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FELIZ ENCUENTRO

FELIZ ENCUENTRO

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Consultaba nuestro hombre documentos en un archivo junto a otros investigadores, cuando puso su mirada en él una mujer, antes de abrir el cuaderno de notas donde apuntar los datos que buscaba, disimulando la vista alrededor del lugar elegido para trabajar con gestos indescifrables que retenían su atención, más allá de la tarea que allí había reunido casualmente a los dos.

Retiró la vista del rostro de la mujer para continuar el trabajo, pero su instinto percibió la atrapadora mirada femenina, quedando irremediablemente sometido a los ojos que insistentemente le miraban con un descaro que aumentó su timidez, obligándole a una entrega mayor en la transcripción del manuscrito que tenía entre manos.

Mirando sin mirar; hablando sin hablar; gesticulando sin moverse; y esperando sin esperar nada, fue atraído irremediablemente por ella, con los sentidos en punto muerto y licuando el pensamiento, mientras intentaba concentrarse en localizar la fecha que buscaba, sin prevenir que iba a encontrarse con recuerdos inolvidables en aquel inesperado encuentro.

Debió de pasar más tiempo de los pocos segundos percibidos por él, cuando se le acercó la mujer y sentándose a su lado le preguntó con voz evocadora si era él quien ella suponía que era, respondiendo el hombre con un titubeo que la hizo sonreír y a él enrojecer, sin atreverse a decir más palabras que su dudosa respuesta.

Le pidió salir fuera de la sala para hablar con más libertad, y sin dudarlo se fue tras ella, magnetizado por una curiosidad inquietante y atracción inexplicable que le alteraba el pulso y entorpecía sus pasos, ante la mirada indiferente de los cuatro investigadores que continuaron en su puestos, desinteresados por lo que a ellos le sucedía.

Al salir, ella encendió el cigarro y comenzó a expresarle la mayor gratitud que imaginarse pueda, imposible de reproducir, porque el sentimiento de afecto expresado por aquella mujer rozaba la amistad más pura, que se hizo recuerdo imborrable en el alma de aquel hombre, aunque él ya se hubiera olvidado de aquella alumna, para quien fue, sin pretenderlo, guía de su vocación poética, estímulo para su vida, memoria en sus hijos, voz de conciencia limpia, actitud honrada y ejemplo de fortaleza para luchar en la vida, según palabras de la mujer.

Guardad, amigos, estas confidencias, porque si no las hubiera escrito hoy con prisa emocionada, jamás hubieran visto la luz en esta bitácora.

IGNOMINIA LABORAL

IGNOMINIA LABORAL

Unknown

El salario de miseria con que el Estado compensaba el trabajo de quienes se dedicaban a la sagrada tarea del educar a los niños en las escuelas, alumbró entre la población infortunadas frases hacia ese desdichado colectivo, como la utilizada por los ciudadanos desaventurados que proclamaban “pasar más hambre que un maestro de escuela”.

El vecindario sabía las penurias económicas de los maestros, pero ignoraba las condiciones de trabajo de las maestras, obligadas por ignominiosos conciertos a cumplir unos mandatos de esclavitud personal y profesional que hoy nos espantan, si querían acceder al puesto de trabajo en una escuela. Puede leerse con estupor el contrato de trabajo que hace apenas 90 años estaban obligadas a firmar las maestras que aspiraban a dar clase durante ocho meses en alguna de las escuelas del reino, recibiendo por su trabajo 70 pesetas mensuales.

A imposiciones “menores”, tales como vetarles fumar y tomar bebidas alcohólicas, debían cumplir obligaciones “propias de la condición femenina”, como barrer el aula a diario, fregarla una vez por semana, dejar pulida la pizarra cada día y encender el fuego a las 7 de la mañana, junto a otras opresiones que afectaban directamente a la dignidad personal de la maestra, sin que ésta tuviera oportunidad de manifestar queja alguna.

Entre tales humillaciones, figuraba la prohibición de teñirse el pelo, usar polvos faciales, maquillarse y pintarse los labios, órdenes que eran antesala de vejaciones relacionadas con la indumentaria a lucir, como impedirles usar vestidos de colores brillantes o lucir faldas que estuvieran a más de 5 centímetros por encima de los tobillos, estando obligadas a llevar dos enaguas. En este compromiso de esclavitud, se prohibía a la maestra casarse, pasear o viajar con hombres, no pasearse por heladerías y estar encerrada en su casa desde las 8 de la tarde hasta las 6 de la mañana.

Esperamos que el retroceso histórico en materia educativa provocado por los injustos recortes presupuestarios, no lleve a estos límites el trabajo de nuestras heroicas maestras y que la marea verde sea apoyada por los ciudadanos para evitar hundirnos en un pozo del que tardarían las futuras generaciones tres vidas en salir.