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DESPOTISMO ILETRADO

DESPOTISMO ILETRADO

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El despotismo ilustrado que dio algunos frutos en el siglo XVIII con monarquías absolutas en el trono, se miró en el espejo de la Ilustración tratando de conseguir que las decisiones políticas estuvieran guiadas por la razón y sin factores contaminantes, como sucede actualmente en nuestra pseudocracia donde no acaba de hacerse realidad la soberanía del pueblo y el derecho a elegir sus gobernantes, porque la omnipotente partitocracia se niega a dejar abiertas las listas electorales, obligándonos a votar candidatos de su preferencia interna, por razones que todos sabemos y ningún líder de partido se atreve a confesar.

El actual despotismo abusivo no muestra preferencia por color alguno y se mueve a sus anchas en todo el arco parlamentario desde el rojo al azul pasando por el amarillo y violeta, disfrazado con formas legales para conseguir que la virtualidad de sus vidas tenga poco que ver con la realidad ciudadana, insatisfecha con decisiones, complicidades, mentiras y jergas que no comparte.

El moderno cesarismo no presenta la misma cara que tuvo en las monarquías aludidas, pero ahí sigue. Es menos ilustrado que el reconocido históricamente, pero continúa a nuestro lado, disfrazado ahora con urnas, papeletas y leyes que todo lo justifican, con objeto de confundir a los ingenuos.

Se ha maquillado, ha pasado por el quirófano de la estética política, se ha camuflado, sonríe, saluda y seduce a los incondicionales seguidores, porque el actual despotismo es como ese vecino abusón que soportamos a diario sin poder hacer nada para echarlo de la comunidad, aunque hayamos sufrido  todos los vecinos sus excesos.

Actualmente se ha colegiado para ocultar los intereses y caprichos personales de los mandamases, con ficticia preocupación por el bienestar del pueblo. Hoy los déspotas se han agremiado el partidos políticos, amparados en la legalidad para despistar a quienes aplauden la forma de actuar de su correspondiente bandería, sin darse cuenta que tanto unos como otros representan un despotismo que no beneficia a la mayoría, por mucho que tales oligarquías se escondan detrás de siglas políticas de diferente pelaje.

Sabed, pues, que el actual despotismo es incoloro como el aire e insípido como agua, pero huele a mentira desde media legua y despide el mismo hedor que una fosa séptica; padece fotofobia, porque detesta la luz, claridad y transparencia; aborrece los taquígrafos porque su argumento es la censura que hace opaco el envoltorio. Y prefiere las órdenes, a las razones; las imposiciones, a las sugerencias; las direcciones obligatorias, al campo abierto; y la adulación a la crítica.

DE LA FUENTE, ¡A LA FUENTE!

DE LA FUENTE, ¡A LA FUENTE!

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Ante el despido de 88 orientadores laborales, el director general de la Función Pública de la señora Cospedal, don Juan Manuel de la Fuente, ha declarado que con estos despidos están “haciendo un bien común a la comunidad”. Bien por el chico.

Pocas veces el desprecio a los administrados alcanzó cotas semejantes, porque el descerebramiento de este dirigente ha superado con siete palabras el record de displicencia. Estamos acostumbrados a la prepotencia de los políticos, pero debe saber este señor que no aceptamos el insulto, ni permaneceremos inmóviles si tal ofensa no tiene el castigo que merece, por el bien común de la comunidad.

Si esta es una buena decisión, da miedo pensar en la que espera a los castellano-manchegos cuando este dirigente político que alimentan, juzque como mala alguna decisión que les afecte, porque la concepción mercantil que tiene este sujeto sobre la gestión pública, produce escalofríos.

Sus palabrazas permiten adivinar que nuestro protagonista no distingue claramente un ser humano de un objeto que puede abandonarse en el estercolero, porque resulte más barato pagar la multa que contratar un servicio de mudanzas. Las palabras de esta lumbrera intelectual evidencian un intolerable sentido cortijero de la gestión pública, haciendo que su voluntad prevalezca por encima de todo y de todos, desempolvando el lema ya viejo y olvidado de los déspotas: Hoc volo, sic jubeo, sit pro ratione voluntas, es decir: lo quiero, lo mando, sirva mi voluntad de razón.

Con semejante argumento todo vale, incluso que los parados decidan enviar al señor De la Fuente a una fuente sulfhídrica que envenene su pituitaria por carecer del olfato político necesario para no fomentar desde la dirección funcionarial, la hostilidad que han provocado sus esquizofrénicas declaraciones.

Es evidente que moderación y prudencia no son virtudes que acompañen a este personajillo, nubladas por una prepotencia y chulería impropia de quien vive a costa de aquellos que vilipendia.

Alguien sensato de su entorno debe advertirle que detrás de cada trabajador despedido hay un doloroso drama personal y familiar que, en algunos casos, va acompañado de graves consecuencias. Es decir, los despidos laborales deben ser para los administradores públicos algo más que números y asientos contables, porque afectan a la dignidad de las personas y contravienen un derecho constitucional recogido en el artículo 35 de nuestra carta magna. Y, lo que es más grave, cuando un político orienta la brújula de su gestión solamente hacia la rentabilidad económica, permite suponer cual es el rumbo personal que guía su participación activa en la vida política.

En contra de la opinión de este individuo, somos millones los ciudadanos que consideramos el mayor bien común para el país que la mitad de los políticos fueran expulsados de sus poltronas, con él a la cabeza.