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FÉLIX GRANDE

FÉLIX GRANDE

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Mañana cumpliría el emeritense poeta emérito Félix Grande setenta y nueve años, si un revés de la parca no se lo hubiera llevado por delante el 30 de enero de 2014, dejándonos el recuerdo de su plateada cabellera enredado entre versos de Las piedras, amamantados con la soledad interior que siempre acompaña a los poetas.

Nieto de cabreros, hijo de republicanos y guitarrista flamenco, hasta que se tropezó con la poesía en una revista que tantos dolores de cabeza llevaría a su vida, antes de recibir el premio Adonais de la mano espiritual de Machado que guió sus pasos entre los renglones de arriesgados versos sociales.

Grande fue Félix Grande en persona encarnada. Grande su compromiso para liberar al maestro Rosales de su injusta carga. Grande su flamencología. Grande su amistad con el peruano César Vallejo. Grande su silencio durante treinta años. Y grande su alma de poeta enamorado de la vida, la guitarra y los versos.

Mi recuerdo a Félix envuelve sincera evocación de afecto a Francisca que ha sabido darnos, con sabiduría poética, noticias de su propia historia, transmitiendo ambos a Guadalupe el amor a la complaciente poesía con que nos deleita prestándonos la llave para acceder a la vida a través de la niebla.

HARTURA COMUNERA

HARTURA COMUNERA

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No está claro si fue una rebelión antiseñorial, un movimiento contra la fiscalidad, una protesta por la evasión de capital o la disconformidad con el emperador flamenco, pero los comuneros de Castilla llevaron a cabo la primera revolución burguesa que abriría el paso a todas las que vinieron después y a las que están por venir.

Antes del levantamiento, los comuneros hicieron el último esfuerzo de conciliación un día como hoy de 1520 enviando a Bruselas dos mensajeros a parlamentar con el rey para exponerle las demandas de los castellanos, pero don Carlos los expulsó del castillo a cinturazo limpio sin permitirles decir palabra, abriendo paso a la revolución comunera.

No admitían los nativos que su rey lo fuera por la autogracia que lo fue, que viviera a dos mil kilómetros de Castilla, que los cosiera a impuestos, que gastara las rentas locales en otros reinos, que no hablara castellano, que gobernara con flamencos de Flandes, que las Cortes no fueran la primera Institución del reino y que los procuradores no fueran elegidos por el pueblo.

La rebelión comenzó con pasquines a las puertas de las iglesias donde podía leerse: “Tú, tierra de Castilla, muy desgraciada y maldita eres al sufrir que un tan noble reino como eres, sea gobernado por quienes no te tienen amor”. Pero la revolución acabó con las cabezas de los cabecillas Padilla, Bravo y Maldonado, colgando de un mástil en Villalar, para escarnio de todos y temor de propios que apretaron aún más los puños.