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QUE SEA LO QUE DIOS QUIERA

QUE SEA LO QUE DIOS QUIERA

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Cuando un hecho desborda las posibilidades de intervenir sobre él, los creyentes ponen la solución en manos de Dios esperando que Él resuelva de la mejor manera posible el problema, diciendo “que sea lo que Dios quiera”, expresión que igual vale para una enfermedad incurable como para un sorteo de lotería.

Ponerse en manos de su Dios, es la clave que tienen muchos fieles para solucionar las dificultades o esperanzarse con la buena fortuna que asegure el futuro personal, disponiéndose a aceptar lo que Dios disponga en materia de salud, suerte, vida y hacienda, para que Él haga lo que más convenga en asuntos que afectan a sus demandadores.

Esto recomiendan hacer a sus ovejas los pastores de la Iglesia en las situaciones referidas, con la seguridad de que sea cual fuere el resultado, será beneficioso para quienes se ponen en sus manos, porque se habrá cumplido la voluntad divina, sin reparar en que Dios podría no haberles atendido por estar reunido con sus más inmediatos colaboradores, resolviendo asuntos más importantes.

En cambio, los descreídos piensan que las cosas no serán como Dios quiera, sino como quieran las circunstancias que las determinan, en muchas ocasiones fuera del control humano y de su intervención, siendo estas quienes harán que suceda lo que termina sucediendo.

Los incrédulos consideran que poner los acontecimientos y el azar en manos de Dios es arriesgado porque el Señor está desbordado de trabajo, siendo más aconsejable contar con los médicos, estudiar antes de un examen, rehuir apuestas imposibles, tomar medicinas, evitar sentencias judiciales y actuar de modo que se moleste a Dios lo menos posible.

Y cuando la suerte ya esté echada, de nada vale recurrir a páginas bíblicas donde Dios es causa única de cuanto sucede, fuente de vida, sumidero de esperanzas, origen de la felicidad, suprema justicia, alfa y omega de la existencia y bálsamo de fierabrás curalotodo.

Esta es una de las diferencias entre ateos y creyentes, pues estos ponen sus esperanzas y demandas en manos de Dios confiando que este hará algo por ellos, muchas veces a cambio de oraciones, sacrificios y súplicas para estimular la misericordia divina y su amparo, conscientes de necesitar su protección.

REPRESENTATIVIDAD

REPRESENTATIVIDAD

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De todas las acepciones que tiene la voz “representar”, ponemos atención en la que define este verbo como la acción de sustituir a alguien, hacer sus veces o desempeñar su función en el lugar que corresponda, sea éste institucional o privado. Es así, que lo fundamental de la democracia es la representatividad, es decir, que el pueblo elige a quienes van a representarle y defender sus intereses.

Las urnas dan poder a los elegidos en las votaciones y otorgan legítima representatividad democrática, pero no conceden sabiduría a los elegidos, ni les impermeabilizan contra el error, ni garantizan la representatividad moral que exigen los electores a sus representantes, algo de mayor estima, valor y mérito que la suplantación legal.

Cuando los representantes populares pierden la legitimidad moral, quedan inhabilitados para el ejercicio de la función pública por mucho que apelen al resultado electoral, porque el pueblo no tolera el quebranto de sus intereses amparándose en la legalidad formal de las urnas, si la representatividad moral va por los despachos oficiales con la pata quebrada.

Deben saber los representantes ciudadanos que las papeletas electorales no son el antídoto universal que contrarresta el envenenamiento popular ante la injusticia social, ni el bálsamo de fierabrás que alivia el dolor por la falta de solidaridad, ni es poción mágica que consuela las mentiras institucionales, por mucho que los políticos se empeñen en apelar a la legítima representatividad de las urnas, cuando la representatividad moral ha huido por la gatera.

SANSONES CARRASCOS

SANSONES CARRASCOS

SANSONES CARRASCOS

Continúa la Feria Municipal del Libro luciendo en sus casetas magníficos ejemplares donde se cuentan las aventuras del señor Quijano, lo cual da pie a reflexionar sobre los sansones carrascos que juegan a lo que ignoran en muchas latitudes del planeta.

Sabemos que entre los ciudadanos normales abundan los quijotes tanto como escasea el quimérico caballero entre los dirigentes políticos locales, regionales y nacionales, donde hay sobreabundancia de carrascos, aunque no todos tengan grandes los cuerpos, caras redondas, narices achatadas y amplias bocas, como tenía el bachiller de la inmortal obra. En cambio, se parecen mucho a él en su donaire; en su regusto por burlarse de los visionarios; en su aparente talento; y en su natural condición maliciosa.

Asistimos estupefactos a la paradoja de ver como los actuales bachilleres cervantinos homenajean al Quijote, exhibiendo una preocupante y contagiosa enajenación mental transitoria, descubierta solamente por los incontables sanchos que están presentando en los juzgados la denuncia correspondiente, acusando a estos carrascos de faranduleros, porque “donde reina la envidia no puede vivir la virtud”. En el mundo de nuestros vecinos bachilleres, la codicia tiene brillo propio, sin necesidad de pulirla con extraños anticuerpos ni bálsamos de fierabrás, porque basta darles una pequeña mano con algún abrillantador político de cualquier signo.

Mientras esto ocurre, los carrascos mantienen su empeño en derrotar la utopía, disfrazándose para ello con camuflajes muy extravagantes que pretenden despistar a la concurrencia, mientras contemplan asombrados el desfile de oportunistas que sortean la fingida vigilancia de sus cómplices, contando con la íntima colaboración de curas y barberos que expurgan la biblioteca de los sueños y queman los libros causantes de tan hermosa locura.

El final de la historia será el de siempre: el día 22 la realidad vencerá, una vez más, a la utopía, y los nobles altruistas rodarán por el suelo, ante los carrascos que habrán engañado de nuevo a los quijotes, disfrazándose de blanca luna. Con la derrota a la espalda, se incorporará del suelo la cordura cansada de luchar y se hará vulgarmente humana. Tomará cuerpo mortal y recobrará el apellido entre el aplauso funerario de los carrascos que se complacerán por la nueva incorporación muchos a su interminable lista de desertores.

Así seguirá menguando la delgada fila de los que luchan por un mundo más quimérico y feliz. Así se reducirá el escaso grupo de idealistas que van quedando desperdigados por talleres, oficinas, escuelas, sanatorios y audiencias, con la bandera de la fantasía en la mano y su espíritu bombeando ilusión y energía en cada latido del corazón.

El epílogo de esta historia de caballerías nos desvela una inesperada y amarga verdad, al permitirnos comprobar que el loco quijote tenía menos razón que el cuerdo quijano, porque los encantadores, tramposos y perseguidores que denunciaba continuamente el caballero andante, existen de verdad y son reales, venciendo otra vez escondidos bajo los disfraces del bachiller, la sotana del cura y la bata del barbero.

Ellos dejarán en la cabecera doliente de su cama, el billete sin retorno para que nuestro héroe de leyenda emprenda su melancólico viaje final, acompañado por todos los defraudados ante el engaño colectivo al que les han llevado los ambaucadores.