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HISTRIONISMO POLÍTICO

HISTRIONISMO POLÍTICO

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A mí tampoco me gustan los espectáculos histriónicos que montan los políticos, porque no favorece el buen entendimiento de quienes asistimos estupefactos a la representación. Al contrario, sus actuaciones en el escenario provocan irónicos codazos entre los espectadores que ocupamos asientos contiguos en el patio de butacas.

Ocurre simplemente porque estos galanes van por libre, interpretando personajes falsos para contentar a los incondicionales que aplauden enfervorizados, despreciando el buen sentido de la audiencia civilizada, actuando como los histriones, de forma desmedida y afectada. Su indisciplina les ha llevado a dejar abandonados en las papeleras los guiones establecidos por el juego democrático, reuniéndose antes de cada función en los camerinos privados para ensayar modales que nada tienen que ver con la realidad que viven los pacientes espectadores antes de comenzar cada sesión.

Son tan malos comediantes que se les ve el plumero a la primera de cambio, por ofuscarse en representar papeles que no les corresponden. En mi opinión, esta confusión mental tiene su origen en el intercambio permanente de guiones a que les obligan las urnas, ya que deben interpretar alternativamente roles opuestos que los desorientaban, originándoles peligrosas esquizofrenias políticas. Esto hace que millones de ciudadanos se queden afónicos en el exterior del teatro, hartos de gritarles que se vayan, sin que los actores perciban los bocinazos, pues la sordera social que padecen les impide escuchar las descalificaciones que los irritados vecinos les expresan cada día en sus actuaciones.

Incapaces para representar el excepcional drama que nos dejó un ilustre madrileño hace más de trescientos setenta años sobre el sueño de la vida, donde se tratan los límites impuestos por la moral social, las razones de Estado y la ética que sustenta el gran teatro del mundo, se conforman con poner en escena vodeviles de tres al cuarto, representando situaciones equívocas que calientan el ánimo de unos pocos, suscitan la hilaridad de sus parientes y provocan rechazo en casi todos.

Espero que tú, lector, no hayas caído en la trampa de discutir con los que contemplan el espectáculo a tu lado, y confío en que hayas sido de los que se recuestan en la butaca de la indiferencia sin darle mayor importancia a cuanto hacen los histriones en el proscenio. Ten en cuenta que al apagarse los focos guardan para ellos la amistad que enmascaran en la ficción, obviando las consecuencias que sus intervenciones pueden tener en espectadores poco avispados.

No te creas, amigo, las broncas y los insultos. No aplaudas las descalificaciones que se hacen entre ellos, porque eso te descalifica. No te rías con las hirientes ironías que se intercambian, porque eso dice poco a tu favor. No te creas las mentiras que cuentan, porque esa ingenuidad desacredita tu inteligencia. No imites sus modales, porque en esos gestos radica el germen de la hostilidad social. Esto es lo más grave porque entre el público puede haber espectadores que lleguen a creerse la farsa y desentierren las quijadas de burro que descansan en los libros de historia.

VENTANA AL MUNDO

VENTANA AL MUNDO

Hoy se cumplen 55 años de aquel lejano domingo 28 de octubre de 1956 cuando se encendieron las cámaras de Televisión Española para enviar las primeras imágenes a la media docena de aparatos receptores importados que había entonces España, porque los Philips, Telefunken y Grundig  iniciales no se fabricaban aquí, y sólo estaban al alcance de muy pocos afortunados.

Por eso tantas narices se pegaban a los cristales de los escaparates en las tiendas de electrodomésticos. Eran gratuitos cines mudos en las vías públicas, donde nos agrupábamos  hasta las diez de la noche, hora de recogida para oír en familia el “parte”, fraudulento y propagandístico diario hablado teledirigido desde El Pardo por la mano del dictador.

La radio permitía que cada uno permaneciéramos alrededor de la camilla, en nuestro sitio, pero con la televisión llegaron los codazos, las riñas entre hermanos por ocupar el mejor sitio permitido, se forzaron las posturas  y se cambiaron las posiciones, pero el sillón patriarcal ocupaba un lugar privilegiado.

Recordemos que la primera presentadora de éxito fue la joven, hermosa, simpática y cercana Rocío Espinosa, que se haría famosa con el nombre de  Laura Valenzuela. Digamos también a los posmodernos que en aquellos tiempos heroicos todos los programas se hacían en directo dentro de la “caja de zapatos” situada en el Paseo de la Habana.

Los aficionados al fútbol deben saber que el partido del Madrid contra la Fiorentina celebrado  en 1957 fue grabado en Florencia. Matías Prats salió del estadio a uña de caballo hasta el aeropuerto, se montó en un avión con los rollos bajo el brazo, se revelaron éstos en Madrid  y se emitió el partido por la tarde. Para que llegara el primer directo tuvimos que esperar hasta el 15 de febrero de 1959 para ver el Real Madrid – Barcelona.

La primera película emitida contaba la romántica historia de una emperatriz llamada Sissi. Y la puerta a los play-back  fue abierta en 1958, por Gustavo Pérez Puig, divulgando Zarzuelas.

Desde entonces el receptor de televisión ha ocupado un lugar privilegiado en todos los hogares españoles. Su pantalla es una ventana abierta al mundo donde la cultura tiene cada vez menos cabida, la información objetiva brilla por su ausencia, la manipulación campa por sus respetos y la basura se expande por los rincones de las casas contaminando el cerebro de muchos españoles, con un hedor a podredumbre que espanta al más común de los sentidos.

Por eso, cada día es mayor mi añoranza por aquellos magníficos programas que ocuparon mis horas juveniles frente al televisor, porque a ellos debo una parte de lo que soy. Los Balbín, Serrano, Puig y tantos otros me dejaron imborrables recuerdos de La Clave, A Fondo de 1976, Estudio-1, La Zarzuela y otros que alientan la esperanza de que algún día borren de la pantalla todo lo que ahora sobra por la deformación mental que genera.