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Etiqueta: despeñadero

LA VIRTUD DE ESCUCHAR

LA VIRTUD DE ESCUCHAR

En tiempos convulsos y políticamente revueltos, con síntomas terminales causados por aguda prepotencia partidista, mórbida fractura parlamentaria y patológica sordera en los escaños, no queda otra opción que pedir a los pastores que apacientes sus rebaños; a los entomólogos que lubrifique las alas de los grillos camerales para enmudecer su griterío; y a los otorrinos comunales que extraigan los tapones ideológicos de los oídos para que los sordos de ambos lados puedan escuchar palabras ajenas a sus idearios respectivos.

De no hacerlo, será difícil vivir pacíficamente en un país donde la empatía ha salido huyendo por la ventana del dogmatismo y el diálogo ha escapado por la gatera de la intolerancia, obligándonos a realizar un alto en nuestro camino hacia el despeñadero donde nos llevan, porque de seguir el rumbo tomado por los putativos padres de la patria con su enfrentamiento, solo cabe esperar un desgarro en el alma común que todos compartimos.

Se oyen hunos a hotros sin distinguir los sonidos emitidos por cada cual, porque rebotan los mensajes en tímpanos del oponente, impidiendo que las neuronas transmisoras los lleven al cerebro para ser escuchados, pues no se trata de oír, sino de escuchar, como virtud de prestar atención a lo que se oye, percibir los sonidos en su tono, entender los mensajes, interiorizar su contenido y conceder a cada cual la parte de verdad que el adversario siempre tiene, porque nadie está en posesión de la verdad absoluta.

Ante tal panorama, los ciudadanos nada podemos hacer porque se enfrentan a nuestro empeño los políticos, inhabilitados genéticamente para escuchar al adversario; los tertulianos con los audífonos desconectados en los debates para no escuchar a los antagonistas; los tuiteros eliminando de sus cuentas a los discrepantes; y los periódicos silenciando a los que se apartan un nanómetro de su línea editorial.

Solos estamos, amigos, como el sheriff de Hadleyville, Will Kane, ante dos bandas de sordos endémicos mirándose al espejo, sin la esperanza de acabar políticamente con ellos, y convencidos que terminaremos arrojando al suelo la toalla con la insignia de sheriff envuelta en decepción, antes de marcharnos frustrados a nuestras casas lamiéndonos las heridas de la impotencia, sin oportunidad de redención.

INOCENTES Y NOCHEVIEJA

INOCENTES Y NOCHEVIEJA

Hoy domingo 29 de diciembre llega a nosotros con el corazón tan “partío” como el del cantante Sánchez Pizarro, ocupando espacio entre los santos inocentes que ayer celebramos con bromas pervirtiendo el significado de tal recuerdo, y la festivalera Nochevieja con sabor etílico, bailes latinos, rojizas prendas íntimas y saturnal festín.

Mitad de nuestros corazones dedicados hoy a recordar la inocente prostituta que unos farsantes trajeron desde no se sabe dónde, engañada con promesas falsas. Mitad descorazonada evocando al inocente parado sin salario de subsistencia. Al inocente hambriento que busca alimentos caducados en los contenedores. Al inocente niño seducido por un puñado de caramelos que termina en las páginas más detestables de Internet. Al inocente sursahariano que duerme sobre cartones y es explotado por un empresario sin escrúpulos. A los inocentes muertos víctimas de la locura guerrera humana. Mitad del corazón enarbolando por todos ellos la bandera de la paz y la solidaridad tras una pancarta que pide justicia para todos los ajusticiados injustamente, amparados por leyes al servicio de los justicieros.

La otra mitad de nuestro corazón “partío” funde en Nochevieja risas y lágrimas; compañía y soledad; hartura y hambruna; ensimismamiento y olvido; en un despreciable juego donde pierden los que nunca han ganado, ni se espera que ganen en la vida, conocidos en todas las latitudes con el nombre de perdedores.

Analizando los posos depositados en el fondo del odre viejo que termina, vemos mucha soledad paseándose por las almas de los discapacitados mentales aparcados en residencias, mientras las familias toman festivamente las doce uvas con amigos.

Asomándonos por el ojo de la cerradura vemos a los ancianos en asilos, humedeciendo la soledad con sus lágrimas, mientras los familiares brindan con espumoso zumo de uvas, envueltos en serpentinas y confetis.

Paseándonos entre permeables tiendas de campaña, contemplamos las siluetas de los refugiados desarraigados de la tierra que los vio nacer, esperando la salvación celestial que no les llegará, porque a nadie interesa su redención.

Observando la foto de un buitre acechando a un niño famélico en cuclillas sobre el suelo, seguimos sin comprender que el ser humano prefiera invertir en armamento el dinero que eliminaría la hambruna.

Pregunta los inocentes de ayer pisando las uvas de Nochevieja, por qué los políticos se han dejado suplantar por politiqueros; los estadistas, por electoreros; los sindicalistas por sindicalistos; los empresarios, por explotadores; los inversores, por especuladores; los apóstoles, por capelos;  y los trabajadores, por ovejas temerosas al pastor y sus mastines, cuando un topetazo de los muflones bastaría para arrojar a los rabadanes por el despeñadero.