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Etiqueta: Concilio de Trento

PROCESIONES

PROCESIONES

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Todo empezó con Josué cuando el séptimo obedeció el mandato de Dios y se puso a dar siete vueltas seguidas alrededor de las murallas que rodeaban la ciudad de Jericó, para luego derrumbarlas sin esfuerzo a trompetazo limpio con el shofarim y la ayuda de Yahvé, por supuesto.

A partir de entonces le salieron imitadores por todos los rincones del planeta al profeta bíblico sucesor de Moisés, y las procesiones se impusieron en el hinduismo, judaísmo, islamismo y cristianismo, con actos a los cuales asistían personas que iban en filas de un lugar a otro con algún fin público y solemne.

El concilio de Trento, la Contrarreforma y los francisanos, sumaron el catolicismo a tales itinerarios, monopolizando su vertiente religiosa como elemento catequizador, reclamo de turistas, ocupación de cofrades, liberación de pecadores, exhibición de penitentes, satisfacción de curiosos y devoción de creyentes.

La escenografía patrocinada por una fuerte burguesía permitió exhibir ante los artistas las obras de arte de pintores y escultores, saliendo de aquellas Mandorlas los actuales Pasos procesionales que inundan estos días todas las ciudades españolas, desde Finisterre a Gata y desde Creus a Trafalgar.

En estos homenajes callejeros a Jesucristo y la Virgen, acompañados de ángeles, santos, patriarcas, apóstoles y mártires, se muestran imágenes redentoras de penas. Bellas esculturas de personas anónimas, convertidas en sagrados iconos por efecto del agua bendita derramada con el hisopo sobre cuerpos de madera policromada.

Procesiones donde pueden verse imágenes “bailando” a hombros de costaleros, ceriferarios con cirios, capataces dirigiendo, capirotes con antifaz incluido, estandartes bordados, pábilos ardiendo, coplistas ensaetados y encapuchados paseándose con cadenas en los pies, llevando cruces sobre los hombros o peregrinando descalzos por los adoquines con un cilicio en cada pierna como desagravio por el mal causado o agradeciendo un favor recibido, entre el asombro de espectadores, sorpresa de curiosos, aplauso de creyentes y abucheo de iconoclastas a penitentes, venerantes y asistentes.

EL PAPA BUENO

EL PAPA BUENO

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La devoción mariana de la Nossa Senhora me recuerda que hace ya cuarenta y un años el sottomontesino Angelo Giuseppe Roncalli murió de cáncer de estómago con 81 años, en una habitación del Palacio Vaticano, firmando a voluntad propia su sentencia de muerte negándose a pasar por el quirófano. Y el pasado 27 de abril subió a los altares San Juan XXIII, tras dispensarle el papa Francisco del segundo milagro.

Bien merece el “Papa bueno” por su docilidad de espíritu esa distinción, siendo sus “florecillas” un testimonio evangélico ejemplar, de verdad incuestionable y cumplimiento del mensaje divino, hecho realidad en el compromiso de este hombre santo con los desfavorecidos, en tiempos de descreencia y escaso cumplimiento de la palabra de Dios por parte de muchos creyentes y buena parte de la jerarquía católica.

Un papa de tránsito para los cardenales que pusieron su nombre con indiferencia en la papeleta electoral, resultó ser el más joven revolucionario doctrinal de la Iglesia con setenta y siete años, que puso patas arriba las formalidades litúrgicas mantenidas desde el Concilio de Trento, con las fuerzas de un anciano que no podía mirar demasiado lejos en el tiempo, pero que fue capaz de llevar a cabo el aggiornamento que necesitaba la estructura eclesial anquilosada.

El descreimiento no me impide amar en el recuerdo a este hombre bueno, entregado generosamente a todos los ciudadanos sin demandar pedigrí de fe, nacionalidad o ideología. Abrazo con fuerza a este hijo de aparceros, por su honradez moral, dignidad humana y valentía personal en exigir la paz, pidiendo el cese inmediato de la carrera de armamentos, la prohibición de armas atómicas y el desarme total.