El martes pasado, los contertulios de “El gato al agua” sobrepasaron la línea roja y cayeron rodando precipicio abajo sin encontrar asidero donde sostener la malicia de sus erróneas informaciones y la vileza de sus preguntas a un hombre inculto por el hambre, que tuvo el valor de encerrarse con ellos para ser lidiado y estoqueado públicamente en la pantalla.
Lo que iba a ser una entrevista informativa se convirtió en un festival de acoso y derribo por parte del presentador, contertulios y ciertos televidentes, donde finalmente terminó el novillo cortando las orejas de los inquisidores y saliendo a hombros por la puerta grande de la dignidad y el honor.
Lección de señorío, de quien carece de títulos y honores académicos, con mérito para recibir el tratamiento que muchos culturetas e intelectualoides no merecen.
Ejemplo de respeto al uso de la palabra, normas de comunicación y capacidad de diálogo, ausentes en las diferentes tertulias radiofónicas y televisivas.
Templanza en la voz, contundencia en los argumentos, mirada frontal y clara, mesura en los gestos y atención sostenida, son actitudes hoy desconocidas en los debates.
Dechado de paciencia ante incesantes agresiones dialécticas, capciosas preguntas, comentarios inoportunos, irónicas sonrisas y despectivos gestos.
Testimonio ejemplar de vida de quien pasó diez años en una alcaldía sirviendo a sus vecinos sin cobrar un solo euro, mientras otros colegas «se lo llevaban» impunemente.
Modelo de compostura ante el malicioso tercer grado que pretendía quebrar la imagen de un cristiano honesto, ejemplo de muchos profesionales de la virtud que predican en los templos.
Arquetipo de rigor en la información que ofreció a sordos y oyentes; en la documentación que aportó a ciegos y televidentes; y en las respuestas a preguntas impertinentes.
Y acreditación de valor, seguridad en sí mismo y convicción ideológica, para aceptar el reto de sentarse en la esquina de una mesa donde iba a ser desacreditado y echado de ella a empujones por sabios de la nada que presumen de agudos.
Gracias, pues, al maestro de vida don Diego Cañamero, por mostrarnos que el diálogo honesto es el mejor camino a la concordia. Gracias por su lucha pacífica contra la injusticia social. Gracias por descubrirnos los millonarios ERES de los terratenientes. Gracias por mostrar en público la limpieza que guarda bajo sus alfombras. Gracias por su independencia política de “hunos” y “hotros”. Y gracias por el testimonio de humildad de alma tan grande.