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VIVIR ESPERANZADOS

VIVIR ESPERANZADOS

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Vivir esperanzados es el mejor antídoto contra el desánimo y el mayor argumento para mantener la lucha por los valores eternos en el pedregoso camino de la vida, confiando en la derrota de todo aquello que nos perturba, enoja y decepciona, porque la certidumbre en la victoria mantendrá encendida la llave de la esperanza, contra toda desesperanza, incluso más allá de la muerte.

Para ello, ha de valernos la ceguera que tiene la esperanza al no ver el peligro que acecha. Debemos usar la temeridad que impulsa su atrevida inconsciencia. Emplear la fortaleza que activa su atrevimiento. Servirnos del valor que otorga la sinrazón de sus razones. Alentarnos con el ánimo que alimenta la ilusión. Confiar en la fe que siempre le acompaña. Y esgrimir el espíritu de lucha que invade a quien no pierde la esperanza.

Todo ello aderezado con paciencia infinita que garantiza su perduración en el alma de los esperanzados para que alcancen lo deseado, de la misma forma que espera el grano de trigo hacerse pan en la mesa, el agua mantiene el anhelo de la sed y la fruta la fecundación del polen cada primavera.

Sólo la esperanza cierra las puertas al pasado, abriendo de par en par las ventanas al futuro, pues no cabe esperanza en lo que ya fue, sino en lo que está por venir, haciendo de la virtud promesa de resurrección cada mañana, igual que la noche más negra es desterrada del horizonte por la luz del amanecer.

INDEFENSIÓN INFANTIL

INDEFENSIÓN INFANTIL

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El poder que tiene la sonrisa de los niños para alejar la tristeza de quienes le rodean, unido a la fortaleza que les asiste para levantar el mundo con una mano, contrasta con la fragilidad de su vida, dependiente de la protección que le otorgan quienes viven por ellos y reviven la infancia que tuvieron, alentados por los recuerdos que los niños les inspiran.

Estos débiles seres humanos se sienten inmortales junto a las personas que les han dado la vida. Se consideran inmunes a posibles quebrantos. Y parecen invulnerables frente a toda desgracia, ignorando la enorme indefensión que tienen ante el más leve soplo de viento infortunado o el simple roce de un pétalo de rosa que caiga sobre ellos.

La soledad interior del niño será su única compañía en el momento de escribir la primera en blanco de su diario, por mucho que se le lleve la mano por los renglones y se hagan propuestas para sustituirle en el incierto camino que debe recorrer desde la cuna a la tumba, hasta hacer realidad la esperanza que podrá llegar a ser en la vida.

Porque cuentan los niños con el gran poder que les confiere la ignorancia de saber que la muerte espera pacientemente su llamada y que todo lo realizado y atesorado en la vida será esfuerzo inútil, porque no hay redención posible de la vida, por mucho que se empeñen los libros sagrados en lo contrario.