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EL RECHONCHO MARIDERO

EL RECHONCHO MARIDERO

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Seis esposas tuvo el rechoncho casadero rey de Inglaterra y señor de Irlanda, monarca absolutista que envió en un paquete a la Iglesia Católica hacia Roma por no concederle el divorcio con su española esposa, erigiéndose él mismo en jefe supremo de la Iglesia anglicana, porque el tal Enrique VIII no tenía escrúpulos para quitarse de encima todo lo que hiciera sombra a su grasienta corpulencia real, incluidas las brujas que enviaba al matadero.

La primera mujer en acompañarle al tálamo nupcial fue la hija pequeña de los Reyes Católicos, Catalina de Aragón. Matrimonio anulado mediante ley parlamentaria exigida por el monarca, utilizando como pretexto la incapacidad de Cati para darle un hijo varón como heredero al trono, cuando en realidad fue por el guiño que aceptó la hermosa dama de compañía de su esposa, la cortesana Ana Bolena, que se dejó embridar en la cama por el garañón real.

No supo bien la moza donde se metía con tal marido, pues pasados tres años de fogoso maridaje con el susodicho enrique VIII, este decidió cortarle la cabeza por incestuosa, adúltera e incapaz de engendrar varón, casándose con Juana Seymour, también cortesana que le dio un hijo, muerto prematuramente.

Con Ana de Cléveris estuvo casado seis meses sin consumación matrimonial ni reinado, por lo que fue llamada «Hermana del Rey», antes de que este se acercara a Catalina Howard, prima de Ana Bolena y “rosa sin espinas” que siguió los pasos de su parienta, siendo decapitada en la Torre de Londres tras hacer varios ensayos sobre el madero la noche anterior a su despedida final. Fue su sexta esposa la tercera Catalina, conocida como “Catarina”, siendo Enrique VIII el tercero de sus cuatro maridos y la única que sobrevivió al regordete monarca anglicano.

A tan legítimas esposas, añadió el semental real varias concubinas, entre las que destacaron su cuñada María Bolena y la madre de su primer hijo varón, Isabel Blount. Historias de alcobas infieles, decapitaciones caprichosas, intrigas palaciegas y abusos reales, que bien merecen un recuerdo en este país de reyes, princesas, infantas, aristócratas, cortesanos, palmeros y pesebreros.

 

ARDENTÍA ISABELINA

ARDENTÍA ISABELINA

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Del borbónico Fernando VII se ha dicho todo lo malo que podía decirse, porque este rey felón, además de cínico, fue traidor, cobarde, servil, asesino, mandón e incumplidor de la ley Sálica que saltó a la torera con reajustes, para ceñir la corona en la cabeza de su hija Isabel, al no tener descendencia masculina. Efectivamente, la tatarabuela de nuestro rey Juan Carlos usurpó el trono a su tío Carlos María Isidro de Borbón, hermano de su padre y heredero legítimo a la sede real, según cuentan los cronicones.

Por razones endogámicas de Estado, Isabel II fue obligada a casarse con su primo el infante Francisco de Asís de Borbón, convirtiendo a su tío Francisco de Paula en suegro y escandalizando al pueblo sabedor de la homosexualidad de su marido, que tuvo cien novios ocasionales, cifra inferior a los amantes que pasaron por la alcoba real de Isabel.

Tras ser desflorada la niña por el garañón Olózaga, alivió los ardores de la ninfómana reina su maestro de letras Ventosa, que dio paso al profesor de canto Frontela. Pasaron luego por el tálamo real: el compositor Arrieta, los cantantes Mirall y Obregón, antes de beneficiarse al secretario Tenorio y los marqueses de Bednar y de Linares. ¿Suficientes vaivenes para la reina? Pues no.

También alivió a la señora el gobernador de Madrid Carlos Marfori, su administrador y secretario Altmann, y un ejército completo de soldados ardientes, iniciado por los Generales Serrano y O’Donnell, el coronel Gándara, los capitanes Arana y Ramiro y el teniente de ingenieros Puigmoltó, padre del rey Alfonso XII.

El bisabuelo de nuestro rey, Alfonso Puigmoltó y Borbón, fue registrado como Alfonso de Borbón y Borbón, por generosidad de Francisco de Asís que accedió a darle su apellido, presionado por extrañas razones de Estado. Insaciable reina que transmitió su ardentía sexual a varias generaciones de Borbones, comenzando por su hijo Alfonso XII.