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Etiqueta: empatía

LA VIRTUD DE ESCUCHAR

LA VIRTUD DE ESCUCHAR

En tiempos convulsos y políticamente revueltos, con síntomas terminales causados por aguda prepotencia partidista, mórbida fractura parlamentaria y patológica sordera en los escaños, no queda otra opción que pedir a los pastores que apacientes sus rebaños; a los entomólogos que lubrifique las alas de los grillos camerales para enmudecer su griterío; y a los otorrinos comunales que extraigan los tapones ideológicos de los oídos para que los sordos de ambos lados puedan escuchar palabras ajenas a sus idearios respectivos.

De no hacerlo, será difícil vivir pacíficamente en un país donde la empatía ha salido huyendo por la ventana del dogmatismo y el diálogo ha escapado por la gatera de la intolerancia, obligándonos a realizar un alto en nuestro camino hacia el despeñadero donde nos llevan, porque de seguir el rumbo tomado por los putativos padres de la patria con su enfrentamiento, solo cabe esperar un desgarro en el alma común que todos compartimos.

Se oyen hunos a hotros sin distinguir los sonidos emitidos por cada cual, porque rebotan los mensajes en tímpanos del oponente, impidiendo que las neuronas transmisoras los lleven al cerebro para ser escuchados, pues no se trata de oír, sino de escuchar, como virtud de prestar atención a lo que se oye, percibir los sonidos en su tono, entender los mensajes, interiorizar su contenido y conceder a cada cual la parte de verdad que el adversario siempre tiene, porque nadie está en posesión de la verdad absoluta.

Ante tal panorama, los ciudadanos nada podemos hacer porque se enfrentan a nuestro empeño los políticos, inhabilitados genéticamente para escuchar al adversario; los tertulianos con los audífonos desconectados en los debates para no escuchar a los antagonistas; los tuiteros eliminando de sus cuentas a los discrepantes; y los periódicos silenciando a los que se apartan un nanómetro de su línea editorial.

Solos estamos, amigos, como el sheriff de Hadleyville, Will Kane, ante dos bandas de sordos endémicos mirándose al espejo, sin la esperanza de acabar políticamente con ellos, y convencidos que terminaremos arrojando al suelo la toalla con la insignia de sheriff envuelta en decepción, antes de marcharnos frustrados a nuestras casas lamiéndonos las heridas de la impotencia, sin oportunidad de redención.

EN TORNO AL FEMINISMO

EN TORNO AL FEMINISMO

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La huelga feminista ha venido acompañada de variopintas declaraciones a las que añado esta, expresando mi opinión discrepante de algunos juicios de valor emitidos por laringes exaltadas y plumas enardecidas, de uno y otro extremo de la polémica.

No es el feminismo que pedimos, adalid de la bondad intrínseca de las mujeres, sino exigencia de iguales derechos para todas las personas, sin diferenciar el sexo.

No es el feminismo vengativo ni justiciero, sino incluyente y defensor de una justicia social, laboral, salarial y administrativa, que no discrimine a las mujeres.

No es el feminismo adoctrinamiento mental, sino apuesta y compromiso por una educación liberadora en el marco cultural exigido por una sociedad libre, respetuosa, igualitaria y pacífica.

No es el feminismo adscripción forzada a la descreencia religiosa y desprecio a la moral, sino todo lo contrario porque la ética guía el norte de su honorable ideario.

No es el feminismo ariete contra el sexo opuesto para combatirlo y obligarle a ocupar el relegado puesto que durante siglos han ocupado las mujeres, sino mano amable para caminar juntos hacia la igualdad.

No es el feminismo patrimonio de las mujeres, sino de los feministas de ambos sexos, sin distinción de sexo, edad, raza, cultura, latitud o creencia, que luchan por la igualdad.

No es el feminismo salvoconducto para explotar sexualmente el cuerpo femenino deshumanizado, en spots publicitarios, carteles, esquinas y prostíbulos.

No es el feminismo discriminatorio en sus peticiones, porque reivindica para todos los seres humanos derechos simétricos, sin distinción alguna.

No es el feminismo clasificatorio, sectario ni etiquetador, porque no distingue categorías entre quienes luchan por la igualdad, ni establece jerarquías entre feministas, ni hace limpieza de sangre.

No es el feminismo apoyo a la discriminación positiva de las mujeres incompetentes, ineptas y mediocres que ocupan cargos de responsabilidad en instituciones, entidades y empresas, por su condición femenina.

No son feministas las personas calificadas por algunas gargantas y plumas como feminazis, porque el feminismo es respetuosa lucha por la igualdad de derechos, sin fumigar ni incinerar a los del sexo opuesto.

No es feminismo “parir y decidir” por mucho que algunas mujeres canten el conocido eslogan hasta desgañitarse, mezclando culo y témporas, porque el aborto voluntario va por otro camino.

No es el feminismo patología social ni rareza que afecta a un colectivo determinado de personas, lo raro, anómalo y extraño es que haya personas que no sean feministas y pretendan mantener la desigualdad entre hombres y mujeres.

En definitiva, el feminismo asienta su cuerpo ideológico en cuatro pilares: igualdad, libertad, respeto y empatía, con independencia de las condiciones personales de cada cual, comprometiéndose con las mujeres discriminadas y contra la violencia que sufren algunas, desde la mutilación genital femenina en temprana edad hasta la muerte violenta en manos de indeseables y despreciables cazadores de mujeres.

DE LA EXPERIENCIA A LA EMPATÍA

DE LA EXPERIENCIA A LA EMPATÍA

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No siempre son escuchados, atendidos y secundados los consejos que padres, profesores, parientes y vecinos dan a los jóvenes, porque estos solo gustan de experiencias propias, más allá de los riesgos, peligros e incertidumbres que acompañan las novedades inesperadas que acechan a quienes van con prisa hacia la vida adulta.

Tampoco es fácil empatizar con problemas ajenos sin tener experiencia de ellos, ni es probable comprender situaciones personales de otros, no vividas en carne propia, porque la identificación mental y afectiva de un sujeto con el estado de ánimo de otro se consigue cuando ambos viven situaciones idénticas.

La inexperiencia de sensaciones, dolores, desgracias, temores y enfermedades sufridas por otras personas, hace imposible la fusión anímica de uno mismo con la realidad ajena por mucho empeño que se ponga, como le sucede al creyente con el descreído; al liberado con el dependiente; o al maridado con la viuda, por citar unos ejemplos.

La imposibilidad de compartir el dolor físico y el sufrimiento moral hace inviable la absoluta empatía del observador con la persona dolida, de la misma forma que no se alcanza a empatizar plenamente con la angustia de un enfermo terminal o con quien pasa la última noche en una celda del corredor de la muerte.

¿Cómo emparejar con la impotencia de las personas dependientes? ¿Cómo sentir el estremecimiento de la mujer embarazada con un hijo deficiente en su vientre? ¿Cómo percibir el miedo de un soldado acorralado por el enemigo? ¿Cómo entender el pensamiento de un suicida fundamentalista?

Imposible sentir el horror de quien contempla el cuerpo de un amigo destrozado por la metralla, ni el miedo apretado en el pecho antes de un combate cuerpo a cuerpo, ni el pánico de las llamas que se acercan amenazantes, ni el olor nauseabundo de cadáveres descompuestos esparcidos por las calles.

HONRADEZ PÚBLICA

HONRADEZ PÚBLICA

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Nuestro mayor problema político-social es la falta de escrúpulos morales y honradez personal de muchos delincuentes que nos gobiernan, acrecentado por la impunidad que les ampara en sus propios partidos y en las sedes judiciales, obligándonos a denunciar esta situación una vez más, sin esperanza alguna de enmendar la deshonestidad exhibida con descaro por dirigentes políticos, sociales, laborales y económicos.

No son las leyes, ni los procesos electorales, ni la división de poderes, ni la participación ciudadana, quienes sostienen, dan vida y purifican la democracia, sino la honradez ejemplarizante de quienes llevan el rumbo de la nación en cualquiera de las diecisiete latitudes que conforman el territorio llamado España.

La decencia política es el filtro democrático que elimina todas las impurezas que el sistema tiene en suspensión, enturbiando la convivencia y provocando turbulencias que impiden el flujo laminar de relaciones humanas tan necesarias en toda colectivo se seres racionales por herencia, pero honrados por voluntad propia, sin aspiraciones escatológicas.

La justicia moral no siempre va hermanada con las leyes ordinarias, pero es legítima hija de la honradez, que lleva a la rectitud en los comportamientos, a la limpieza de intenciones, a la pulcritud mental y al sostenimiento de actitudes serviciales en beneficio de la comunidad que ha puesto la confianza en manos de sus representantes.

Implica la honradez un compromiso firme con la verdad, con uno mismo, con las demás personas y con el proyecto que lleva a las promesas ofrecidas, evitando engaños, falsificaciones, y autocomplacencias en una falsa realidad virtual que solo existe en la mente de los desleales estafadores.

La honestidad conduce invariablemente a la empatía que lleva a la comprensión y al esfuerzo solidario para reparar daños, aliviar dolores, reconfortar el ánimo, sanar el cuerpo y nutrir de cultura la ignorancia de quien vino al mundo en paradero ignorado por el alfabeto, la penicilina y el trigo.