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Etiqueta: evangélico

LA GRANDEZA DEL PERDÓN

LA GRANDEZA DEL PERDÓN

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El error es una cualidad del ser humano que a todos acompaña, merecedora de olvido cuando el transgresor solicita perdón con sincero arrepentimiento por la ofensa producida, siendo el indulto personal virtud evangélica y excelencia social que enaltece a quien lo practica.

Sabed ahora que alguien en trance de acabamiento moral ha solicitado humillante perdón por las ofensas proferidas a un mandamás, erigido en juez y parte, que tiene por oficio no dejar títere con cabeza desde las tribunas públicas y privadas, aceptando los ofendidos por él sus disculpas cuando privadamente las solicita, sabedores los calumniados que el perdón es el mejor camino para la reconciliación, el bienestar y la paz.

Itinerario de generosidad y bondad que los católicos manifiestan seguir ante su Dios entre golpes de pecho, pidiéndole perdón al Todopoderoso por las ofensas realizadas al prójimo, así como ellos perdonan a sus deudores. Por esto, los católicos sin capacidad de perdonar deben ser personas infelices con mucho sufrimiento interno y merecedoras de compasión por la frustración existencial que padecen y el pecado cometido al ofender a su Dios con actitudes alejadas de la religión que aseguran practicar, ante el auditorio que atónito les escucha y contempla con ojos asombrados por su comportamiento opuesto a los principios evangélicos que dicen profesar.

Deben saber los negadores del indulto a quienes arrepentidos de sus acciones lo solicitan, que el perdón engrandece a las personas que lo practican, y los acrecienta en virtudes que acercan a la felicidad, siendo el empecinamiento en el castigo camino de empobrecimiento moral y ruta que conduce a la incomprensión y el desprecio de los corazones generosos.

DEVALUACIÓN MORAL

DEVALUACIÓN MORAL

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bueno

El desprecio a los valores éticos de la élite social ha propulsado a la órbita política, laboral, eclesiástica, judicial y financiera, un satélite artificial protegido exteriormente por una chapa impregnada con indeleble impunidad, tornillos desvergonzados que ajustan la codicia a los sillones y prepotente motor de mando lubricado con cinismo inoculado en las venas del tejido político.

El paso adelante dado por los granujas institucionales en los últimos tiempos presenta una grosería similar a los burdos tirones de bolso de los rateros que han perdido la blancura de guante que tenían en otro tiempo los carteristas, porque el sonrojo que sentían los antiguos corruptos en épocas recientes, se ha tornado en prepotente e insultante desvergüenza en los actuales.

Los vigentes dogmas morales decretados por los enviciados con sus bulas politicales, les permiten insultar al pueblo con descaro, pervertir la democracia, contaminar la justicia, mercenariar servicios, incumplir promesas, conculcar leyes, mentir sin inmutarse, secuestrar libertades y amordazar bocas.

Condenadas al olvido en el sótano oscuro de las galeras, reman inútilmente a contracorriente, aquellos valores que vivificaron la sociedad en tiempos de sequía, cuando al amparo de la solidaridad se cobijaba el honor, la verdad, el sacrificio, la resiliencia, el respeto, la generosidad, el perdón, la honestidad, el desprendimiento, la educación y la responsabilidad.

El temor al instinto depredador de los felinos rectores, se ha tornado en pánico en las chabolas hacia los decretos exterminadores promulgados por creyentes católicos ante los reclinatorios eclesiásticos, conculcando el mandato evangélico de amar al prójimo, liberar la pobreza y condenar al rico, entre golpes de pecho y sobredimensionados ojos de aguja, para que ellos mismos quepan por el falso orificio de la salvación que no llegará jamás a sus almas.

VERLOS CRECER

VERLOS CRECER

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Comienzan trayendo esperanzas a nuestros corazones enamorados, cuando apenas son proyectos en la corona del predictor a la espera de hacerse realidad en la cuna familiar, tras verlos nacer con dichosos ojos enlagrimados que parpadean campanas de gloria para celebrar su venida a la paz doméstica, perturbada por sus primeros llantos angelicales.

Luego se les ve estirar el cuerpo a golpes de carreras, toboganes y juegos en los parques infantiles en medio del griterío, y llegar a casa embadurnados camino de la bañera, antes de escribir la carta a los magos de Oriente y saltar sobre la cama en la madrugada de Reyes con los ojos asombrados del prodigioso milagro evangélico.

Van de la mano a la escuela, dejando el tedio de las tardes domingueras y la pereza madrugadora de los lunes, renaciendo en ellos la sonrisa con el saludo de “la seño”, complaciéndonos años después al verlos abandonar las cartillas escolares en la incierta adolescencia que remueva su cuerpo, alertando una incipiente juventud que se antoja turbulenta sin remedio.

Comienza luego a tornarse melancólica nuestra mirada con sus primeras agitaciones amorosas al borde de los libros universitarios, y nuevas lágrimas de felicidad abren el espacio a los títulos académicos, preludio del encuentro definitivo con nuevos hijos que se añaden a la espiga familiar tras gozosos esponsales.

Finalmente, sólo queda verlos crecer hacia la madurez de la vida manteniéndonos ocultos entre bambalinas, porque el mundo ya les pertenece, por mucho que alarguemos el cordón umbilical y persistamos en el empeño de ampararlos bajo el techo del amor eterno, protector de errores que a ellos corresponde enmendar, con nuestra mano tendida y el arnés en bandolera.

Ahora toca recoger la cosecha sembrada con atención diaria, generosidad desprendida y sacrificio ermitaño, alimentando el alma con pan candeal de amor bienaventurado, como sucedió ayer a mis pupilas acuosas de felicidad, viéndolos crecer juntos y luchar por un empeño común, alzándola él en la sombra para que ella recibiera honores académicos, tras largos años de trabajo silencioso y noches tardías de insomnio en vísperas de la unanimidad otorgada con alabanzas y laureles.