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FÉLIX GRANDE

FÉLIX GRANDE

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Mañana cumpliría el emeritense poeta emérito Félix Grande setenta y nueve años, si un revés de la parca no se lo hubiera llevado por delante el 30 de enero de 2014, dejándonos el recuerdo de su plateada cabellera enredado entre versos de Las piedras, amamantados con la soledad interior que siempre acompaña a los poetas.

Nieto de cabreros, hijo de republicanos y guitarrista flamenco, hasta que se tropezó con la poesía en una revista que tantos dolores de cabeza llevaría a su vida, antes de recibir el premio Adonais de la mano espiritual de Machado que guió sus pasos entre los renglones de arriesgados versos sociales.

Grande fue Félix Grande en persona encarnada. Grande su compromiso para liberar al maestro Rosales de su injusta carga. Grande su flamencología. Grande su amistad con el peruano César Vallejo. Grande su silencio durante treinta años. Y grande su alma de poeta enamorado de la vida, la guitarra y los versos.

Mi recuerdo a Félix envuelve sincera evocación de afecto a Francisca que ha sabido darnos, con sabiduría poética, noticias de su propia historia, transmitiendo ambos a Guadalupe el amor a la complaciente poesía con que nos deleita prestándonos la llave para acceder a la vida a través de la niebla.

HISTORIA EN ZAPATILLAS

HISTORIA EN ZAPATILLAS

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Si el historiador-divulgador madrileño Manuel Fernández no hubiera muerto hace cuatro años en Salamanca, hoy cumpliría noventa y tres años de una vida entre legajos, archivos y páginas de libros, para acercarnos la historia en zapatillas, con rigor ameno y claridad expositiva poco común entre los eruditos que se anudan corbata intelectual las veinticinco horas del día.

Es historia viva don Manuel por formar ya parte de la historia cotidiana y dar vida a los personajes que la hicieron posible, llevándolos a las estanterías domésticas donde presumen de ser hijos del autor que los resucitó con su pluma. Profesor de elevado asiento. Escritor de alzada vertical a ras de suelo. Contador de la historias en zapatillas. Maestro plegado en doble doctorado. Emérito por sus méritos y académico por su academicismo. Este es el hombre que merece ser hoy recordado y siempre respetado.

El jurado del Premio Castilla y León de Ciencias Sociales y Humanidades no tuvo más opción que darle preferencia de paso en las páginas de la Historia a este hombre sabio de vida, que guardaba en su mente secretos inconfesables de monarcas, cortesanos, clérigos y militares. A este sabedor de historias le cayó en 2006 el premio de Ensayo y Humanidades “José Ortega y Gasset”. Laureles que disfrutamos con él quienes tuvimos el placer de compartir momentos de sus cuarenta y dos años de vida salmantina, donde vivió en el exilio dorado de su fresca senectud, el reconocimiento publico.

Sobre la doméstica mesa camilla nos puso a Carlos V, al patriota Jovellanos, a Juana cautiva en Tordesillas, al segundo Felipe, a la católica Isabel y a la enigmática princesa de Éboli, mientras nos contaba la gran aventura de Cristóbal Colón, su visión de Cervantes y la biografía de España.

Ejemplo de tesón, estudio y lucidez, supo mantener la juventud perpetua de quienes iluminan su espíritu con la luz de la curiosidad intelectual, cuando las piernas ya entorpecen el camino y las arrugas dibujan surcos en los perfiles de unos ojos curtidos por silenciosas horas entre libros y legajos. Este es el caso del preceptor Fernández Álvarez, en quien la bondad y la sabiduría se han hermanado para merecer el aplauso compartido de alumnos, ciudadanos y académicos.