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IMPUNIDAD GROSERA

IMPUNIDAD GROSERA

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impunidad

Jugar con la imaginación nos permite denunciar situaciones hipotéticas de la vida común que a todos nos afectan, – sin ser amordazados por la nueva ley mordaza -, insospechadas si los acontecimientos no permitieran concluir verdades incuestionables confirmadas por la realidad de los hechos, sin consecuencias para los responsables de la tragedia.

Supongamos, pues, que el exjefe del Estado, modelo de amor patrio, paradigma de cumplimiento legal y arquetipo de servicio a la nación, tiene cuentas millonarias ocultas en paraísos fiscales defraudando a la Hacienda pública que pertenece a todos los súbditos del reino, sin que ocurra nada.

Supongamos que los representantes del pueblo elegidos por el pueblo para servir los intereses del pueblo, se sirven del pueblo que los ha elegido y roban la cartera a los votantes en su propio beneficio con insultante descaro y tolerancia de los tribunales de justicia, sin que ocurra nada.

Supongamos que “consejeros” y “cajeros” desvalijan las Cajas donde los ciudadanos guardan sus ahorros y estos son obligados a reponer de nuevo el dinero que les han robado y pagar millonarias indemnizaciones a quienes han arruinado las entidades financieras que regían, sin que ocurra nada.

Supongamos que el Gobierno de la nación restringe derechos ciudadanos básicos, detiene a los que piden trabajo, condena a quienes piden techo para vivir, castiga a los que exigen justicia para delincuentes encorbatados, sanciona a quienes demandan valores democráticos y premia con entregas millonarias de dinero del pueblo a los estafadores del pueblo, sin que ocurra nada.

Supongamos que todo esto sucede en un reino con exrey en hornacina, donde cinco millones de trabajadores están de brazos caídos, los políticos mantienen sus privilegios, se enriquecen los tramposos, el Gobierno incumple sus promesas, se miente burdamente al pueblo, la justicia duerme y los ciudadanos aceptan resignadamente su condena.

ENTRE TODOS

ENTRE TODOS

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No acostumbro a sentarme delante del televisor, salvo para informarme de lo que no me gustaría saber, a través de noticias que hacen retemblar el alma de indignación, con imágenes y palabras que despiertan sentimientos enfrentados a la razón que nos falta, sostenidos con razones que nada justifican, aunque pretendan explicarlo todo.

El azar me puso en la sobremesa de ayer ante la pantalla del televisor, donde una mujer con zapato plano y frescura juvenil, festejaba llamadas telefónicas de televidentes solidarios gritando “¡Tooooma!”, “¡Vámonoooos!” y otras expresiones acompañadas de rotundos gestos, mientras el auditorio respondía entusiasmado: “¡Llamada!”, cuando ella preguntaba: “¿Qué tengo?”.

No es fácil explicar el contradictorio sentimiento que despertó en mí el programa, por nutrirse con excesivas lágrimas, mostrar dolor al descubierto y aprovechar la baratura sentimental, mezclado todo con donaciones anónimas, solidaridad doméstica y respuesta de los ciudadanos a la llamada del vecino, mientras el Gobierno mira para otro lado.

Vinieron a mí recuerdos juveniles de Alberto Oliveras y su programa radiofónico “Ustedes son formidables”, que parcheaba desgracias a falta de recursos públicos para redimir a los marginados, sustituyendo derechos por caridad, mientras enjugaba con lágrimas las injusticias sociales.

Debemos salvar la dignidad humana en el escaparate público, preservar el anonimato de los menesterosos, guardar la confidencialidad de los empobrecidos y no hacer espectáculo con la desgracia ajena; pero también debemos alzarnos contra la injusta distribución del dinero común, para evitar que aumente un 27,9 % la asignación a los partidos políticos pasando de 66,2 millones de 2013 a los 84,7 del próximo ejercicio, mientras la sanidad se degrada, la educación se desprecia, las estafas se consuman y se abandona la ayuda a la dependencia.

JUSTICIA HUMANA EN TIEMPO DE REDENCIÓN DIVINA

JUSTICIA HUMANA EN TIEMPO DE REDENCIÓN DIVINA

La dimensión social de leyes punitivas más cercanas a la del Talión que a la idea moral de corrección del delito, exige pedir unos códigos legales más regenerativos y pedagógicos que ayuden a la reinserción social del delincuente.

Las rendijas legales por las que se escapan tantos transgresores de guante blanco, corbata de seda y camisa almidonada, apremia a solicitar una justicia más ciega de la que se pasea con una flor en la solapa por los pasillos de algunos juzgados.

Las condiciones en las cuales se hacinan los detenidos preventivos en los sótanos hormigonados de los calabozos, a la espera de prestar declaración ante sus señorías, fuerza a pedir otras condiciones de retención.

Y la condena que sufren los presos de guante negro y navaja oxidada en las cárceles, obliga a detener los pasos en vísperas de la redención cristiana e implorar la salvación de los condenados por una justicia impersonal y abstracta, que socializa la condena sin tener en cuenta la individualidad del sujeto y la responsabilidad que la propia sociedad tiene en la comisión del delito.

No puede castigarse a un culpable si otros delincuentes eluden la pena quitándole la venda a la justicia, porque en tal caso es preferible la impunidad a la ley del embudo.

No pueden dictarse códigos sociales de justicia con imposición de duras penas, sin inspiración regeneradora, aplicadas a quienes más necesitan protección y ayuda, cuando la  sociedad los deja al pairo de la vida, exigiéndole cumplir sus reglas en condiciones de extrema supervivencia.

Los delitos son creación política, pero el fin de las leyes debe ser la corrección del delincuente y no su eliminación o aislamiento forzado sin posibilidad de redención, y si el Estado sanciona al ciudadano debe ser con la única intención de mejorarlo. Por eso, el delincuente tiene derecho a exigir educación y protección a la sociedad, pues la determinación del hombre hacia el delito no puede eliminar la responsabilidad de la sociedad en recuperarlo para el trabajo y la vida común.

Todo esto tiene poco que ver con el mundo real de la justicia, pero en tiempo litúrgico de redención pecadora, bueno es pedir a la sociedad medidas preventivas, tutelares y regeneradoras de quienes sufren el calvario de una pena carcelaria sin esperanza en la resurrección que mañana exonera a los cristianos de los pecados cometidos contra su Dios, por conculcar la ley divina.