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EL FRANCISCANO MERINO

EL FRANCISCANO MERINO

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Fue Martín Merino un religioso liberal franciscano, convencido de ser enviado por Dios con la misión de acabar el lunes 2 de febrero de 1852 con la borbona Isabel II, dándole un desacertado estiletazo en el costado que apenas rozó la piel de la ninfómana reina de los tristes destinos, pues el corsé que embutía sus generosas carnes hizo de chaleco antinavajas.

Tiempo antes del acuchillamiento a la reina, el fraile tuvo que emigrar a Francia por amenazar de muerte al felonazo padre de la señora, don Fernando VII, tras ganar 5.000 duros a la lotería que le hicieron prestamista y pendenciero, compartiendo el litúrgico hábito franciscano con frecuentes luchas contra los deudores, quejosos de los excesivos intereses financieros requeridos por el irascible clérigo usurero.

Regicidio frustrado que envió al sacerdote homicida a mejor vida cinco días después con un vil garrotazo que recibió en el patíbulo del Campo de Guardias, pagando caro el intento de acabar con la mandona Isabel haciendo inútiles los esfuerzos realizados por el defensor Urquiola para convencer al juez Nolasco de la enajenación mental transitoria de su defendido.

Eso sí, antes de ser ajusticiado, fue apartado de la Orden franciscana, degradado de su condición religiosa y obligado a ponerse ropa y birrete amarillo con manchas rojas según mandaba el protocolo a los condenados por regicidio, para ser liquidados con esa indignante vestimenta.

Una vez muerto el rico prestamista fue quemado su cuerpo para evitar robos y veneraciones postmortem de los radicales seguidores, esparciendo sus cenizas un una fosa común con otros ajusticiados, y destruido el puñal del delito junto a otras pertenencias personales del fraile Merino.

LIBERTINO CALDERÓN

LIBERTINO CALDERÓN

Calderón

Se cumplen hoy 333 años de la muerte en Madrid de don Pedro Calderón de la Barca que fue ciudadano ilustre, dramaturgo, bachiller, militar, viajero, caballero de la Orden de Santiago, sacerdote, capellán mayor, secretario del duque de Alba, activo cortesano, personaje influyente, protegido del rey Felipe IV y soldado herido en guerra.

Pero también fue Calderón de la Barca un ciudadano juerguista, vecino pendenciero, jugador embebido, noctámbulo libertino y gamberro de mucho cuidado, aunque en los retratos aparezca tan formalito con sobria cara, generoso mostacho, afilada perilla, abundante melena, hábito franciscano y cruz en el pecho.

Todo ello le llevó a la penuria en los últimos años de su vida, pidiendo es su testamento un entierro austero, barato y descubierto por si mereciese satisfacer en parte las públicas vanidades de su malgastada vida. Fue enterrado seis veces en diferentes lugares hasta que sus restos se perdieron en 1936 porque el párroco de la madrileña iglesia de San Pedro Apóstol murió sin revelar donde los escondió en plena contienda incivil.

Este longevo dramaturgo universal y protagonista de nuestro dorado siglo, se batió de joven a espada, sedujo varias damas, consumió la mitad de la herencia de su padre en tabernas y prostíbulos, perdiendo la otra mitad en juegos de naipes y apuestas de azar, tardando años en complacer el deseo paternal de hacerse sacerdote, cuando las fuerzas no le daban para más.

Pasó por la cárcel acusado de homicidio, tuvo enfrentamientos con Lope de Vega y su vida fue un sueño como la gran obra de teatro que nos dejó haciéndose Segismundo encarcelado en una vida contradictoria, dejándonos como legado 110 comedias, 80 autos sacramentales, muchas loas, numerosos entremeses, obras menores y piezas ocasionales.