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Etiqueta: Fray Luis de León

INQUICENSORES

INQUICENSORES

Opinar en voz alta tiene el peligro de ser escuchado por capitidisminuidos inquicensores, herederos directos de intolerantes actitudes inquisitoriales mezcladas con espuelas censoras dictatoriales, pretendiendo llevarnos a las más casposa sociedad represiva de tiempos indeseables, donde la condena podía llegar no por lo que se decía, sino por lo que el inquisidor pensaba que se decía, aunque no se afirmara lo que el caciquillo opinaba que se decía.

Por denuncia de ensoberbecidos, frustrados, envidiosos y rencorosos colegas del claustro, Fray Luis de León fue condenado a prisión durante cinco años, hasta demostrarse que la malévola lectura hecha por los denunciantes sobre la traducción realizada por el agustino del Cantar de los Cantares para su prima, nada tenía que ver con lo que el fraile pensaba.

Siglos después, refería Unamuno en sus críticas a los inquisidorcillos políticos, que las normas impuestas por ellos eran desdichados preceptos, origen de abusos y secuela de arbitrariedades, para satisfacer los caprichos de un poder apoyado en el miedo colectivo, donde se manejaban las voluntades de sumisos fiscales sometidos al patrón.

Aplicando funestos criterios derivados de semejante estatuto legal, fueron cerrados periódicos y condenadas personas por delito de opinión, en muchos casos no por lo que decían sino por aquello que los déspotas suponían que decían, recordando el caso de un capitán del ejército que dijo autoritariamente a un soldado:

– Se está usted riendo de mí.

– No, mi capitán.

– No, por fuera, pero sí por dentro, que yo lo veo.

– No, mi capitán.

– ¡Cómo que no! Queda usted arrestado.

El macartismo no es buen camino a seguir en una sociedad plural, libre y democrática, por mucho que el añejo reaccionarismo se empeñe el volver a lejanas épocas rancias, ya condenadas por la historia y desterradas de la sociedad por ciudadanos que aspiran a vivir en libertad.

EL INQUISIDOR VALDÉS

EL INQUISIDOR VALDÉS

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En tiempos de la inquisidora política que persigue coletas, magistradas, herejes políticos y todo lo que se mueve a la izquierda de su destronado trono, es bueno recordar al inquisidor eclesiástico que buscaba herejes doctrinales por las esquinas, con la diferencia de que la primera no puede hacer otra cosa que amagar sin poder dar, y el segundo los quemaba vivos.

La estatua de Fray Luis de León con la mano tendida en paz que preside el Patio de Escuelas universitario, me lleva al claustro de la Universidad de Oviedo donde se yergue la de su fundador, el inquisidor Valdés, que intervino en el procesamiento inquisitorial al profesor salmantino.

Fue el arzobispo inquisidor Fernando de Valdés, padre de un hijo natural, intrigante político y pastor de varias diócesis, antes de presidir el Consejo de Castilla, y después de licenciarse en Salamanca y ser profesor de Derecho Canónico en sus reprimidas aulas universitarias, aunque el nefasto recuerdo que lo trae hoy a esta bitácora fue su vocación inquisidora.

En el año de 1547 fue nombrado Fernando de Valdés como Inquisidor General a instancias del príncipe Felipe, por insistencia de su protector el todopoderoso cardenal Cisneros, que lo llevó en volandas por las diócesis de Orense, Oviedo, León y Sigüenza, hasta sentarlo en el arzobispado de Sevilla.

Disoluto eclesiástico que amasó enorme fortuna al frente de la archidiócesis andaluza con irregulares procedimientos, llegando su riqueza a tales dimensiones que por dos veces le pidió el rey dinero prestado para aliviar la enorme deuda del belicoso Estado, que gastó en cristianas batallas el patrimonio nacional.

El primer préstamo fue solicitado al distinguido clérigo en 1552, que concedió a la corona veinte mil ducados; y la segunda, cuando cayó en desgracia por negarse a prestar a Felipe ciento cincuenta mil ducados que le pidió como ayuda para sufragar los gastos de la guerra que mantenía con Enrique II de Francia, provocando con su negativa la ira del Emperador Carlos V que le obligó finalmente a ceder quince mil ducados para ese conflicto bélico, en un momento en que las fuerzas armadas se llevaban las dos terceras partes del presupuesto.

Ocupó sus ratos libres en censurar obras de pensadores como Erasmo de Róterdam y enviar al Índice de libros prohibidos los escritos de San Francisco de Borja, San Juan de Ávila y Fray Luis de Granada, consiguiendo por méritos propios y muertes ajenas promovidas por él en nombre de la Iglesia, ser uno de los inquisidores más radicales, cuya estatua aún se conserva en el claustro viejo de la Universidad de Oviedo, suponemos que como recuerdo de lo que no debe ser un pastor de la Iglesia, más que como fundador de la misma.

CANTAR DE LOS CANTARES

CANTAR DE LOS CANTARES

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joaquin y ana

El rutinario gesto de los creyentes de abrir los libros sagrados y leer en ellos mensajes que la fe obliga a creer, inspirados por Dios a los profetas, llevó a Fray Luis de León a la cárcel inquisitorial por traducir al castellano el Cantar de los Cantares para que fuera comprendido por los creyentes.

Pretendió simplemente el fraile agustino quitar el disfraz a la palabra de Dios, librándola de ropajes que la hacían irreconocible y lejana a los cristianos para quienes fue dicha y escrita, aunque lo que en ella se dijera pusiera en estado de alerta a la jerarquía religiosa y movilizara a los inquisidores.

El Cantar de los Cantares es uno de los libros del Antiguo Testamento y el más comprometido de ellos debido a los temas de poesía amorosa que trata, atribuidos al rey hebreo Salomón, por lo que traducir dicho libro representaba un importante reto para un eclesiástico como Fray Luis de León, pues contenía y contiene alusiones a elementos extraños, con abundancia de imágenes eróticas.

Para los judíos se trata de un diálogo alegórico entre Dios e Israel, en el que Dios representa el amante e Israel la amada. Los cristianos interpretan que se trata de una relación amorosa de Dios con su Iglesia o con el alma individual, algo que defienden mis amigos teólogos, afirmando que se trata de un diálogo íntimo entre Jesús y la Iglesia.

Supongo que dentro de muchos años, estas interpretaciones eclesiásticas darán paso a otras lecturas secularizadas bastante diferentes de las que hoy hacen los exégetas bíblicos, porque el libro abre las puertas de par en par a interpretaciones menos religiosas.

En opinión de Fray Luis, se trataba de una dulce canción que el rey Salomón compuso, en la cual se mostraba a Dios herido por los amores humanos, con todas los sentimientos y pasiones que ello comporta. Sentimientos que provocaban en los corazones más blandos y tiernos las pasiones por todos conocidas.

Por eso ruega, arde y pide celos; se va como desesperado y vuelve entre la esperanza y el temor, canta de contento y publica sus quejas, haciendo testigos de la gran pena que padece a los montes, los árboles, los animales y las fuentes.

TRADUCCIÓN Y CASTIGO

TRADUCCIÓN Y CASTIGO

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En pleno Renacimiento y estando la Inquisición en lo más alto de la columna político-religiosa, se le ocurrió a Fray Luis de León contravenir las órdenes del poderoso tribunal católico, traduciendo al castellano el bíblico Cantar de los Cantares, libro de imposible lectura para creyentes incultos, cuyo arriesgado texto despertaba en su prima especial curiosidad, capaz de promover en el alma un singular empeño por conocer el contenido del texto.

La tenaz insistencia de la monja y sus lógicos argumentos, acabaron por convencer al fraile Luis, quien lo tradujo en la primavera de 1561 sabiendo el riesgo que representaba para él semejante atrevimiento, porque los libros sagrados sostenedores de la doctrina estaban a disposición de los fieles, para no ser comprendidos por ellos y así evitar interpretaciones sesgadas de los mensajes divinos contenidos en sus páginas.

Inquisidores y obispos entendían que Dios no había inspirado a los profetas las sagradas escrituras para que fueran entendidas por los files, en ellos encontraran consuelo al dolor, aliviaran los trabajos diarios, sirvieran de luminaria en las tinieblas de la vida y remediaran las llagas que el pecado dejaba en sus almas.

Esa fue la voluntad de Dios, nunca respetada por las autoridades eclesiásticas para evitar que los ignorantes creyentes pudieran leer los mensajes divinos, pues en opinión de los prelados las gentes eran toscas, incapaces de alcanzar las riquezas de las Escrituras, ni interpretarlas adecuadamente, pudiendo con su incultura contravenir el mensaje y la voluntad de Dios.

Fray Luis de León fue procesado por ello y condenado a cinco años de cárcel en una celda inquisidora donde sufrió castigo, desprecio, dilaciones injustificadas y trato degradante por el grave delito cometido ante quienes predicaban amor al prójimo, amenazándole a la puerta de la libertad con nuevos castigos si mantenía su empeño libertario.

¿DECÍAMOS AYER…?

¿DECÍAMOS AYER…?

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Fray Luis de León retornó a Salamanca desde la cárcel vallisoletana de la Inquisición, la mañana del domingo 30 de diciembre de 1576, entrando en la ciudad por la calzada principal que conducía a la Universidad, a lomos de una mula, siendo recibido por muchos ciudadanos que ocupaban la calle, balcones y ventanas, hasta llegar al convento de San Agustín.

Al día siguiente, el Rector de la Universidad convocó Claustro Pleno para informar a los profesores sobre la sentencia absolutoria dictada por el Santo Oficio, devolverle a su cátedra y decretar que le fueran pagados los sueldos correspondientes desde su detención, que ascendían a 25.000 maravedíes por cada año que estuvo ausente.

Tras unas palabras de agradecimiento, Fray Luis aceptó la restitución de su honor y honra, solicitando la nueva cátedra de Teología, que le fue otorgada por votación secreta de los claustrales, recibiendo el nombramiento oficial veinte días más tarde, mediante cédula real otorgada por el rey Felipe II.

Fray Luis ocupó dicha cátedra una semana más tarde, y el martes 29 de enero pronunció su primera lección después de cinco años de cautiverio y penalidades, ante un público expectante que llenaba el aula, esperando oír de sus labios el relato del cautiverio, los pormenores del proceso, la réplica a sus delatores y duros reproches al tribunal inquisidor que le juzgó.

Pero no fue así, ni como la tradición ha mitificado durante siglos afirmando que el maestro pronunció la frase “Decibamus hesterna die”, algo que no sucedió, pues Fray Luis inició su lección con las siguientes palabras: “Os saludo a todos en el nombre de Cristo y os pido que agradezcáis a Dios, conmigo, la merced que me ha hecho al permitirme estar de nuevo entre vosotros, con el mismo fervor que estaba el último día, cuando dicté en esta sala mi última lección antes de ser retirado de la cátedra. Al comentar aquel día el Salmo XXVI, les decía a mis alumnos de entonces que….

De esta forma, comenzó su primera clase, con la misma naturalidad que la hubiera comenzado al día siguiente de la suspensión el 26 de marzo de 1572, cuando fue detenido en el convento al concluir su lección diaria, sin expresar rencor a nadie ni consumirse en venganzas impropias de su condición.

ABSOLUCIÓN A FRAY LUIS

ABSOLUCIÓN A FRAY LUIS

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Casi cinco años pasó Fray Luis de León en la cárcel vallisoletana de la Inquisición, sin apenas abrigo ni comida, sobreviviendo, ciego de luz, en la penumbra oscura del pequeño habitáculo donde pasaba los tenues días y las interminables noches, hasta ser absuelto el 7 de diciembre de 1576 por el Consejo de la Suprema Inquisición con sede en Madrid.

Pero no fueron los quebrantos físicos derivados del frío, las heridas y las enfermedades, la causa principal de sus abatimientos, crisis, pesadumbres y desánimos, sino la falta de comunicación, los silencios a sus preguntas, la angustia por el futuro de su vida, la decepción con ciertas personas, la frustración por el rechazo de toda iniciativa, la impotencia de no ser escuchado ni creído, la falta de verdad sobre los hechos que provocaron todo aquello y la incertidumbre ante el desenlace final.

Durante aquellos años, se prohibió al fraile asistir a misa, celebrar la eucaristía, confesar y confesarse, fundamental sostén de su vida religiosa, apenas mantenida por algunas horas de profunda meditación y larga oración, estando casi ciego, enfermo y con una debilidad que le impedía moverse y cambiar de postura en el camastro.

Era tal su deterioro físico y moral que pidió al tribunal la asistencia de un hermano agustino para que le cuidara y ayudara a bien morir, siéndole negado este favor en víspera de que la Suprema dictara la sentencia absolutoria:

En la Villa de Madrid a siete días del mes de diciembre de mil quinientos y setenta y seis años, habiendo visto los Señores del Consejo de S.M. de la Santa General Inquisición, el proceso del pleito criminal contra fray Luis de León, de la Orden de San Agustín, preso en las cárceles secretas del Santo Oficio de la Inquisición de Valladolid, mandan que el dicho fray Luis de León sea absuelto de la instancia de este juicio; pero que en la sala de la audiencia sea reprendido y advertido que de aquí en adelante mire cómo y adónde trata cosas y materias de la cualidad y peligro de las que de este proceso resultan, y tenga en ellas mucha moderación y prudencia, como conviene, para que cese todo escándalo y ocasión de errores; y que se recoja el cuaderno de los Cantares traducido en romance por el dicho fray Luis de León.

Cuando la sentencia llegó a Valladolid, los inquisidores que le habían condenado no tuvieron otra opción que acatar la absolución del Consejo de la Suprema, lo cual hicieron siguiendo el protocolo acostumbrado. Para ello se reunió la sala al completo y redactaron la sentencia definitiva en los siguientes términos:

Fallamos, atendiendo los autos y méritos de dicho proceso, que debemos absolver y absolvemos al dicho Maestro fray Luis de León de la instancia de este juicio con tal que en la sala de este Santo Oficio sea reprendido y advertido que de aquí en adelante mire cómo y adónde trata cosas y materias de la cualidad y peligro de las que de este proceso resultan, y tenga en ellas mucha moderación y prudencia, como conviene para que cese todo escándalo y ocasión de errores; y que se recoja el cuaderno de los Cantares traducido en romance por el dicho fray Luis de León. Y por esta nuestra sentencia definitiva juzgado, así lo pronunciamos y mandamos en estos escritos y por ellos

Fray Luis de León habló para todos diciendo: “¡Ay, amigos, cómo es luz la verdad y como habla por ella misma y por ella misma se defiende, y sube a lo alto y resplandece, y se pone en lugar seguro, libre de contradicción! ¿No veis con qué simples y breves palabras la verdad pura se concluye?”.