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¿QUÉ FUE DE LOS CANTAUTORES?

¿QUÉ FUE DE LOS CANTAUTORES?

Pastor

Con el título que hoy encabeza el artículo, recitó ayer en la Plaza Mayor salmantina el cantautor Luis Pastor, su alegato a lo sucedido con aquellos cantantes que protestaban guitarra en mano contra el régimen, en cine-clubs, parroquias, asociaciones vecinales y colegios mayores donde acudíamos a escucharlos, sin saber muy bien como terminarían los recitales, porque eran tiempos de sequía libertaria.

Felices coincidencias del azar me han permitido reencontrar a dos de los muchos cantautores que hubo. Ella, retirada del oficio como la mayoría de ellos; y él de la quinta, pero con alma joven que ayer noche me devolvió a juveniles tiempos de inquietante futuro, cuando en esa misma Plaza los “grises” disolvían sin contemplaciones a grupos de más de tres personas.

Hace cuatro días, fue Ana María Drac quien llegó a mi vida una vez más, enviándome un correo electrónico para decirme que se mantenía donde siempre estuvo, después de abandonar las canciones por el teatro y la poesía, devolviéndole yo mi gratitud por los momentos felices que pasamos juntos en aquellos días agridulces de futuro incierto.

Y ayer tarde-noche me dio Luis Pastor otra oportunidad de agradecerle su compromiso en la lucha por la libertades y su permanencia en los escenarios guitarra en mano, para decir en voz alta lo que nadie se atreven hoy a gritar desde los escenarios, como si el tiempo se hubiera detenido en nuestro primer encuentro vallecano.

El recuerdo que tuvo Luis Pastor hacia el cura-obrero Manzano, – hoy feliz abuelo de sus nietos – clérigo que llevó mi alma cantando “con alegría a la casa del Señor”, trajo a mí desrecuerdos olvidados de liturgias abandonadas en el desencanto de una incierta verdad que fue sustento de sueños logrados con cuentos ya dormidos en la almohada adolescente.

LA HONESTIDAD DE SABINA

LA HONESTIDAD DE SABINA

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Si a Joaquín Sabina le hubiera faltado la honradez profesional que le sobra, nadie se habría enterado del pastorazo Soler que sufrió el pasado sábado día 13 en el Palacio de los Deportes madrileño, sucumbiendo al miedo escénico que le provocaron involuntariamente los diez mil seguidores incondicionales que ocupaban todas las localidades del Barclaycard Center.

Tras cinco años ausente de los escenarios en su segunda patria chica, no era fácil reencontrarse frente a un público con grave síndrome de abstinencia sabiniana, para un poeta-cantante de voz rota y sobreexigente con él mismo por el exceso de responsabilidad que comportaba presentarse en un escenario de la ciudad que todo le ha dado, queriendo devolverle más de lo recibido, sin escatimar entrega y compromiso.

Esa fue la causa, y no otra como pretenden hacernos creer quienes recorren las venas de su cerebro levantando hipotéticas fantasías con polvo blanco, saltándose páginas del calendario, mirando a las barras nocturnas de los bares, viendo fraudes fiscales inexistentes o imaginando desgastes amorosos en alguien enamorado hasta las trancas de «laJime», ángel tutelar que le lleva de la mano a cada concierto para hacer posible el milagro de sus canciones.

Los nervios del veterano principiante multiplicaron la soledad del escenario, siguiendo la estela de todos los seres solitarios que se alojan en sus estrofas, maridados con arpegios que les permiten sobrevivir en medio de una hostilidad inexistente, fruto de la intolerancia personal con posible deficiencias que otros toleran ante el público.

Nadie hubiera sabido la movida que había en el camerino del cantante si la honestidad de Sabina no hubiera estado por encima de fáciles arreglos, hipócritas palabras, finales anticipados y falsas componendas, que habrían evitado los inmerecidos silbidos de una minoría a la que Joaquín disculpó, sin merecimiento de los silbadores.

Tres día después llegó el milagro del Sabina renacido el 23 de agosto de 2001 cuando olvidó ponerse una pierna y Montero se la devolvió en la nube negra que «laJime» disolvió con un soplo de amor, rompiendo el corazón de un hombre de orden que jugó durante dos meses a la ruleta rusa para eternizar diecinueve día y quinientas noches.

Gracias a Sabina por su honradez profesional y generosidad, como tuve ocasión de comprobar aquel lejano 1987 cuando le llevamos a Zurich de la mano de Paco Lucena sin pagarle un duro, para presentar su dulce hotel ante un puñado de personas, con el mismo entusiasmo y entrega que pocos días antes había mostrado antes miles de seguidores que llenaron la plaza de toros de Madrid, como hablé con él mientras comíamos un bocadillo para cenar, junto a los Viceversa.

NOSTALGIA DEL TEATRO

NOSTALGIA DEL TEATRO

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En el día mundial del teatro, abrazo fraternalmente a todos los que han compartido mucha «mierda» conmigo en los escenarios, insomnios, afanes, proyectos, ilusiones, interminables horas de ensayos, gozosos trabajos forzados y alentadoras discusiones, alzando mi copa para brindar con todos ellos.

Nunca he considerado que el teatro fuera el lugar donde se representan obras dramáticas, delante de un público que siempre aplaude y rara vez patalea sobre la tarima. Tampoco creo que se trate de un género literario o del arte de representar comedias y poner en escena relatos fingidos desmesurados.

Las entrañas del teatro que yo he vivido, tienen que ver con el empeño ilusionado, la lucha por lo imposible, la amistad incondicional, el rito impredecible, la improvisación necesaria, el orden desorganizado, la generosidad solidaria, el sacrificio hermanado, el milagroso tesón y la creatividad sustentada en la imaginación desnuda que vestía sus galas de esperanza antes del aplauso.

El teatro es magia desvelada, desdoblamiento consciente, ficción real y farsa redentora patrocinada por el deslumbramiento revelador de una realidad contradictoria sobrealimentada con desmedida locura, sonrientes lágrimas, consoladoras agitaciones y alivios pesarosos, provocados por un juego de suplantaciones que retorna siempre al origen de la farsa. Redentor espejo del pueblo donde reflejan su imagen los afanes, quehaceres, vicios y virtudes ciudadanas, patria de los apátridas, religión de los descreídos y sustento de soñadores.

Pero también el teatro es prosaico y vulgar en sus palpitaciones cotidianas y temblores al borde del proscenio. Son bocadillos inacabados. Repeticiones incansables. Lágrimas sobre el tablado. Temores al olvido. Deseos de esconderse en la trampilla. Nervios entre bambalinas. Atrezzo perdido. Morcillas obligadas. Miedo a la caja escénica. Diablas haciendo diabluras. Micrófonos roncos. Candilejas insumisas. Tramoyas desengrasadas. Apuntadores que no apuntan. Desparpajo y timidez; atrevimiento y templanza; desánimo y estímulo.

El teatro es un espacio virtual donde se finge el llanto que hace llorar a los demás; se encubre el dolor para que otros sonrían; se disfrazan las sombras, se ocultan los pesares y se aparentan falsas realidades. En el teatro, un grupo de románticos enajenados embellecen la chapucera vida de los cuerdos sirviendo agua de una jarra vacía, ofreciendo flores inexistentes y simulando historias ficticias con disfraces imaginarios, tras el ojo inquietante tras el telón el día del estreno, cuando la mierda se antoja necesaria, momentos antes que la farsa se haga espectáculo y el cómico pierda su identidad en manos del foro que asiente complacido a la función.