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LA PARCA NO PERDONA

LA PARCA NO PERDONA

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Alguien que ha luchado contra la innombrable largo tiempo, sabiendo que sería derrotado sin remedio, ha caído finalmente a sus pies de un guadañazo sin que la ciencia haya podido interponerse entre la muerte y la vida, ni las oraciones de su familia movieran el ánimo de lo inexistente para hacer el milagro.

Quiero sentirme hoy como el caballero sueco Block tras mi Cruzada con la vida en tierra insanta y jugar una partida de ajedrez con la muerte para arrancarle secretos sin respuesta que desconsuelan la existencia, cuando la incertidumbre se empina cuesta arriba y la vida se pone boca abajo.

Recordad que en tiempo de desesesperanza llegará el arrepentimiento de no haber hecho lo que se hubiera tenido que hacer cuando era tiempo de hacerlo, porque la cercanía de la parca todo lo altera, cambiando asuntos ajenos a la historia personal por la íntima reconciliación sustitutoria de urgencias, enfados, compromisos y labores sin mérito para ocupar el tiempo.

Permitidme la arrogancia de afirmar que no temo a la muerte y la debilidad de quebrarme ante una posible enfermedad que arruine mi vida y la de aquellos que me aman, sabiendo que me podría haber muerto ya y ser imagen de recuerdo en quienes han compartido mi vida.

Si protagonizara El último sello le pediría a la muerte justa vida y no larga existencia con deterioro físico y mengua intelectual incluida, aun sabiendo que perdería la partida en este supersticioso mundo donde pedir la muerte en sueño placentero es tabú inalcanzable.

Pero sabed que no tengo deseo alguno de morirme, lo cual me garantiza la vida porque cuando la muerte viene a buscarnos antes nos ha quitado las ganas de vivir, y a mí me sobran razones para continuar en este valle de alegría donde tengo aún muchos proyectos que cumplir y amor que compartir.

DOLOR FÍSICO

DOLOR FÍSICO

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Compiten cuerpo y alma en la partición desgraciada del dolor llevándose el primero la peor parte, porque el dolor del espíritu se reparte, puede hacerse participativo y consolarse con los sentimientos, afectos y palabras de quienes aceptan compartirlo. En cambio, el dolor físico, enajena, aísla y abandona en la intemperie a quienes lo sufren, dejándolos en manos de inservibles fármacos que contaminan la sangre y terapias analgésicas de escaso valor, exigiendo al enfermo hermanarse con el dolor y abrazarlo como fiel enemigo que usurpa la sonrisa.

Cuando el dolor convoca, es obligado acusar recibo del llamamiento, asistir a la cita, sentarse con él a la mesa y comer el plato amargo, tosco, trivial y humillante que pone delante, sabiendo que la indigestión está garantizada con esa paralizante coz que deja al enfermo con su dolor a solas.

La soledad de la persona dolorida es grande por la impotencia que el dolor genera en ella, por la frustración que la inhabilita para dar una respuesta eficaz y por su opacidad a los ojos de familiares y amigos, pues el dolor no puede observarse, ni medirse, ni prestarse, siendo lo más personal, intransferible e incomprensible que sufrirse pueda.

Cuando el suplicio se apodera del cuerpo del enfermo, hurta su voluntad, inhibe la capacidad de respuesta, niega la palabra, oculta la luz y paraliza el gesto, clavando su barbilla en el pecho y obligándole a entrecruzar los dedos pidiendo una explicación a tanto castigo inmerecido.

Sin indulgencia ni compasión alguna, el dolor traslada al doliente en parihuelas al verdadero país de nunca jamás, donde el llanto, la queja, el gemido, la desesperación, el lamento y las lágrimas, ocupan ese territorio habitado por condenados a la tragedia con su particular dolor a cuestas, porque nada hay más personal que el sufrimiento físico.