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Etiqueta: dogmas

ME HAN HABLADO DE DIOS

ME HAN HABLADO DE DIOS

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Un entrañable amigo sacerdote – por ese orden, primero amigo y luego buen cura – me ha hablado de Dios y de la fe necesaria para alcanzar la fe en lo imposible de percibir por otros medios que no sea creer-crear lo que no vemos, asegurándome feliz vida eterna a pesar de mi incredulidad, porque el testimonio de vida es aval de salvación más allá de la preceptiva obligación de creer lo que niega la razón.

A cambio, yo le he manifestado mi alejamiento de su fe y el rechazo a los dogmas y doctrina que él predica, inoculada en mi infancia con leche materna y catecismo parvulario, que mantuve durante años como dulce quimera, pensando que alcanzaría feliz vida eterna sin saber que tal presea era inalcanzable por inexistente, junto al espectáculo sobrenatural como adorno de una realidad incluyente de metáforas y consoladoras ilusiones en paraísos celestiales.

Pero ni el más incrédulo puede negar el valor espiritual, mérito cultural, relevancia antropológica, influencia social, alcance político, redentora esperanza y magnitud filosófica de las diferentes doctrinas en las que confían los humanos que en ellas han depositado su fe.

“Y si todo lo que te niegas a creer fuese cierto, Paco, y más allá de la vida te encontraras con Él, ¿que pasará?”, me preguntó mi querido Ángel, y la respondí parafraseando a Bertrand Russell: “Pues le saludaría cordialmente, recriminándole que no me hubiera dado suficientes pruebas y me obligara a creer cosas que la razón otorgada por Él rechaza”.

Lo importante de nuestra fructífera y larga amistad es el incuestionable afecto que nos guardamos y el respeto mutuo, porque su credulidad es tan sincera como mi descreimiento, y su fe tan comprometida con el mundo como mi lucha por valores eternos que perdurarán más allá de esta efímera vida, por lo que merece la pena toda desgarradura fraternal.

DIGODIEGOS DOGMÁTICOS

DIGODIEGOS DOGMÁTICOS

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La Iglesia parmenidea, estática, conservadora e inmóvil, ha dado un viraje hacia el cambio heraclitiano para demostrar al mundo que todo fluye y nada permanece, lo que traducido en términos dogmáticos y doctrinales significa que importantes “digos” doctrinales están pasando a ser “diegos”, para sorpresa de clérigos y seglares.

No lo digo yo, sino mi respetado y querido papa Francisco, hablando de un catolicismo como religión moderna, humana y razonable, que ha sufrido lentos y tardíos cambios evolutivos a lo largo de su historia, nunca tan contundentes como los actuales, por mucho que se reconozcan los tímidos virajes habidos sobre las hipotéticas verdades religiosas.

Pasar del “solo el ser es” al “nada es, todo cambia” comenzó con la desaparición del limbo, – “hipótesis teológica” a olvidar, según Benedicto XVI – ese extraño lugar donde iban a parar las almas de los infantes que morían sin ser bautizados, porque estaba mal visto que los impúberes sufrieran las consecuencias de algo tan cruel, sin ser responsables de nada.

Luego vino la reforma del purgatorio con indulgencias plenarias y no plenarias incluidas, porque a las púrpuras de la curia, las mitras de los palacios episcopales y bonetes parroquiales no les parecía justo que purgaran penas transitorias quienes no podían meter dinero en el “cepillo” para evitar el castigo, concediéndoseles el indulto.

Pero el otro día hemos sabido por boca del bendito papa Francisco, que el infierno es un recurso literario, metáfora del alma aislada, fruto de la calenturienta imaginación de los profetas. ¡Dios mío, menos mal!, aunque podrían haberse inventado un castigo más liviano que condenar a los feligreses eternamente al fuego en las calderas del cornúpeta y malvado Pedro Botero.

No contentos con eliminar de un plumazo limbo, purgatorio e infierno, también resulta que la historia de Adán y Eva es un cuento. ¡Joer!, según viene la cosa cabe esperar que conviertan en fabulación todo el Antiguo Testamento, porque esa fabulación del barro, la costilla, el paraíso y la manzana, no se diferencia de las protagonizadas por Jacob, José, Abraham, Goliat, Isaac, Sen, Abel, Cam, Jafet, Esaú, Caín, Malaquías, Ezequiel, David, Josué, Moisés, Aarón, Tobías,  ….

DE LA SUMISION PROFESIONAL A LA JUBILACIÓN OFENSIVA

DE LA SUMISION PROFESIONAL A LA JUBILACIÓN OFENSIVA

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Un amigo recién jubilado que visita esta bitácora y escribe en mi «página de caras», afirma que a partir de ahora vamos a escuchar de su boca lo inimaginable, porque la jubilación le libera de los temores y represalias que le han impedido decir lo que pensaba durante sus años de trabajo uniformado.

Estos ciudadanos, reprimidos durante su vida profesional por una disciplina mutilante de su libertad de expresión, se descomprimen en la jubilación otorgándose a ellos mismos patente de corso para zaherir todo lo que se mueve en sentido contrario al pensamiento que han tenido encarcelado durante décadas de dominio exterior.

Muchos de ellos, como este amigo, han estado sometidos a presión ordenancista por parte de galones, jerarquías, estrellas y bastones, exigentes de obediencia ciega que acrecentaba el valor de la sumisión cuando la condición de mando era ingrata y poco llevadera, obligándose los subordinados a reprimir la conciencia y guardar opinión.

Con la llegada de la jubilación, algunos de estos reprimidos se declaran insumisos ideológicos dispuestos a decir en voz alta todo lo que callaron en su vida profesional, liberados ya de cadenas, reglamentos, estatutos, leyes y órdenes superiores, alcanzando la libertad que anhelaron durante décadas.

El problema surge cuando estos descomprimidos se ponen la jubilación por montera, desenvainan la porra dialéctica y la emprenden a garrotazos contra toda opinión divergente y persona discrepante que se encuentran a su paso, confundiendo debate con bronca, opinión con juicio de valor, discrepancia con insulto y libertad de expresión con leña indiscriminada al mono, aunque nada sepan del primate que vapulean, ni hayan cruzado palabra alguna con él.

Las dificultades de entendimiento se presentan cuando estos “liberados” hacen públicas descalificaciones personales de los vecinos ante el mundo mundial a través de Internet en las redes sociales, utilizando palabras gruesas, ofensivas ironías y mordaces comentarios, con prepotencia impropia de quienes han estado toda su vida bajo la suela de un zapato.

CLASES DE ATEOS

CLASES DE ATEOS

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Antes de clasificar a los ateos, convendría que nos pusiéramos de acuerdo en la idea que cada uno de nosotros tiene del Dios en el que cree, porque no todos los humanos creen en el mismo Dios, ni la forma de creer en él es coincidente en las diferentes culturas deístas que mantienen los seres humanos que pueblan el planeta Tierra.

Obviando este insalvable obstáculo, nos encontramos a simple vista con diferentes tipos de ateos, en el marco de nuestra civilización, sin poner la atención en ninguna religión concreta derivada de la doctrina sostenida por el cristianismo en sus diferentes versiones.

En el gran grupo de incrédulos podemos distinguir tres subgrupos diferentes de personas descreídas, con perfiles bien definidos en cada uno de ellos que permiten situarlas en espacios diferentes con claras fronteras ideológicas que separan unos de otros, aunque se mantengan unidos en la descreencia con matices permanentes.

Dicho esto, parece claro que ateo en general es alguien que niega la existencia de Dios, aunque no todos la nieguen de igual manera porque cada subgrupo lo hace de forma distinta, según su cultura, sensibilidad, personalidad y posibilidades. Pero todos ellos niegan categóricamente lo que otros afirman como cierto, considerando que la verdad defendida por los creyentes es intelectualmente indemostrable, empíricamente irrealizable y se incluya entre las convicciones personales que solo precisan la fe del sujeto para creer.

Están en primer lugar los ateos convictos y confesos, que niegan la existencia de Dios tras reflexiones profundas, razonadas y sentidas sobre esa cuestionable verdad, porque la realidad de la vida va por caminos diferentes a los dogmas y afirmaciones propuestas por la doctrina que sostiene la fe de los creyentes.

El segundo grupo está formado por los ateos escépticos, personas que ponen en duda las creencias de los vecinos, pero sin la convicción suficiente ni argumentario que les lleve a certeza incuestionable sobre la incredulidad que proclaman, lo cual les permite salir del escepticismo en cualquier momento y abrazar la doctrina que conduce al Dios en quien dicen no creer.

Y, por último, están los que niegan la existencia de Dios porque desearían que no existiera, aparentando la convicción de que no existe, viviendo como si así fuera y exhibiendo cierta fanfarronería en el escaparate social ante el que se declaran incrédulos en el Dios que niegan, sin tener certeza en el rechazo que proclaman.

DESDE LA INCREENCIA

DESDE LA INCREENCIA

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La Iglesia católica conmemora hoy la festividad de San Francisco de Asís, y muchos amigos y amigas me felicitan en el día de mi santo que yo agradezco sentidamente, aunque no celebro la onomástica desde que monté sobre el caballo que derribó a Pablo de Tarso el día de su conversión al cristianismo, abandonando quimeras en almohadas infantiles aquella jornada.

Como le sucedió al poeta de Tábara, a mí también me han dormido con todos los cuentos y sé todos los cuentos, creyéndomelos en la edad de la inocencia sin prevenir que tales creencias me llevarían a la incredulidad que mantengo desde que la razón me despertó del sueño que mecía mi juvenil ingenuidad.

Mis oídos han escuchado fantásticas historias de ángeles, demonios, resurrecciones, cielos, infiernos, condenas, perdones, dogmas y milagros, de suerte que la tierra donde algunos se pierden es conocida por mí hasta el último de sus rincones, desde que abandoné mi ciega credulidad adolescente en misteriosos misterios que negaba mi razón.

Deshinché la graciosa fe impuesta sin demandar esa gracia, la plegué cuidadosamente, la planché con la razón, la plastifiqué al vacío y la deposité en el cofre donde duermen el sueño eterno todos los cuentos, juntos al hombre del saco que se llevaba a los niños malos, igual que el infierno absorbía los pecadores.

Comparto la austera vida del santo que me da nombre, su vocación de hermanamiento, la prodigalidad de hacer favores, el tiempo dedicado a la meditación, la disponibilidad para la ayuda, el empuje solidario y algo menos su radical pobreza. Estoy alejado del resignado dolor sufrido por las llagas. Y nada me dicen sus estigmas, su fe y la santidad que le ha sido reconocida.

Para atender al vecino que sufre, defender al débil, ayudar al necesitado, luchar por la justicia, solidarizarse con los desafortunados y ser moderadamente feliz, no se precisan premios celestiales, ni absoluciones sacramentales, ni indulgencias plenarias, ni bendiciones apostólicas, ni amenazas infernales, porque basta con mantener la fe en el ser humano, luchar por un mundo más solidario y defender la vida en todas sus formas.

Con este equipaje en bandolera he sobrellevado las mareas anímicas, superado tempestades espirituales, suprimido disfraces, soportado golpes, olvidado traiciones personales, desentrañado falsas mentiras y esquivado encantadores de serpientes, pero también he reído hasta el llanto, amado sin condiciones, disfrutado de la vida y soñado con un mundo feliz, aunque sea tan irrealizable como la credulidad abandonada.

Hoy me consuelo mirando cada día los dos cipreses que planté cuando nacieron mis hijos, en la seguridad de que al emprender el gran viaje que a todos nos espera, ellos harán un mástil con su tronco para navegar por la vida, lo que me da fuerzas para seguir amando la vida que con ellos me espera junto a los que van de camino a mi lado.

CREDULIDAD E INCREENCIA

CREDULIDAD E INCREENCIA

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Credulidad

La credulidad es una cualidad del crédulo, es decir, de la persona que cree sinceramente y sin condiciones aquello que se le dice, sean banales o transcendentes los cuentos que se le cuentan desde las tribunas, los púlpitos religiosos, las barras de las tabernas, los mentiremos de la ciudad o las tertulias desenfadadas con amigos.

Si la credulidad afecta a creencias religiosas, el sujeto en cuestión es calificado de creyente porque digiere con su corazón y sentimiento todos los dogmas, doctrinas y creencias virtuales, rechazadas por la razón que Dios le ha dado para pensar sensatamente, utilizando ambos hemisferios del cerebro.

Por el contrario, la increencia se refiere más específicamente a la falta de credibilidad religiosa, traducida en lenguaje paladino como ateísmo o agnosticismo, pero sin excluir la espiritualidad laica que sustenta la descreencia de ateos y agnósticos, comprometiéndolos con idénticos valores que predican los creyentes, pero sin esperar recompensas en eternos paraísos, ni bendiciones celestiales.

Cualidades de la increencia son: la certidumbre en realidades y experiencias vitales, el rechazo a principios religiosos inasequibles a la razón, la negativa a creer las palabras de los llamados profetas y las supuestas revelaciones divinas, el escepticismo ante los milagros sobrenaturales, la renuncia a deseos que son fruto de la angustia vital sin prueba evidente que los justifique y el compromiso generoso, altruista y firme con normas morales de reconocido valor comprometidas con el prójimo, sin esperar recompensa alguna.

Así, la caridad dominante del creyente se hace solidaridad respetuosa en el descreído y la esperanza de feliz vida eterna para el creyente, se torna gozosa lucha por la felicidad terrenal en el descreído.

DECIMOTERCER APÓSTOL

DECIMOTERCER APÓSTOL

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Hace hoy 1.677 años que el hombre más poderoso de la tierra subió al cielo sin pasar por el purgatorio, tras servir al cristianismo más que todos santos, ángeles, arcángeles, profetas y propagandista de la doctrina predicada por el hijo del carpintero José y su virginal esposa María.

Fue Constantino I, San Constantino o Constantino el Grande, el emperador romano que facilitó la difusión del cristianismo, aún sin estar bautizado, como agradecimiento al Dios cristiano por ayudarle a ganar la batalla a Majencio, porque entonces acostumbraba el Señor a señalar el vencedor en las guerras.

Tal influencia divina en las matanzas, se ha mantenido durante siglos, particularmente en todas las Cruzadas, incluida la de nuestra liberación del rojerío, prolongándose esta tradición católica hasta nuestros días en que algunos políticos confían en la Virgen del Rocío, del Amor o del Pilar para vencer al paro, el desvalimiento y la hambruna.

Este santo emperador romano legalizó por edicto milanés la religión cristiana, dando así por terminadas las persecuciones a los creyentes, diezmando el listado de mártires por causa religiosa, cuando ya habían caído miles de ellos en felinas fauces, tridentes de gladiadores o dolientes esclavitudes.

Gracias, pues, a San Constantino, decimotercer apóstol, que derrotó el paganismo romano, permitiendo a las iglesias cristianas llenar el mundo de templos, sotanas, pastores, capelos, ceremonias, condenaciones, penitencias, purgatorios, sacramentos, limbos, infiernos, dogmas, catecismos, sermones, indultos, conversiones a cristazo limpio y persecuciones de infieles.