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VAMOS A ESTRUJAR EL DÍA

VAMOS A ESTRUJAR EL DÍA

Amanecer

Es obligado soplar cada mañana la negra nube de la rutina para cruzar felices el rubicón del día que nos espera. Hay que apartar la losa agónica de la nada eterna para alcanzar la resurrección en la jornada. Es preciso gritar, alzar los brazos, cantar, reír y saltar asombrados ante el milagro de la vida que amanece, para ahuyentar la pesadumbre.

Vamos, pues, a ganar la vida que hoy nos espera, mirándola a la cara sin extrañeza por su llegada, reservando las dudas para mañana y sin tener en cuenta sus andanzas de ayer para evitar el rapto de la memoria, porque debemos hospedarnos cada día en la jornada que despierta con el deseo de alcanzar la sorpresa desprevenida que no ven los profetas del infortunio.

Vamos a estrujar todo lo bueno que nos traigan las horas que tenemos por delante, aprovechando la nueva oportunidad que nos da la suerte para hacerlo, conscientes de que no será un día menos que nos queda sino el día a mayores que hemos robado a la innombrable, aunque sepamos que nos espera cuando no podamos cumplir nuestro propósito de ganarle cada día un minuto más de felicidad a la vida.

A VECES NO AMANECE EL DÍA

A VECES NO AMANECE EL DÍA

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Sucede algunas veces que las tinieblas ensombrecen la vida sin previo aviso, secando los manantiales donde saciamos la sed cotidiana en fraternal mesa compartida, cuando algún comensal decide no acudir al banquete amoroso, como le ha sucedido a José, dejándonos el corazón tan roto como el suyo por un despreciable golpe de sangre que se lo ha llevado, abandonando la esperanza a la intemperie.

En días como estos, un aire gris amordaza los ruiseñores y circunda la cúpula nocturna del velatorio con un rosario inútil de cuentas errantes, hermanando el dolor y los recuerdos con puntadas de lágrima en la patena misericordiosa del amor, mientras los helechos bordean contornos del corazón, poniendo laureles en el pecho herido y sin latidos, al tiempo que el estiércol despliega prematuramente sus brazos de esparto sobre el difunto.

Son días en que muerte entenebrece la luz y huyen los geranios de las macetas a los regatos abandonados que discurren por las paredes fisuradas de las criptas, sin más oficio que llevar manojos de recuerdos de un lugar a otro.

Se humilla el breviario en el cítrico vacío de las rendijas funerarias y un certero manotazo hace rodar a los ángeles por el suelo, impidiendo creer otra verdad imposible porque la certeza prohíbe revertir el catecismo, cuando la redención carece de argumentos y la despedida total es firme certidumbre.

En días como estos, quisiéramos presentir la redención soñada y retomar el camino de la fe, pero la enorme espalda de la muerte cierra el paso a toda credulidad.