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CONDUCTORES MATONES

CONDUCTORES MATONES

Las ciudades no serían lo que son si los coches dejaran de rodar por sus calles. Los decibelios dañarían menos los tímpanos, los pulmones estarían sonrosados, habría más espacios verdes purificando el aire, se reduciría la crispación vial, habría más camas libres en los hospitales, se ahorraría consumo energético y viviríamos algunos años más.
Pero como esto no es posible, habrá que intentar hacer más amables las ciudades desterrando de ellas a los conductones, es decir a los conductores matones que van campando por la ciudad como si fuera un cortijo de su propiedad.

El problema no está en los necesarios vehículos a motor, sino en los sujetos que se acomodan detrás del volante, a caballo en una moto o sobre el sillín de una bicicleta. Si, también sobre los biciclos, porque últimamente los velocipedistas van despendolados por aceras y zonas peatonales, llevándose por delante lo bueno y malo que encuentran a su paso.

En todas las ciudades existen ejemplares de raza humana que van por las rúas atropellando los derechos de los demás con total impunidad y, en algunos casos, hasta con arrogancia impropia de personas supuestamente civilizadas. Galopan desbocados por las calles, ignorando semáforos y aparcando los vehículos donde se les antoja, aunque interrumpan el tráfico o bloqueen pasos de peatones, porque el aparcamiento en doble fila es el deporte preferido de muchos ¿ciudadanos?

Estos matones, que se mueven por la ciudad perdonando la vida al resto de los mortales y abusando de la buena voluntad de sus conciudadanos, no merecen consideración alguna. Los perdonavidas que se divierten desafiando a los demás en las rotondas aprovechándose de la buena educación de la mayoría, han de ser desterrados a selvas donde se disputen el espacio entre ellos como manada salvaje.

Tengo amigos especialmente educados mientras se sostienen sobre sus zapatos, que se transforman en seres desconocidos cuando se ponen al volante de su automóvil. Representan el ejemplo más claro que conozco de la transformación que sufría el Dr. Yekil cuando Mr. Hide tomaba las riendas de su vida.

 

 

 

 

 

El mal conductor es, fundamentalmente, irrespetuoso, egoísta e insolidario. Piensa sólo en él mismo sin tener en cuenta el quebranto que puede ocasionar a los demás con sus acciones. Campa por sus respetos de un sitio para otro de la ciudad sin reparar en nadie ni en nada, como si circulara por su finca de recreo. Además, algunos de estos pendencieros deben tener atrofias musculares en sus extremidades inferiores que les impiden caminar unos metros siquiera, porque pretenden entrar con el coche allá donde vayan, sean instituciones, entidades, comercios o bares.

Debemos proponer a todos los alcaldes la construcción de unas rampas de entrada en tales dependencias, que permitan a estos enfermos acercarse con sus motores de explosión hasta las ventanillas y mostradores, para evitarles quebrantos físicos irreparables.