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TELEFONOFILIA

TELEFONOFILIA

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Preocupa a los ciudadanos premodernos la pandemia vírica que expande sus tentáculos a través de radiaciones idiotizantes de frecuencia intermedia entre las bandas sonoras y las mudas microondas, emitidas por antenas alienantes y recibidas en seductores aparatos móviles contaminados de incomunicación.

Algunos estudios demuestran que las ondas “móviles” han multiplicado la reproducción “celular”, pero todas las investigaciones confirman la bipartición de los usuarios, fragmentados en dos mitades asimétricas unidas en el espacio corporal y alejadas espiritualmente en órbitas planetarias, con alteraciones en el ARN mensajero, por ruptura de sus enlaces comunicativos con el entorno físico donde se asienta el enfermo.

La historia social definirá esta época como la del “teléfono móvil”, no tanto por los servicios que este aparato comunicador facilita, cuanto por la ruptura comunicativa que promueve, cumpliendo la contradictoria tarea de sustituir el cara a cara y la palabra directa con los presentes, por el contacto virtual con los ausentes.

El GSM es una puerta abierta a la intimidad personal en cualquier lugar, a toda hora y sin permiso, donde acceden familiares, amigos, parientes, colegas y enemigos, algunos deseables, otros impertinentes, bastantes inoportunos y muchos a destiempo, mientras viajamos, trabajamos, yantamos, libamos o hacemos el amor, para robarnos momentos reservados que nos pertenecen.

El empleo juvenil de los celulares como elemento de comunicación, ha desterrado la palabra directa, pateado la ortografía, anulado el contacto personal, incrementado el gasto, reumatizado los pulgares y bloqueado las relaciones cercanas, sustituyendo el cálido diálogo personal por el frío deletreo de palabras en la pantalla virtual, haciendo realidad la predicción de Einstein cuando profetizaba que el progreso tecnológico nos incapacitaría para la interacción humana, creando una generación de idiotas.

EN MANOS DE LAS «OBRERAS»

EN MANOS DE LAS «OBRERAS»

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Einstein proclamaba a los cuatro vientos que su único mérito intelectual era haber mantenido la curiosidad durante toda su vida, hasta desentrañar el más profundo misterio de la Física. Pero no quedó ahí su afán de curioseo por todo cuanto rodeaba a este sabio, pues don Alberto se ocupó también de curiosear entre los paneles de las colmenas para llegar a la conclusión de que las abejas eran necesarias para la vida.

Es decir, que sin estos antófilos no es posible la existencia y los seres humanos apenas sobreviviríamos cuatro años si desaparecieran las abejas “obreras” de la faz de la tierra, porque tales insectos “amantes de las flores”, son los máximos responsables de la polinización animal.

La cadena natural sigue una secuencia de mortal desenlace para la raza humana, pues sin abejas la polinización no es posible; sin polinización no hay plantas; y sin plantas no hay animales. Es decir, que gracias a esos fabricante de miel y polen que van de de flor en flor, nosotros podemos ir por el mundo.

Pero las cosas pueden complicarse porque nos estamos cargando la reserva de abejas que necesitamos para vivir, a golpe de pesticidas en los campos de frutales, implantando bosques industriales en sustitución de la vegetación natural, realizando cultivos de exportación que homogeneizan la flora, empleando venenos contaminantes y aumentando cosechas con fertilizantes químicos.

El exterminio de abejas que dará al traste con la raza humana, según predijo Einstein, no se debe a un castigo divino, ni a plaga enviada por Yavé o venganza del ángel caído, sino a las acciones humanas que aumentan el cerdito de ahorro de los productores, oxidando las huchas de los consumidores.

GENE SHARP I I

GENE SHARP I I

El noventa por ciento de los ciudadanos del mundo necesitamos leer la segunda parte del libro de Gene Sharp, a la vista del éxito mundial obtenido con la primera parte de la obra en países como Birmania y Egipto, por citar dos de ellos entre la decena que ya se han beneficiado de sus tesis.

Con su primer ideario “De la dictadura a la democracia. Un sistema conceptual para la liberación” ha conseguido liberar a muchos pueblos de funestas dictaduras, predicando la revolución pacífica, desde su Institución Albert Einstein con sede en Boston.

Ahora le toca escribir la segunda parte. Tiene que decirnos Gene cómo pasar de un sistema capitalista sin futuro a otro nuevo sistema que haga más felices a la mayoría de los humanos, recurriendo para conseguirlo a las pacíficas armas que han puesto patas abajo a muchos regímenes totalitarios.

La respuesta a la inevitable decadencia del capitalismo sólo puede venir de mentes como la de Sharp, si no queremos hundirnos en la mierda antes de lo previsto y sin posibilidad de redención futura.

Algo que fue bueno en el contexto del siglo XV, cuando surgió el capitalismo al hilo de los intercambios marinos y la transformación de las fuerzas productivas, ya no sirve para el siglo XXI. Algo, como el dinero, que fue instrumento de cambio en su época, se ha convertido en referente obligado para este capitalismo feroz que convierte en mercancía hasta los valores morales más esenciales.

Todo ello en un marco institucional soportado en tres pilares deteriorados, donde la política, la religión y la economía especulativa ya han dicho todo lo que tenían que decir en la historia de la humanidad. Soportes obsoletos y rancios que no merecen el poder que tienen y han de ser sustituidos por odres nuevos.

Si estamos viviendo una crisis originada por deudores que no pagan a especuladores, la solución no pasa por limitar las posibilidades de trabajo y recursos de los insolventes, sino en promover nuevas áreas productivas que fomenten el mercado laboral y permitan a los entrampados pagar su deuda, sobre la base de que sin gasto no hay producción, sin producción no hay dinero y sin dinero es difícil pagar empréstitos.

Digo esto, como buen español, que sin entender de ello me permito la licencia de opinar, ejerciendo un derecho que a nadie perjudica porque no decido nada. Quien tiene que darnos una solución a la crisis del capitalismo es Sharp, o alguien como Gene Sharp, a quien cedo la palabra.

OTOÑO EN PRAGA

OTOÑO EN PRAGA

Es el sol que el verano ha negado a la ciudad, la luz del otoño renacido tras la incesante lluvia estival. Y la rebeldía de los verdores tardíos desplegados entre maizales, el reencuentro de los turistas del sur con las ennegrecidas fachadas, recuerdo de lejana sequía de libertades tras un largo telón metálico, pespunteado con hoces a martillazo limpio.

No hay en el otoño 2011 recuerdo alguno en los praguenses de aquella lejana primavera, hermana del mayo francés de 1968. Para los jóvenes, apenas quedan del abuso unos renglones en los libros de texto como fecha histórica aislada. Y para los adultos, que sintieron el pisotón en su libertad de los tanques rusos, el olvido de lo que fue y la condena unánime de lo que nunca debió suceder.

En este otoño les queda a los praguenses como penoso recuerdo las señales de altura que el desbordamiento del Moldava hizo sobre las paredes de las fachadas en agosto de 2002, cuando decidió sublevarse al cauce que cercenaba su libertad, encajonándolo entre muros y obligándole a pasar bajo los 16 arcos beatíficos del puente ordenado construir en 1357 por el venerado Carlos IV, hermoso donde los haya, si el exceso de turistas no rompiera su belleza, asombrando el gentío a las 30 estatuas que soportan con resignación el acoso permanente de las cámaras fotográficas.

Las cruces católicas en infinitas iglesias veneradas por el 20 % de sus habitantes, no inquietan al 60 % de ateos que pasan indiferentes por sus puertas, bordeando la judería donde reposan escalonados los restos de judíos que emigraron desde Moscovia expulsados por  los Vendos. Llegaron errantes a Bohemia  en el año 850 con la Tora en la mano y los enseres al hombro, a postrarse ante el duque Hostivít, que les permitió levantar sus cabañas en la margen izquierda del omnipresente río Moldava, permitiéndole a Borges escribir su maravilloso Golem.

La decoración y estilo de sus fachadas otorga a las calles una quebrada ondulación complaciente, sin premeditación alguna ni aviso previo, acompañando un movimiento arquitectónico que condena perpetuamente al éxtasis a quienes las contemplan los edificios desde el ojo digitalizado de la pantalla.

Condensa Praga en este otoño, el prematuro advenimiento de la nieve en tibios atardeceres y refrescantes mañanas, obligando a los madrugadores visitantes a rodear el fuego de leña que envuelve la plaza más buscada, donde los perniles de cerdo asados giran incesantes esperando la demanda  de los que aguardan la salida de los apóstoles por los ventanucos del reloj.

Sobre los adoquines de la plaza queda la inseguridad fomentada por los “catedráticos del hurto”, que nos decía Marcos; el recuerdo del último bombardeo de los aliados perfilando la fachada; Kafka concluyendo El Proceso en su escritorio; Einstein saludando a los curiosos; la antipatía de los camareros, la sopa, el gulash y las patatas hervidas.

Pero también queda la nostalgia de un retorno inevitable porque no será posible vivir otros veintiséis años más para volver a Praga, recordando la primavera de 1984 cuando tuve que pasar dos controles en la frontera y me cambiaron todos los francos suizos que llevaba por billetes falsos apartados del curso legal.