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Etiqueta: Francisco de Asís

¿ÁRBOL Y/O BELÉN?

¿ÁRBOL Y/O BELÉN?

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Tradicionalmente, en España el belén ha dominado en los hogares hasta las últimas décadas en las que el pino decorado con adornos y luces de colores ha ido ocupando cada vez más espacio en las casas, pasando el belén a un segundo plano, de la misma forma que los regalos de Reyes comparten hoy obsequios en la Navidad a los pies del árbol navideño.

Pero aún prevalece en muchas familias el belén como recuerdo a la misa que celebró Francisco de Asís en una cueva de Greccio allá por el año 1223, cuando decoró el altar con un pesebre donde la imagen en piedra del Niño Jesús ocupaba un espacio junto a un buey y un asno vivos. Tradición que llegó a España en el siglo XVIII de la mano de Carlos III que ordenó importar de Nápoles esa tradición.

El árbol es más laico, procediendo de la tradición al culto de los espíritus de la naturaleza, simbolizando la fecundidad y la inmortalidad, hasta ser cristianizado en el siglo VIII e introducido por suecos y alemanes en el siglo XVII tras la Guerra de los Treinta Años, llegando en el XIX a Gran Bretaña, Austria y Francia, para instalarse en España en el primer cuarto del siglo XX.

Tanto el belén como el árbol se acompañan en muchos casos con velas purificadoras, iluminadoras y fecundadoras de esperanzas, ilusiones y deseos, junto al muérdago, considerado talismán de fortuna, buena suerte y felicidad, expresando las decorativas campanas el júbilo navideño.

DESDE LA INCREENCIA

DESDE LA INCREENCIA

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La Iglesia católica conmemora hoy la festividad de San Francisco de Asís, y muchos amigos y amigas me felicitan en el día de mi santo que yo agradezco sentidamente, aunque no celebro la onomástica desde que monté sobre el caballo que derribó a Pablo de Tarso el día de su conversión al cristianismo, abandonando quimeras en almohadas infantiles aquella jornada.

Como le sucedió al poeta de Tábara, a mí también me han dormido con todos los cuentos y sé todos los cuentos, creyéndomelos en la edad de la inocencia sin prevenir que tales creencias me llevarían a la incredulidad que mantengo desde que la razón me despertó del sueño que mecía mi juvenil ingenuidad.

Mis oídos han escuchado fantásticas historias de ángeles, demonios, resurrecciones, cielos, infiernos, condenas, perdones, dogmas y milagros, de suerte que la tierra donde algunos se pierden es conocida por mí hasta el último de sus rincones, desde que abandoné mi ciega credulidad adolescente en misteriosos misterios que negaba mi razón.

Deshinché la graciosa fe impuesta sin demandar esa gracia, la plegué cuidadosamente, la planché con la razón, la plastifiqué al vacío y la deposité en el cofre donde duermen el sueño eterno todos los cuentos, juntos al hombre del saco que se llevaba a los niños malos, igual que el infierno absorbía los pecadores.

Comparto la austera vida del santo que me da nombre, su vocación de hermanamiento, la prodigalidad de hacer favores, el tiempo dedicado a la meditación, la disponibilidad para la ayuda, el empuje solidario y algo menos su radical pobreza. Estoy alejado del resignado dolor sufrido por las llagas. Y nada me dicen sus estigmas, su fe y la santidad que le ha sido reconocida.

Para atender al vecino que sufre, defender al débil, ayudar al necesitado, luchar por la justicia, solidarizarse con los desafortunados y ser moderadamente feliz, no se precisan premios celestiales, ni absoluciones sacramentales, ni indulgencias plenarias, ni bendiciones apostólicas, ni amenazas infernales, porque basta con mantener la fe en el ser humano, luchar por un mundo más solidario y defender la vida en todas sus formas.

Con este equipaje en bandolera he sobrellevado las mareas anímicas, superado tempestades espirituales, suprimido disfraces, soportado golpes, olvidado traiciones personales, desentrañado falsas mentiras y esquivado encantadores de serpientes, pero también he reído hasta el llanto, amado sin condiciones, disfrutado de la vida y soñado con un mundo feliz, aunque sea tan irrealizable como la credulidad abandonada.

Hoy me consuelo mirando cada día los dos cipreses que planté cuando nacieron mis hijos, en la seguridad de que al emprender el gran viaje que a todos nos espera, ellos harán un mástil con su tronco para navegar por la vida, lo que me da fuerzas para seguir amando la vida que con ellos me espera junto a los que van de camino a mi lado.