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ANTONIO PÉREZ, EL BÁRCENAS DE FELIPE II

ANTONIO PÉREZ, EL BÁRCENAS DE FELIPE II

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Un asunto doméstico de preocupantes consecuencias ocupaba la mayor parte del tiempo del rey Felipe II en 1587, porque Antonio Pérez estaba huido en Aragón, portando documentos comprometedores para el monarca, a quien había servido con aparente lealtad desde que el emperador Carlos lo puso a su lado cuando era principito.

El político Pérez fue durante muchos años secretario particular de Felipe II, ejerciendo en todo ese tiempo una gran influencia sobre el rey, por la confianza que este había depositado en él y en su natural inteligencia para gestionar bienes y administrar la casa real.

Pero al morir en 1573 el Príncipe de Éboli, Pérez pretendió aumentar su poder y comenzó a interferir en los temas de gobierno, llegando incluso a ordenar el asesinato de Juan Escobedo, consejero de don Juan de Austria, porque había descubierto sus manejos políticos.

Temiendo el Rey que este intrigador utilizara contra él los documentos que poseía, tomó la decisión de encarcelar al susodicho Pérez para recuperar los comprometidos documentos que tenía, llevando su empeño más lejos de lo que hubiera sido prudente en el rey Prudente, pues envió al general Alonso de Vargas con un ejército para ocupar Zaragoza, sin respetar los fueros aragoneses, donde Antonio Pérez estaba protegido en casa del Justicia Mayor de Aragón, Juan de Lanuza, dándole la siguiente orden contra su protector: “Prenderéis a Don Juan Lanuza, Justicia de Aragón, y presto sepa yo de su prisión y de su muerte. Haréisle cortar la cabeza y diga el pregón así: «Esta es la justicia que manda hacer el Rey vuestro señor».

Para hacer esto, el monarca sólo tuvo en cuenta sus deseos, y para satisfacerlos acusó al Justicia de cometer un delito de lesa majestad por oponerse a sus intenciones, decretando su muerte por degüello, que era menos infamante que la horca, al tratarse de un noble.

Esperemos que Rajoy no ordene la decapitación de los jueces españoles, en caso de que estos indulten a Bárcenas de sus delitos, ni pida la horca profesional para los magistrados que pretendan imputarle a él mismo alguna fechoría administrativa, trampa fiscal, doble contabilidad, financiación ilegal, mentira parlamentaria, fraude electoral, sobresueldos o abuso de poder.

REY CASADERO

REY CASADERO

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Al cumplirse hoy el cuadrigentésimo décimo sexto aniversario de la muerte en el Monasterio del Escorial de quien fue rey de España durante 42 años, de Nápoles y Sicilia 40 años, de Portugal 18 años y de Inglaterra cuatro años, recordamos la fiebre casadera del Prudente más guerrero de los imprudentes reyes que ha tenido España.

Tenía el príncipe Felipe dieciséis años cuando el emperador Carlos decidió casarlo con su prima María Manuela de Portugal el 12 de mayo de 1543 sin estar el joven presente en el acto de su boda y recasándolo en Salamanca el 13 de noviembre del mismo año, para afianzar la alianza con el país vecino en las guerras que su padre tenía entre manos con los países del norte de Europa.

Pero no le fueron bien los asuntos de cama con su parienta al jovenzuelo príncipe, prodigándose en salidas nocturnas desencantado con la obesa prima-esposa, que terminó falleciendo a consecuencia del parto de su leocadio hijo Carlos, muriendo este como murió, donde murió y a causa de que murió.

La viudedad del príncipe Felipe no fue consolada en 1554 por el segundo matrimonio político con su tía-esposa María Tudor, reina de Inglaterra y doce años mayor que él, con la que casó en la iglesia de Westminster el día 25 de julio, consolando su ardentía con jóvenes cortesanas, antes de regresar de nuevo a España, donde le esperaba su amada Isabel de Osorio presunta madre de alguno de sus hijos extramatrimoniales.

Casó en terceras nupcias a la edad de treinta y dos años con la hija del rey francés, Isabel de Valois, el 22 de junio de 1559, con quien tuvo a sus hijas Isabel y Catalina, sin tenerse noticias de posibles, pero ciertos, hijos ilegítimos con su amante Eufrasia de Guzmán, princesa de Ascoli.

Así llegó el monarca al cuarto matrimonio con su sobrina-prima Ana de Austria el 14 de noviembre de 1570, con el fin de fortalecer la amistad entre las ramas española y austriaca de los Habsburgo, dándole la señora cuatro hijos y una niña, sumando con ellos un total de ocho descendientes legítimos.

Decimos esto, porque cabe suponer que abundaron los vástagos ilegítimos aunque no se dispongan de datos para demostrarlo, porque el rey Felipe II prohibió que se publicaran biografías sobre su vida, ordenando la destrucción de toda su correspondencia privada, porque la transparencia de la Casa Real siempre fue opaca al pueblo.

ARMADA VENCIBLE

ARMADA VENCIBLE

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No fue invencible la Armada Invencible enviada por Felipe II en 1588 para invadir Inglaterra y destronar a la protestante Isabel I, sino vencible porque cayó derrotada por los cañones ingleses, llevando la guerra donde nunca tenía que haber llegado, en defensa de un catolicismo enfermizo, estimulado por los doctrinarios de la falsa paz y engañoso amor fraterno.

El visionario guerrero real armó la Grande y Felicísima Armada española con efectivos guerreros llegados de Portugal y Flandes, poniendo al mando del incompetente Alonso Pérez de Guzmán decenas de barcos encañonados que pasaron por el Canal de la Mancha con aviesas intenciones contra los ingleses.

Las malas condiciones meteorológicas fueron el pretexto encontrado por el Imprudente Felipe II para justificar la derrota, quejándose de no haber enviado los barcos a luchar contra los elementos, sino contra los ingleses, que hicieron volver las tropas supervivientes a España con el rabo entre las piernas.

Han pasado de esto 424 años y todavía se oyen en el canal los ecos de las carcajadas inglesas recordando los tres errores de bulto cometidos por las católicas tropas españolas. Primero, considerar que los ingleses eran la mitad tontos y la otra mitad bobos. Segundo, que no es posible camuflar 127 barcos en el estrecho. Tercero que los soldados flamencos no estaban preparados para embarcar contra los hijos de la Gran Bretaña.

De nada sirvieron los rosarios que rezaron diariamente los soldados, ni las misas de campaña en las cubiertas de los barcos, ni las imágenes de Cristos, Vírgenes y santos que ondearon en los mástiles, ni las peticiones de un anticiclón, ni las imploraciones a Dios pidiendo “Álzate Señor en nuestro favor y defiende tu causa”.

EL VIOLENTO DON CARLOS

EL VIOLENTO DON CARLOS

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La boda del príncipe Felipe en Salamanca con su doble prima María Manuela de Portugal fue organizada por el emperador Carlos para hacerse con la importante dote de la esposa y estabilizar la península ibérica, sin prevenir que su nieto le daría al futuro Felipe II más quebraderos de cabeza de los esperados por el imprudente rey prudente.

Efectivamente, el débil, cheposo, enfermizo, piernicorto, violento, soberbio y caprichoso principito de Habsburgo, quedó a los cuatro años en manos de familiares y tutores por muerte prematura de su madre María Manuela y permanentes ausencias familiares del rey padre.

La enfermiza y obsesiva endogamia real tuvo mucho que ver en las excentricidades del príncipe, pero también influyó su caída escaleras abajo en palacio cuando tenía 17 años, que obligó a trepanarle la cabeza, incrementándose sensiblemente sus tontunas y gratuitas crueldades.

Es decir, que la orfandad materna, la trepanación, el abandono paterno, la contaminación sanguínea y el consentimiento de los educadores, hicieron de Carlitos un pequeño salvaje con descerebradas costumbres como asar liebres vivas, cegar caballos a cuchillo, decapitar ardillas a dentelladas, azotar vasallas, quemar casas de súbditos o tirar criados por las ventanas para divertirse.

A pesar de todo ello, los sufridores españoles de entonces tuvieron suerte, porque el futuro rey murió un día como hoy de 1568 a los veintitrés años de edad en dudosas circunstancias tras ser encerrado en sus aposentos carcelarios por su padre Felipe II, al colmar el vaso de la paciencia real con su intento de apuñalar al duque de Alba cuando este fue enviado a Flandes, contraviniendo el deseo principesco de ir allí a divertirse.

Mucho se habló en los mentideros sobre la posibilidad de que Felipe II asesinara a su hijo cuando estuvo recluido, envenenándolo, estrangulándolo o decapitándolo, pero nada pudo demostrarse, quedando para la historia su dudosa muerte y la certeza de que Felipe III ocupó su lugar, demostrando este rey ser menos violento que su primogénito hermano, pero más tonto que él.

MARIDAJE INTOLERANTE

MARIDAJE INTOLERANTE

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El maridaje Iglesia y Estado que llevó a Felipe II al altar político-religioso del brazo de Clemente VII, Pablo III, Julio III, Marcelo II y Pablo IV, comenzó a tomar tintes alarmantes con la promulgación de un decreto por el que se prohibía la importación de libros extranjeros y se ordenaba que todos los textos impresos en los territorios gobernados por el rey ¿prudente?, debían llevar la licencia del Consejo de Castilla y la censura eclesiástica correspondiente.

Con ello se pretendía dirigir la mente y los conocimientos de los súbditos en la dirección que más interesaba a la monarquía y al papado, con graves perjuicios para los ciudadanos cultos, los intelectuales y los librepensadores, publicando el Índice de los libros prohibidos por la Iglesia y amenazando de excomunión y tortura a quienes no atendieran lo ordenado.

Antes de contraer matrimonio por poderes en el mes de enero de 1560 con la hija de Enrique II, Isabel de Valois, de catorce años de edad, don Felipe despidió el año 1559 presidiendo un Auto de Fe en la plaza mayor de Valladolid donde fueron condenadas bajo la acusación de luteranismo treinta y dos personas, de las cuales trece de ellas fueron ajusticiadas a garrote y otras dos quemadas vivas: Don Carlos de Sesso y Juan Sánchez, criado del predicador de la corte Agustín de Cazalla, también muerto a garrote, cuya madre fue desenterrada y quemada.

Pero esto no fue bastante para los exterminadores: derribaron su casa para que no fuera ocupada por más espíritus malignos protestantes, cubrieron los restos con sal para ahuyentar libertades y levantaron un paredón de piedra cerrando el paso a la cultura, con un letrero contando el grave delito cometido y la mínima pena impuesta.

ABDICACIÓN DEL EMPERADOR

ABDICACIÓN DEL EMPERADOR

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La opacidad crónica de la Casa Real, ocultando los verdaderos motivos que han llevado al rey Juan Carlos a la abdicación por boca de Rajoy, nos obliga a pensar en causas que nada tienen que ver con la oportunidad del momento, sino con Urdangarín, mala salud, problemas internos, negocio político familiar, desgaste de imagen, presiones, recesión, crisis política, escándalos varios, actuaciones desafortunadas, creciente antimonarquismo,…

Opacidad que contrasta con la abdicación del emperador Carlos a favor del segundo Felipe de la Casa, por el disgusto que se llevó al legalizarse el luteranismo en Alemania con La paz de Augsburgo, permitiendo a los príncipes luteranos ejercer libremente su religión e imponérsela a los súbditos, desvaneciéndose de esta forma la gran ilusión del Emperador de lograr una Alemania íntegramente católica.

En ese momento dio un giro la política expansionista del catolicismo que con tanto ardor había defendido el padre de Felipe II, a pesar de la oposición de algunas naciones europeas. Su fracaso al no lograr la unidad religiosa del Imperio le hizo abandonar el poder, manteniendo la unidad política.

Así ocurrió la abdicación del Emperador Carlos, seis meses después de morir su madre, la reina Juana, cautiva por él en Tordesillas durante más de treinta años. Se celebró la ceremonia en la gran sala del palacio de Bruselas, dejando a su hermano Fernando: Austria, Bohemia y Hungría; y a su hijo Felipe, España y las Indias, en una ceremonia sencilla reservada a su imperial voluntad.

Al año siguiente y una vez que su vástago fue proclamado rey con el nombre de Felipe II, emprendió viaje a la provincia de Cáceres, siendo llevado en andas por varios porteadores hasta el Monasterio de Yuste en unas jornadas muy duras, como atestiguaron los vecinos que vieron su traslado por el valle del río Jerte, en el último tramo de su viaje al citado Monasterio.

Cuando murió, fue llorado por el resto de sus seis hijos legítimos, mientras los cinco descendientes extramatrimoniales que vinieron al mundo con estrecha colaboración real en cama confortable y silencio de cronistas, no guardaron buen recuerdo del todopoderoso padre que tuvieron, salvo Juan de Austria aunque el rey no conociera a Jeromín hasta poco antes de morir en el Monasterio de Yuste.

REALEZA CONFESIONAL

REALEZA CONFESIONAL

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La piadosa visita realizada por los reyes de España al Papa -con peineta incluida – permite recordar las nefastas consecuencias políticas, económicas y sociales que ha tenido históricamente para nuestro país la confesionalidad real, debido a las decisiones tomadas por los monarcas que nos han reinado.

Ya las Cortes castellanas pidieron inútilmente a Carlos V y a su hijo Felipe II el abandono de toda guerra confesional y la apertura tolerante hacia otras religiones, considerando que si los herejes se perdían, allá ellos, porque esa era la voluntad de Dios.

La confesionalidad del Estado y la intolerancia religiosa fueron la causa principal del derrumbamiento del imperio, porque la luchas religiosas nos llevaron a la ruina económica y a la enemistad con varios países, olvidando los reyes que la doctrina católica no puede construirse sobre miles de muertos en guerras estériles promovidas por quienes utilizaron, y siguen utilizando, la religión como plataforma de poder político.

Combatimos a los turcos en el Mediterráneo, guerreamos con Francia, luchamos contra Inglaterra y tuvimos interminables guerras con los Países Bajos, sin otro motivo que la defensa de una confesionalidad que se ha mantenido hasta nuestros días, con actuales cruzadas intolerantes y represivas.

Con motivo de la reforma protestante y la posterior contrarreforma católica, las Universidades se mantuvieron enfrentadas en luchas y debates ideológicos que no favorecieron el progreso científico ni la unidad de los españoles, sino todo lo contrario, pues se fomentó una división interna de consecuencias negativas reconocidas por su magnitud.

Los luteranos y calvinistas se asentaron en Ginebra, donde se estudiaba Cánones; y los católicos se fortificaron en Salamanca, Lovaina y París, reforzando la doctrina escolástica. Cada bloque defendiendo sus ideas y la ortodoxia de su doctrina, con una fuerza combativa que se apartaba del verdadero espíritu cristiano que ambos bloques afirmaban defender.