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PUBLICIDAD EMBAUCADORA

PUBLICIDAD EMBAUCADORA

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“Agítese bien antes de usar”, dicen las instrucciones como paso previo al empleo de un producto que está decantado en el recipiente que lo contiene, para que la mezcla de sustancias se homogeneice y reparta por todo el espacio, mezclándose bien los componentes incluidos en el recipiente donde se alojan.

De igual forma, los publicistas embaucadores agitan las mentes de los posibles compradores antes de seducirlos en su propio beneficio como si fueran componentes de la mezcla humana que se pretende homogeneizar para que irremediablemente adquieran todas el producto comercial que se les quiere vender.

La publicidad comercial consiste en divulgar anuncios a través de los medios de comunicación social para atraer posibles compradores del objeto anunciado, presentando el producto de forma que estimule el ánimo de los ciudadanos para que echen mano al bolsillo y se lo lleven a su casa.

En toda publicidad hay una intención embaucadora por parte del anunciante para seducir a potenciales clientes, aunque el propósito no siempre sea honesto y sincero, porque en ciertas ocasiones los publicistas tratan de engañar con imágenes y palabras alejadas de la realidad que subyace en el mensaje enviado a través de la pantalla.

Otras veces tratan de crear la necesidad de comprar lo innecesario, movilizando la voluntad de las personas ávidas de consumo y dispuestas a comprar lo que le ofrezca el anunciante, aunque el objeto adquirido acabe rodando por la casa hasta terminar en la basura o transferido como regalo a otros propietarios, porque el poder de penetración social que tienen los embaucadores comerciales es muy grande y su capacidad seductora casi ilimitada, consiguiendo vender helados en el Polo Norte, protectores solares para espectáculos nocturnos, agua junto a los manantiales y estufas en el desierto.

INMIGRANTES

INMIGRANTES

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Una vez más, madrugan conmigo los inmigrantes, al ser ellos la parte más débil de esta sociedad enferma, porque al riesgo físico de disparos, concertinas y ahogamientos, suman el alejamiento familiar, la explotación laboral, el abandono de las costumbres, la indefensión legal, el desabrigo cultural, y, en muchos casos, sufren paro, desprecio, xenofobia y desamparo en la tierra prometida.

Sólo quienes hemos pasado muchos años en diferentes países como emigrantes, -aunque fuera de lujo-, podemos imaginar lo que supone para un trabajador inmigrante desvalido, el desarraigo de su tierra por razones de subsistencia, que sobrevive en un país con diferente idioma, costumbres, leyes y creencias.

Los países del norte que explotan las materias primas del sur, obligan a los sureños a exiliarse al norte donde son tratados como galeotes, comprada su hambre por tres denarios de hojalata, hipotecada su vida con despreciables servidumbres y doblegada su alma con amenazadoras deportaciones.

España, que envía a sus hijos al mundo negándoles aquí el futuro, se hace la estrecha con los trabajadores que recibe, se engalla con los inmigrantes, endurece la ley, retira tarjetas sanitarias, acuchilla las entradas y los hacina como apestados en dependencias infrahumanas hasta deportarlos a la hambruna de donde proceden, si antes no se han perdido en cárceles o vendiendo su cuerpo por las esquinas.