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PAÍS DE ARENA

PAÍS DE ARENA

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El desarrollo de los pueblos depende del temperamento, personalidad y carácter distintivos de los ciudadanos que forman la colectividad nacional, es decir, que el futuro de un país está subordinado a la idiosincrasia de los sujetos que conviven intramuros de sus fronteras, según las hipótesis del marginalista Cournot.

Dicho esto, el porvenir que nos espera a los españoles es el que nos corresponde, – bueno o malo -, sin permitirnos albergar otras expectativas de aquellas que nos esperan, porque arrastramos desde hace siglos unos rasgos específicos distintivos de otros pueblos vecinos y lejanos, convirtiéndonos en seres peculiares de la piel de toro.

Parafraseando al presocrático Empédocles, me atrevo a simplificar diciendo que la materia prima constituyente de la raza hispana está formada por la combinación de elementos preconizadores de nuestra razón de ser, con el fatalismo otorgado por la envidia, el quijotismo, la soberbia, el cotilleo y la picaresca, como atributos básicos conformadores.

A pesar de ello, la creatividad, laboriosidad, solidaridad, sinceridad y generosidad, nos permitirían producir brotes verdes con facilidad, si no fuera porque los fraudulentos dirigentes políticos, sociales y financieros han convertido el suelo patrio en país de arena seca sin esperanza en inmediatos verdores a corto y medio plazo, porque los esquilmadores se han llevado a sus jardines particulares la tierra vegetal necesaria para que en ella aparezcan brotes verdes imposibles de florecer sobre la arena.

NOSTALGIA DEL TEATRO

NOSTALGIA DEL TEATRO

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En el día mundial del teatro, abrazo fraternalmente a todos los que han compartido mucha «mierda» conmigo en los escenarios, insomnios, afanes, proyectos, ilusiones, interminables horas de ensayos, gozosos trabajos forzados y alentadoras discusiones, alzando mi copa para brindar con todos ellos.

Nunca he considerado que el teatro fuera el lugar donde se representan obras dramáticas, delante de un público que siempre aplaude y rara vez patalea sobre la tarima. Tampoco creo que se trate de un género literario o del arte de representar comedias y poner en escena relatos fingidos desmesurados.

Las entrañas del teatro que yo he vivido, tienen que ver con el empeño ilusionado, la lucha por lo imposible, la amistad incondicional, el rito impredecible, la improvisación necesaria, el orden desorganizado, la generosidad solidaria, el sacrificio hermanado, el milagroso tesón y la creatividad sustentada en la imaginación desnuda que vestía sus galas de esperanza antes del aplauso.

El teatro es magia desvelada, desdoblamiento consciente, ficción real y farsa redentora patrocinada por el deslumbramiento revelador de una realidad contradictoria sobrealimentada con desmedida locura, sonrientes lágrimas, consoladoras agitaciones y alivios pesarosos, provocados por un juego de suplantaciones que retorna siempre al origen de la farsa. Redentor espejo del pueblo donde reflejan su imagen los afanes, quehaceres, vicios y virtudes ciudadanas, patria de los apátridas, religión de los descreídos y sustento de soñadores.

Pero también el teatro es prosaico y vulgar en sus palpitaciones cotidianas y temblores al borde del proscenio. Son bocadillos inacabados. Repeticiones incansables. Lágrimas sobre el tablado. Temores al olvido. Deseos de esconderse en la trampilla. Nervios entre bambalinas. Atrezzo perdido. Morcillas obligadas. Miedo a la caja escénica. Diablas haciendo diabluras. Micrófonos roncos. Candilejas insumisas. Tramoyas desengrasadas. Apuntadores que no apuntan. Desparpajo y timidez; atrevimiento y templanza; desánimo y estímulo.

El teatro es un espacio virtual donde se finge el llanto que hace llorar a los demás; se encubre el dolor para que otros sonrían; se disfrazan las sombras, se ocultan los pesares y se aparentan falsas realidades. En el teatro, un grupo de románticos enajenados embellecen la chapucera vida de los cuerdos sirviendo agua de una jarra vacía, ofreciendo flores inexistentes y simulando historias ficticias con disfraces imaginarios, tras el ojo inquietante tras el telón el día del estreno, cuando la mierda se antoja necesaria, momentos antes que la farsa se haga espectáculo y el cómico pierda su identidad en manos del foro que asiente complacido a la función.