracheras continuas del marido que mantuvo la custodia de su hija por la vida licenciosa que llevaba la actriz.

Un falso mensaje alemán cifrado denunciando a la espía H-21 puso en estado de alerta a los franceses, que decidieron acusarla de espionaje a favor de los mismos delatores, pagando con su vida las críticas recibidas por los militares franceses para compensar sus errores en el campo de batalla, convirtiendo en mito de leyenda a quien fue una simple ramera algo cotilla.

RELECTURAS

RELECTURAS

Unknown

Hay lectores voraces que consumen toda la literatura que pasa por sus manos; otros se circunscriben a un género literario concreto; algunos se instruyen con ensayos para acrecentar su erudición; y no faltan quienes leen portadas y contraportadas de libros antes de abandonar los textos en las estanterías domésticas.

Yo dedico mi preferencia a las relecturas de libros que me han complacido en su primera lectura, proporcionándome momentos de dulce bienestar, salvo cuando las investigaciones me han llevado a textos de obligada lectura para documentar mis libros.

Confieso mi rechazo a las novedades literarias por el espanto que me han producido algunas de ellas, y sólo me acerco a páginas nuevas cuando reiterados amigos en los que confío, me recomiendan la lectura de una obra, aunque no figure entre las más vendidas, junto a impresentables “ambiciones” de la princesa populachera.

La relectura evita que los árboles de la trama o el mensaje, impidan ver el hermoso bosque literario que un libro esconde en sus páginas, imposible de llevar a las pantallas, como le sucede a la historia de la familia Buendía, a las aventuras del señor Quijano, al maestro poeta sevillano, a los gitanos granadinos, al marinero de Isla Negra, a los sueños y buscones del cojo Villegas, al hijo de Gertrudis en Dinamarca y a los pocos escritores que en el mundo han sido.

En contra del sentir común, no creo que las imágenes valgan más que las palabras, sino todo lo contrario. Pienso que la fina artesanía de una frase bien trabada, es imposible mostrarla en imágenes por perfectas que éstas sean, como sucedió en Macondo, La Mancha, a orillas del Darro, frente al océano, por las calles de Madrid o en otros lugares.

Releer textos placenteros sabiamente literaturizados es revivir la felicidad que reportan a voluntad propia, sin prisas por llegar al desenlace, entreteniéndose en el camino cuantas veces requiera el placer de la lectura, retornando a la página anterior o saltando arbitrariamente de página, porque el argumento ya es conocido y solo se pretende alargar placenteramente las horas con la lectura.