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Etiqueta: desaparecidos

DESAPARECIDOS

DESAPARECIDOS

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Millones de seres humanos han desaparecido en guerras, dictaduras y dictablandas, sin que los gobiernos se hayan preocupado demasiado en dar con su paradero, sea cual fuere el rincón del mundo donde permanecen ocultos sus huesos en la tierra, tras servir de alimento a los gusanos.

Sabemos que muchos de ellos convivieron en sótanos, cárceles y galerías nocturnas antes de ser asesinados, entrecruzando miradas opacas de dolor, profundos suspiros resignados al exterminio y respiraciones entrecortadas, mientras en la superficie la ciudad dormía ajena a su tragedia.

Tras la matanza quedaron todos desnudos y amontonados en el suelo sobre sus excrementos, sin rostros en las fotografías ni mortaja de alivio, con insultante impunidad para los matarifes y, en algunos casos, con los dioses por testigo.

Urge que la reja del arado se sorprenda arañando túmulos amorfos de peronés, tibias y costillas, ante la mirada sorprendida de los forenses al contemplar la procesión interminable de cadáveres mutilados, sin manos unos, algunos sin piernas, otros ciegos, muchos con el cráneo perforado y todos linchados.

En nombre de quién, o de qué, se cometieron los crímenes que se llevaron a tantas personas por delante, junto a sus amigos, y a los amigos de sus amigos. A todos. Porque se llevaron a millones de seres humanos, que hoy están desaparecidos en Argentina, Brasil, Uganda, Chile, Indonesia, Argelia, Sri Lanka, Tailandia, Turquía,…y las cunetas españolas, porque nuestro país es el segundo en el número de desaparecidos, por detrás de Camboya.

Los desaparecidos son los cotidianos murientes de interminables agonías. Seres numerados, sin nombres ni apellidos. Mártires ignorados de la intolerancia. Desconocidos ciudadanos, nominados en todas las latitudes con una apocalíptica palabra: desaparecidos.

ECHAR DE MENOS

ECHAR DE MENOS

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Sin cita previa ni aviso anticipado, se han apoyado en el alféizar de mi ventana recuerdos embalsamados en sepia verdecida por los años, llegados con vocación de permanencia y esperanza de resurrección, vivificada en atardeceres otoñales cargados de nostalgias redentoras, para advertirme de todo aquello que dejé abandonado en el tiempo al borde del camino,  obligándome a echar menos cuanto me hizo feliz en el pasado.

Tarea agridulce es revivir encuentros, abrazos, tertulias, viajes, canciones y copas nocturnas en domésticas estancias, con personas hoy alejadas por azares de la vida e infortunios irreversibles, que elevan mi ánimo y destilan suspiros ante el inevitable discurrir de la historia personal de cada cual.

Echo de menos las voces de los que partieron, la compañía de quienes no son aquello que fueron y el apoyo fiel de los desaparecidos. Echo de menos lo que fui y no volveré a ser, lo que tuve y ya no tengo, pero me estimula lo que espero alcanzar y todo lo que está por venir. Echo de menos hermosas historias compartidas, gozosas bienvenidas, lágrimas conmovidas, cunas adormecidas, nieves encumbradas, paraísos infantiles y eternas despedidas envueltas en amorosos pañuelos blancos.

Sabiendo que la realidad no fue como ahora la sueño revivida, porque es más fácil embellecer el pasado que predecir el futuro, mantengo la certeza en que la despedida eterna anticipe los golpes del badajo en las espadañas de la vida y la resurrección sea una quimera del catecismo.

Pero guardo todos los recuerdos felices en el rincón más profundo del alma, donde se refugia mi desconsuelo, cuando la vida se empeña en hacerme ir por caminos pedregosos y los cardos sustituyen los pétalos en los floreros, sin dar tiempo a que la esperanza en la resurrección ocupe el espacio que le corresponde, para redimirme del dolor de echar de menos.

Mantengo la certeza familiar y los besos de mis dioses embalsamados en la amarga certidumbre de saber que el mayor aprecio a las personas que amo cobrará superior fuerza cuando las eche de menos y lamente con dolor irredimible el tiempo perdido y las oportunidades de felicidad que desprecié junto a ellos, cuando estuvieron conmigo.

ERNESTO SABATO

ERNESTO SABATO

ERNESTO  SABATO

Todas las crónicas han cometido el error de anunciar la muerte del escritor Ernesto Sabato, – al que todos llamamos Sábato -, porque el autor de “El túnel”, “Sobre héroes y tumbas” y “Abaddón el exterminador”, había fallecido ya hacía tiempo, dejándonos su obra literaria colgada en las estanterías domésticas.

Lo que no han voceado bastante los pregoneros ha sido el compromiso ético de este provinciano bonaerense, ejemplo de honestidad y de lucha para que aparecieran los desaparecidos.

Pero este anarcocristiano también ha desaparecido, para desgracia de la raza humana, dejando perpetuamente decapitada la Comisión de Desaparición de Personas, aunque vivan para siempre y mantengan eternamente su vigencia las páginas que dejó escritas en el informe “Nunca más”.

No encuentro mejor forma de expresarle mi respeto y gratitud por su testimonio y fe de vida, que difundir aquí el poema que a él dedico con el título “Mayo tiene una plaza”, que podéis encontrar en la página Poemario de este blog.