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EN MEMORIA DE UN INGENUO CUERVO

EN MEMORIA DE UN INGENUO CUERVO

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Se nos fue sin previo aviso el irreverente pilarista de vida bohemia, que solo interrumpía el placer de fumarse un cigarro para encender otro, en noches mágicas de vino y canciones al abrigo de la amistad incondicional que siempre tuvo con sus músicos, cuando se bajaba el telón de la Mandrágora, Elígeme o Galileo, agotados ya los párpados y la voz entre bromas, risas y tambaleos.

Un malhadado infarto de madrugada ha noqueado a Javier, poco tiempo después de cantar “las diez de últimas” en la partida de tute que estaba jugando con la vida, sabiendo que esta no le perdonaría el renuncio de bromear con ella durante los setenta y un años de vida que pasó provocándola con excesos y requiebros, sin arrepentimiento alguno.

Cómo olvidarnos, Jaime, de aquellas mágicas noches pasadas con Krahe en Elígeme junto a Sabina y al mánager Paco Lucena que conocimos en Zurich. Cómo no hablar de su sencillez, su proximidad, sus chistes y su sonrisa. Cómo no mantener el retrato de su mano sosteniendo la copa y el cigarro, en difícil equilibrio, mientras cantaba o conversaba.

Persona lúcida en sus reflexiones, ingenioso en la censura, ágil en las respuestas, acertado en sus comentarios, irónico en las críticas, fustigador de doctrinas, paciente con las impertinencias, generoso en las atenciones, erudito sin pedantería, jugador empedernido de ajedrez y conversador incansable con desenfado a cualquier hora.

Se nos fue Javier Krahe, pero nos deja sus canciones, su testimonio de vida, su compromiso social, su desparpajo informal, la lealtad a sus ideas, su amigamiento con los amigos, una sencillez alejada de los escaparates y la increencia de un hombre bueno que pasó por la vida haciéndonos disfrutar con sus brassenes canciones.

Que la eternidad laica te guarde, Javier, y a nosotros alivie la orfandad.

EPPUR SI MUOVE

EPPUR SI MUOVE

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Galicia con sus meigas y conjuros es buen lugar para recordar el humillante castigo sufrido por Galileo, simplemente por defender una realidad demostrable y cierta, en contra de las predicciones bíblicas anunciadas por los escritores del libro sagrado bajo desacertada inspiración divina.

“Yo, Galileo, hijo de Vincenzo Galileo de Florencia, a la edad de 70 años, postrado ante vosotros, Eminentísimos y Reverendísimos Cardenales, en toda la República Cristiana, ante los sacrosantos Evangelios, que toco con mi mano, juro que siempre he creído, creo aún y, con la ayuda de Dios, seguiré creyendo todo lo que mantiene, predica y enseña la Santa, Católica y Apostólica Iglesia, reniego de la falsa opinión de que el Sol es el centro del mundo y que no se mueve y que la Tierra no es el centro del mundo y se mueve”.

Con estas palabras, el anciano sabio Galileo abjuró en el romano convento de Minerva, de la teoría heliocéntrica para librarse de la prisión perpetua, tardando la Iglesia cuatro siglos en reconocer el abuso, la humillación y el error que cometió con el científico, por mucho que dijeran que la Biblia establecía la inmovilidad  de la Tierra en el centro del Universo.

Cuenta la tradición que Galileo dijo tras la abjuración : “Eppur si muove”, es decir, “¡Y sin embargo, se mueve!”, algo sin visos de certidumbre, que solo pudo decir con el pensamiento o a su perro, porque de lo contrario hubiera descansado en cárcel inquisitorial hasta el final de sus días, condenado por una Iglesia de evangélicos y tolomeícos geocéntricos, que vencieron y condenaron a los certeros heliocéntricos, con ayuda de la Inquisición y el apoyo incondicional del cardenal Belarmino, que incineró vivo a Giordano Bruno con ramas de olivo en una hoguera.

Actitud detestable de una Iglesia que cercenaba de raíz el progreso científico, contravenía violentamente los evangelios, abusaba de la ignorancia popular, imponía la doctrina a cristazo limpio y conculcaba derechos básicos, con la bendición apostólica de los representantes de Dios entre los hombres, mientras el pueblo resignado cumplía los mandamientos.

ASIA BIBI

ASIA BIBI

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El fundamentalismo religioso no ha puesto límites a sus castigos a lo largo de la historia, ni coto a las sentencias que han condenado a muerte sin redención a herejes y librepensadores, simplemente por expresar discrepancias y críticas a los dioses o a sus pastores, imanes o rabinos.

Giordano Bruno, Miguel Servet, Galileo y tantos otros, fueron víctimas de la intolerancia inquisitorial perdiendo la vida en una hoguera o su dignidad personal ante el pueblo, por obra y gracia de la santa doctrina católica, apostólica y romana, basada en el amor fraterno y la entrega de la vida al prójimo.

Hoy le toca pasearse por el corredor de la muerte ideológica, a la cristiana pakistaní Asia Bibi, condenada a la horca por blasfemar contra Mahoma, es decir, por no convertirse al islamismo, algo que la hubiera salvado de la sentencia de muerte.

La cosa empezó en 2009 cuando la campesina Bibi fue a buscar agua que contaminó e impurificó por tocarla siendo cristiana, y preguntar luego a sus compañeras qué había hecho Mahoma por ellas, comparando al profeta con Jesucristo que dio su vida por todos los seres humanos.

Las fundamentalistas que oyeron tan grave acusación al profeta la acusaron de insulto ante el imán local, quien la puso en manos del juez Naveed Iqbal para complacer su bonita idea de condenarla a la horca, ante la complacencia de los vecinos. Este es el resultado de la ignorancia popular y el abuso de poder.

Sólo la cultura nos salvará del fundamentalismo. Sólo el buen uso de la inteligencia nos librará de cuentos. Sólo desempolvando la razón seremos razonables. Y sólo la experiencia personal es el camino a seguir para lograr autonomía doctrinal, rechazando ideologías prefabricadas por quienes se benefician de ellas.