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DEL CARBONERITO AL TURISTA

DEL CARBONERITO AL TURISTA

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El oeste no es sólo el romántico punto cardinal por donde huye la luz cada día, despidiéndose de nosotros con bellas imágenes crepusculares, sino también un espacio geográfico tradicionalmente abandonado, como le sucede a la capital charra, donde las llamaradas de la piedra monumental se tornan funerarias en los andenes de las estaciones despidiendo a los jóvenes que emigran en busca de una tierra de promisión, donde ganar futuro y vida digna.

Ser del oeste se está convirtiendo en un destino fatal sin posibilidad de redención laboral para la savia nueva que busca trabajo, sabiendo que el porvenir les espera extramuros de la muralla salmantina, donde la celestina flamea pañuelos negros desde las almenas deseándoles la suerte que su tierra les niega, obligándoles a emigrar de ella.

No es que estemos salvajes como los pieles rojas del lejano oeste americano, pero nos falta la riqueza natural que ellos tenían disponible para atraer colonos, mineros, comerciantes, granjeros y cuantos aspiraban a mejores condiciones de vida, que llegaron al oeste en carretas, a caballo o a pie, ejemplarizando una migración interna sin precedentes, que mejoró las vías de comunicación, creó industrias y urbanizó espacios.

Este no es el caso de la charrería porque carece de tejido industrial facilitador de puestos de trabajo, siendo nuestras principales empresas la Universidad y el turismo, cumpliendo la primera con dignidad la misión que tiene encomendada de formar jóvenes en sus aulas; y la segunda, el turismo, que viene a enriquecer básicamente el gremio de la creciente hostialería salmantina.

Estudiantes obligados a ganarse la vida lejos del espacio geográfico donde se han formado para ello, porque en el campo charro no hay espacio laboral para ellos ni oportunidades para redimirlos del frustrante desempleo, unidos a foráneos pasajeros que nos visitan, dispuestos a salvar la pequeña Roma del abandono, a diferencia de los antiguos carboneritos de la copla que con sus idas y venidas mantuvieron durante años a la blanca Salamanca.