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CONFIDENCIAS DE MADRUGADA

CONFIDENCIAS DE MADRUGADA

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Quisiera describir las placenteras sensaciones que me acompañan cuando escribo páginas en silencio, recogido en la amparadora soledad del escritorio, mientras todo descansa, la prisa duerme junto a los libros que me acompañan, el ajetreo no ha pedido cita y la luz del amanecer espera impaciente su turno para iluminar con su resplandor la jornada.

Pretendo expresar lo que siento en momentos como este, frente a la pantalla del ordenador, a la tenue luz de una vela de Adviento que vela mi ensueño y proyecta la sombra de una rosa sobre la estantería, pero no es posible porque el diccionario se niega a ofrecerme las palabras que necesito para ello.

Desearía explicar el bienestar que me acompaña, nirvana espiritual que libera el sufrimiento siempre acechante, oasis de cada día donde me recreo jugando con las palabras para arquitecturizar madrugadores párrafos estremecidos, bálsamo humectante de la impenetrable aridez de la vida.

Paciente distracción literaria frente al ordenador y en estado de alerta a la espera de que pase por delante de la pantalla la inspiración de una idea y el orden del vocabulario me alcance, porque las frases no se mantienen unidas armónicamente por sí solas, sino a golpes de esfuerzo, intentonas baldías y selección dudosa de términos entre un ramillete de vocablos con iguales méritos para figurar en lo que pretendo escribir, evitando que la monotonía, el descuido, la vulgaridad y el aburrimiento, se acomoden entre los renglones.

GABO Y EL OFICIO DE ESCRIBIR

GABO Y EL OFICIO DE ESCRIBIR

Unknown

Hoy se cumplen cinco meses de la ausencia física de Gabo entre nosotros, padre literario de la saga macondense que tanto nos ha deleitado y seguirá deleitándonos, porque su espíritu mantendrá la frescura de eternidad que la historia concede a quienes pasaron por la vida haciendo felices a los demás, como hizo García Márquez complaciéndonos con sus páginas.

Periodista de raza que interpretó fielmente la realidad sin aceptar imposiciones ajenas a la verdad, ya que fue Gabo novelista surgido de las redacciones periodísticas y escritor vocacional, reconociendo él mismo que en su memoria solo tuvo espacio el recuerdo de ser escritor antes de venir al mundo, siendo este el oficio que realizó desde la infancia.

Arte de jugar con las palabras, que García Márquez dominó como pocos lo han hecho, vertiendo la sinceridad del alma con tinta de cada día en las cuartillas y advirtiéndonos que el mayor problema del escritor es mentirse a sí mismo, porque cuando el autor se se engaña, miente al lector y la mentira nunca perdona, como él bien sabía.

También sabía, y así lo dejó dicho, que es más fácil atrapar un conejo que un lector; que cuando el escritor se aburre escribiendo, el lector se aburre leyendo; y que no debe obligarse al lector a leer una frase de nuevo, teniendo por norma no dar opiniones públicas, ni buenas ni malas, sobre sus compañeros de oficio.

Tal fue el legado que García Márquez nos dejó sobre el quehacer que le dio fama, honor y gloria eterna entre nosotros, antes de que la muerte arrojará al suelo de un manotazo el tintero donde humedeció su pluma los ochenta años que se dedicó al oficio de escribir.

ESCRIBIR PARA AMIGOS

ESCRIBIR PARA AMIGOS

Unknown

Escribir para ser leído por amigos exige humedecer la pluma en tinta del alma y pasar el pliego virtual de la pantalla por rincones inaccesibles del espíritu, para mostrar sentimientos propios sin vestimenta alguna, urdidos por afanes cotidianos que brotan de un corazón desnudo, sin más intención que compartir el vuelo con los amantes de la vida.

Las palabras, sin retoque alguno ni maquillaje, se encadenan gozosas en ocasiones al dictado de experiencias hermosas que embellecen con pinceladas de hermandad la existencia. Pero otras veces brotan doloridas, sudorosas y cansadas, con la hartura de la decepción y el desengaño de la frustración.

Me gusta escribir desde el ruedo, recibiendo el toro de la vida a puerta gayola, sabiendo que puede empitonarme una vez más como tantas veces ha ocurrido, pudiendo enseñar mis cornadas de guerra a quien solicite ver las cicatrices, porque nunca he callado lo que tenía que decir, ni silenciado el pensamiento, aun sabiendo que el morlaco buscaría mi cuerpo en la embestida.

No escribo pensando en el gusto de los lectores para complacer sus preferencias, sino con la esperanza de que los lectores se hermanen con los sentimientos que expresan mis palabras, aceptando que no son compartidos muchos de ellos y que molestarán a otros, por lejos que esté mi intención de abrir heridas en el pensamiento ajeno.

Al escribir no pretendo hallar consuelo a penas que no tengo porque la vida me sonríe, ni busco alivio a inexistentes pesares, ni persigo complacencias ajenas, sino alimentar de esperanza la comunidad que formamos los que todavía creemos en valores que contribuyen a la hermandad y felicidad entre los que el azar de la vida ha unido.

EL OFICIO DE ESCRIBIR

EL OFICIO DE ESCRIBIR

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Aseguraba Carlyle que escribir era lo más milagroso de cuanto el hombre pudo imaginar, convirtiendo así la escritura en un milagro. Delille simplificaba la acción, diciendo que escribir no era más que interesar. Y Goethe afirmaba que escribir era un ocio muy trabajoso. Es decir, ocio y trabajo se ponen de acuerdo en contradictoria armonía para convertir en arte los juegos de palabras, sobre la página en blanco.

Todas las personas milagrean con la escritura, todas. La mayoría fuerzan esponsorios ilegítimos de palabras que terminan en divorcios literarios. Algunas son escribientes sin manguitos. Muchas lucen su palmito literario ejerciendo de copistas. Gran parte de ellas son escribidores asalariados. Y en contados casos surge un escritor con suficiente calidad en su pluma para merecer ese nombre.

Saber medir los quilates de la buena literatura, despreciar la abundante bisutería literaria que se expone en las estanterías comerciales, identificar la argamasa que cimenta el edificio literario y saber con qué tipo de arcilla se modela un escritor, es una exigencia de nuestro tiempo.

El oficio de escribir exige peregrinar por un largo sendero, pedregoso, empinado y estrecho, minado con trampas, jalonado de fracasos y marcado con decepciones, donde el trabajo silencioso, la voracidad lectora, el aprendizaje diario y la permanente renuncia a la holgazanería, han de ser el norte de la brújula profesional de quien aspire a ser escritor, aunque ese caminar no le lleve a parte alguna.